jueves, 29 de enero de 2009

Yasunari Kawabata: Mil Grullas.

"... Yasunari Kawabata (1899-1972) fue el primer japonés que ganó el premio Nobel de Literatura en 1968. " Kawabata es uno de esos escritores cuya obra refleja una sensibilidad, una percepción casi paranormal, de las cosas de este mundo en las que no nos solemos fijar- reseña Castro. Una manera de sentir lo cotidiano que perdemos al crecer y que jamás recuperamos. No en vano decía Kawabata que la literatura se ocupa de registrar los encuentros con la belleza, y que son los niños los que más capacitados se encuentran para encontrarla. Así son las novelas de Kawabata, una sucesión de destellos de belleza engarzados con preciosismo. El argumento no importa tanto en ellas como las sensaciones, las imágenes, que son capaces de evocar en el lector. Su literatura es un sumergirse en el mundo de los sentidos, tratados éstos con la más absoluta delicadeza y acierto. Así como un asomarse a esos rincones menos ventilados del alma humana, donde se esconde precisamente su esencia, por su maestría narrativa, que expresa con gran sensibilidad el espíritu japonés". En “Mil grullas” continua Castro "la acción discurre en torno a la ceremonia del té, alrededor de la cual giran los acontecimientos, mientras Kawabata narra el encuentro del joven Kikuji con dos mujeres que fueran amantes de su padre, gran aficionado a esta ceremonia. El sentimiento de incomprensión ante la relación que unió a su padre con estas mujeres, reflejo de la que sentimos todos cuando tratamos de imaginarnos a nuestros padres como seres sensuales, deja paso a una relación erótica del joven con una de ellas, la señora Ota. A través de su relación con ella, Kikuji recupera en cierto modo a su padre, al tiempo que descubre un nuevo tipo de paz espiritual procurada por la sexualidad. Pero Chikako, la otra amante de su padre, enturbiará la relación. Chikako fue pronto abandonada por el padre de Kikuji, tal vez por poseer una enorme mancha de nacimiento que cubre uno de sus pechos. A pesar de los años transcurridos, se percibe que Chikako no asumió el ser relegada y sustituida por otra mujer. Ahora actúa como casamentera para el joven protagonista, pero sus labores también se ven desdeñadas cuando éste comienza una relación con la antigua amante de su padre. Cuando la señora Ota, asediada por la culpa, se quita la vida, Kikuji entablará una relación con la hija de ésta, a través de la cual cree sentir a la madre. Pero la terrible Chikako actuará de nuevo.Pero por encima de esta historia se lee un canto a los objetos cotidianos, que sin querer impregnamos de nuestra esencia, y la cual permanece aun si nosotros los abandonamos. A través de los utensilios para la ceremonia del té, Kikuji percibe a su padre, a la señora Ota o a la joven celosa desfigurada por una terrible mancha en su seno. Un pañuelo con un dibujo de grullas en vuelo es el único recuerdo que el joven alberga en su alma de la hermosa joven que Chikako le propone como esposa. En el tazón de té que la señora Ota utilizaba a diario, el protagonista adivina la mancha de carmín dejada por sus labios.En definitiva, un melancólico canto a la vida y a las indelebles huellas que dejamos a nuestro paso por este mundo, como guiños hechos a los vivos, cuando éstos tienen el alma preparada para recibirlos." Amalia Sato nos cuenta que " La práctica novelística de Kawabata no coincide con sus teorizaciones sobre la estructura en tres pasos. Sus novelas podrían terminar en cualquier punto y se diría que nunca hay un final. Se percibe un crecimiento sin un plan preconcebido, influido por la técnica del fluir de la conciencia que admiraba en la narrativa de Joyce y Proust, y la tradición japonesa de una continuidad por adición, como en el Genji o El libro de la almohada. No hacía caso del concepto de argumento, una superstición heredada de la aplicación de conceptos dramáticos, que no aplicaba a sus novelas, que se iban conformando, como las redacciones infantiles, con oraciones impredecibles, libres, iluminadas. Kawabata, que dejó muchísimos escritos inconclusos, también solía practicar otro curioso ejercicio: reducía los textos extensos a lo que llamaba "relatos del tamaño de la palma de una mano", operación en la que lo consideraban maestro.Al recibir en 1968 el Premio Nobel, para el que mucho colaboraron las espléndidas traducciones al inglés de Edward Seidensticker, Kawabata invocó el bello Japón, el Japón estético que desde el siglo xix intriga a Occidente. Un Japón tradicional, "que se ha ido", pero que él encontraba en espacios naturales alejados de lo urbano o en los lugares donde se cumplían los viejos ritos: "el otro mundo" ajeno a la cotidianeidad, donde hay una regresión a lo maternal al dejarse dominar el hombre por el sentimiento de amae (tomar provecho de la benignidad de otro, mostrarse como un niño con sentido). Aquí, la casita del jardín, donde se practica la ceremonia del té, espacio preservado donde los tazones se cargan de una emotividad que desafía el tiempo y en el cual el rito convoca a un eros que se vierte en cada gesto, contaminando a sucesivas generaciones de amantes. Pero la experiencia espiritual y estética se convierte, en manos de Chikako, en un ejercicio de la perversión, en un momento de gran tensión, en una exhibición de poder, como en el siglo xvii lo hacía Toyotomi Hideyoshi, el jefe militar, al desplegar los objetos ceremoniales de sus predecesores.Como esas "islas en un mar distante" que le atraían, trabaja Kawabata su estilo elusivo tan influido por su clásico favorito, el Romance de Genji. Para percibirlo en bruma, refiere Sato, hay que sostener la ilusión de una lengua donde hay un modo para los hombres y otro para las mujeres, con una entonación, desinencias verbales y vocabularios diversos, donde los adjetivos declinan con indicaciones temporales, donde hay infinidad de recursos para expresar la duda, la suposición, lo incompleto". "

No hay comentarios:

Publicar un comentario