martes, 27 de marzo de 2012

Benito Pérez Galdos: Nazarín.


".... La novela de Benito Pérez Galdos Nazarín publicada en 1895 fue acogida en su época con división de opiniones. Pero después de más de un siglo de su publicación nadie discute las palabras de Mariano de Cavia cuando decía que Nazario Zaharín tenía asegurado desde su nacimiento “un puesto preeminente” en nuestro panorama literario.

Más cerca de la tradición mística española que del universo moral de Tolstoi o del determinismo naturalista de Zola, Galdós aborda en sus novelas espirituales el conflicto esencial de la condición humana, dividida entre su anhelo de trascendencia y sus afectos terrenales. Hay un innegable paralelismo entre la vida de Cristo y el infortunio de Nazarín, lo cual no excluye las referencias a san Francisco de Asís y a Don Quijote. La elección del pueblo manchego de Miguelturra como cuna del sacerdote no parece un efecto del azar. El origen modesto de Nazario Zajarín coincide con el de Jesús de Nazaret, que crece sin privilegios ni lujos. La desnudez de su aposento en una casa de vecinos, donde conviven hampones, gitanos y tarascas, no elude ese trasfondo onírico que suele acompañar a los iluminados. Galdós inicia su relato un martes de Carnaval. El presunto narrador conoce la pensión de la calle de las Amazonas donde está alojado Nazarín, gracias a un reportero aficionado a los bajos fondos. Entre máscaras y mujeronas que se pintarrajean el rostro “para poetizar la mirada”, la Chanfaina, patrona del establecimiento, les presenta al sacerdote, un hombre joven con rasgos semíticos: “un castizo árabe sin barbas”. Su patrona no escatima comentarios sarcásticos sobre su estilo de vida, pero le socorre con algo de comida, cuando está necesitado, lo cual suele suceder a menudo, pues su resistencia a denunciar los robos que padece, le priva de alimento apenas se descuida. Ante el asombro de sus visitantes, Nazarín se muestra confiado en la providencia divina, exhibiendo un desprecio hacia la propiedad que recuerda las tesis anarquistas. Esta actitud no está vinculada a un ideal revolucionario, pues Nazarín no es un hombre de acción, sino un contemplador que intenta emular el ejemplo de Cristo. Cuando el periodista y el narrador interrogan a Nazarín sobre el estado actual de la sociedad, su respuesta evoca el análisis marxista de la economía capitalista. “No sé más sino que a medida que avanza lo que ustedes entienden por cultura, y cunde el llamado progreso, y se aumenta la maquinaria, y se acumulan riquezas, es mayor el número de pobres y la pobreza es más negra, más triste, más displicente”. Sin embargo, Nazarín no invoca la violencia revolucionaria, sino la paciencia, que debe espantar cualquier explosión de cólera o “misantropía”. En la misma conversación, el sacerdote manifestará su desinterés por los libros y los periódicos. La humanidad está saturada de conocimientos innecesarios. Las verdades eternas están grabadas en el corazón y no es necesario acudir a la letra impresa para conocer lo que está en nuestro interior. Sólo hace falta adoptar una disposición de escucha para descubrir lo esencial. Estos comentarios provocan el disgusto del periodista, que más tarde ironiza sobre los supuestos bienes que se desprenderían de convertir a Homero, Dante o Shakespeare en abono agrícola, de acuerdo con las indicaciones del insólito sacerdote. Las palabras de la Chanfaina sobre su huésped sólo confirman sus sospechas de que Nazarín es un débil mental: “En estos tiempos de tanta sabiduría, con eso del teleforo o teléforo, y los ferros-carriles y tanto infundio de cosas, que van y vienen por el mundo, ¿para qué sirve un santo más que para divertir a los chiquillos de las calles?”. Hasta cierto punto, Galdós escamotea el punto de vista del narrador, preguntándose: “¿Quién ha escrito lo que sigue?”. La generosidad de Nazarín provocará el incendio de la pensión de la Chanfaina. Andara, que se ha escondido en su casa huyendo de la justicia, recurrirá al fuego para borrar los indicios de su presencia y no comprometer al sacerdote. Su gesto privará a Nazarín de su precario hogar y pondrá en entredicho la limpieza de su magisterio. Esa desgracia determinará la adopción de una vida errante, que recuerda las andanzas de Cristo. Descalzo y vestido con harapos, se retirará a las afueras de Madrid. El contacto con la naturaleza le purificará del comercio con los hombres. Al alejarse de la ciudad, le invadirá la sensación de haber emprendido el camino hacia ese reino espiritual del queanhela ser ciudadano. Se trata de un camino estrecho y lleno de penalidades, pero que él acepta con alegría. El llamado de Dios se complicará cuando Andara y, más tarde, Beatriz, se empeñen en seguir sus pasos, tras atribuirle la milagrosa curación de un niño. El merodeo por los descampados en compañía de mujeres de mala vida evocan el relato bíblico, cuando Cristo se retira al desierto antes de iniciar una prédica que prenderá entre prostitutas y publicanos, pero también evoca la insatisfacción de don Quijote que en su primer salida sólo encuentra polvo y tedio. Tras un episodio cómico en casa de Pedro de Belmonte, señor de la Coreja, que insiste en identificarle con el patriarca de la Iglesia armenia en peregrinación por Europa, Nazarín atenderá con admirable estoicismo a los enfermos de viruela de Villamantilla. La fiebre encenderá visiones místicas en los sueños de Beatriz, pero esas fantasías no le impedirán reencontrarse con el pasado en forma de antiguo pretendiente, incapaz de soportar que recorra los caminos junto a otro hombre. La niebla les librará temporalmente de su asedio, pero ese aplazamiento no afectará a su amor hacia el sacerdote, cuya fuerza crece no ya “como un voraz incendio que abrasa y destruye, sino como un raudal de agua que milagrosamente brota de una peña y todo lo inunda”. Mientras tanto, la desdichada Andara despertará el amor de un enano al que llaman Ujo, pobre tullido que se inscribe en la amplia galería de parias del universo galdosiano, donde también abundan los pordioseros y los niños estragados por la pobreza. Rodeado de marginados y perseguidos, Nazarín se aproxima al fin de su aventura. Su prendimiento –la justicia le persigue por ocultar a una prófuga y por su presunta complicidad en el incendio- recrea la pasión de Cristo.”

La dualidad narrador/periodista, que preside la presentación a lo largo de la primera parte, proporciona al texto una complejidad perspectivística. El yo que asume el relato presenta enseguida a su acompañante como [...] un periodista de los de nuevo cufio, de éstos que designamos con el exótico nombre de repórter, de éstos que corren tras de la información, [...] y persiguen el incendio, la bronca, el suicidio, el crimen cómico o trágico, el hundimiento de un edificio y cuantos sucesos afectan al Orden Público (21), pero al lado de este inquieto periodista el lector percibe la presencia del narrador caracterizado como investigador concienzudo, que no duda en autotitularse, si bien irónicamente, "sagaz cronista". Esta dualidad, tiene también repercusiones de índole metaficcional a lo largo de los cinco capítulos de la primera parte, los cuales fiuncionan como una especie de pórtico narrativo enmarcador del relato. El yo que se hace cargo del cuento se introduce en el mismo como el fascinado observador de ciertas formas de vida, que le son ajenas y que contempla con la distante curiosidad del antropólogo en su visita a los barrios más miserables de la ciudad. En esta "novela del novelista" la pareja visitante proporciona el contraste de perspectivas entre la mirada asombrada de quien ve por vez primera lugares, tipos y escenas —el narrador— y la más acostumbrada del reportero, que le acompaña y, como diligente Virgilio, le guía por aquel infierno suburbial proporcionándole información acerca de las gentes que lo habitan. La ambigüedad preside la construcción del protagonista ya desde su presentación, y si a lo largo del relato puede observarse igualmente una tendencia a la duplicación de muchos elementos narrativos, de los personajes secundarios, por ejemplo, parece asimismo muy coherente que se le ofrezca al lector la posibilidad de una doble interpretación acerca del padre Nazarín y de sus andanzas. En efecto, tras su primera conversación con él tanto el narrador como el periodista parecen inclinados a creer en la sinceridad del cura. Sin embargo conforme avanza el relato las opiniones de ambos van divergiendo, pues mientras el reportero confiesa sus sospechas de que Nazarín no sea sino un desaprensivo embaucador y así lo expresa cada vez con mayor vehemencia, el narrador se encuentra sumido en la confusión cuando cavila sobre el carácter del personaje. A partir del momento en que don Nazario muestra su animadversión contra los libros y contra la prensa el periodista empieza a considerar al clérigo "un sinvergüenza,[...] un cínico de mucho talento que ha encontrado la piedra filosofal de la gandulería"(50). En cambio el narrador, menos superficial en sus juicios, continúa empeñado en descifrarr el enigma que para él suponen el talante y las motivaciones psicológicas del cura, incluso después de que ya su amigo, esclavo de la actualidad, se hubiera desinteresado del asunto. De todo ello no parece descabellado deducir que, así como periódico y novela —aunque pueden partir de idéntica noticia, difieren por completo a la hora de elaborarlaen sus respectivas escrituras— así también en Nazartn el novelista sigue obsesionado con el personaje, en torno al cual deberá urdir un texto mucho más complejo que el mero artículo para la prensa, que el repórter hubiera podido elaborar apresuradamente sobre el mismo caso.

El final de la primera parte presenta una serie de interesantísimas reflexiones acerca de la naturaleza de la novela concebida como una apasionante labor de bricolaje literario. Pero los problemas no se plantean únicamente en torno a la configuración del personaje principal, sino que este narrador autoconsciente pasa revista también a otras cuestiones referentes a la construcción de su artefacto ficcional, y por extensión a la novela in genere. No se le escapa,por ejemplo, la necesidad del pacto narrativo para que ésta funcione adecuadamente y por eso se pregunta si lo que va a contar no será "una invención de esas que por la doble virtud del arte expeditivo de quien las escribe y la credulidad de quien las lee, resultan como una ilusión de la realidad". Asimismo advierte un poco más abajo la importancia del punto de vista, del enfoque desde el cual se ofrece el relato y añade, como si se tratara de una duda que pudiera asaltar a los lectores, "¿Quién demonios ha escrito lo que sigue? [...] El narrador se oculta.En definitiva, gracias a tan curioso arranque de novela autoconsciente se ha conseguido no sólo desdibujar los límites entre el mundo extraliterario y el otro de papel y tinta habitado por los personajes novelescos, sino también crear la figura de un lector "desocupado", según la calificación cervantina, atento para captar cualquier tipo de recurso narrativo, cuyo interés se vea atraído por la manera de presentar la materia narrativa, antes que por el contenido mismo del cuento. Cuando concluye el último capítulo de la primera parte se inicia la relación de las aventuras del personaje. cuyas peripecias ocupan todo el resto de la novela.

Cualquier lectura mínimamente sagaz de esta novela advierte enseguida que ha sido construida dialécticamente, y que no puede entenderse de modo cabal, sin contar con la continua presencia hipotextual de los Evangelios del Quijote . A lo largo de la historia el narrador menciona en varias ocasiones el origen manchego de Nazarín y además se refiere a él con expresiones como "el clérigo andante" o "el ermitaño andante". No obstante se encuentran en esta novela otras referencias más sutiles. Toda la tercera parte de Nazarín responde a una organización que reproduce la disposición de relato itinerante —episodios ocurridos a lo largo del camino alternados con otros que tienen lugar en diversas paradas o descansos del héroe. Antes de iniciar su andadura, Nazarín aparece ante el lector al final de la segunda parte preparando "su salida" y para ello lo primero que hace es disfrazarse de mendigo, igual que don Quijote en análogo trance hubo de cambiar su ropa de hidalgo pueblerino por el anticuado utillaje caballeresco; después ambos protagonistas, cada cual en su novela respectiva, se echan al camino en cuanto amanece. En gran medida el discurso novelesco de Nazarín consiste también en la recreación hipertextual de lugares bien conocidos de los relatos evangélicos. No es únicamente el héroe el que aparece como contrafigura de Cristo, sino que otros varios habitantes de este mundo ficcional responden asimismo a paradigmas neotestamentarios. Así el alcalde que interroga al protagonista remite inequívocamente a Pilato, añadamos ahora que también Andará y Beatriz reproducen en sus relaciones con Nazarín el modelo evangélico de las hermanas de Lázaro, Marta y María, respecto de Jesús y que los dos delincuentes, el sacrilego y el parricida conducidos junto al protagonista en la cuerda de presos, aluden indudablemete a los dos ladrones crucificados a ambos lados de Jesús..."
Es extracto y compendio de otras reseñas que se relacionan: