miércoles, 27 de mayo de 2009

Victor Hugo: Los miserables

"... Los Miserables (título original: Les Misérables) es una novela publicada en 1862, escrita por el novelista francés Victor Hugo (1802-1885) . Los «miserables» de Hugo son los maltratados por la justicia, los que sufren presidio, persecución, extorsión, o son mordidos a dentelladas por la pobreza. El personaje central, Jean Valjean, es un presidiario que encuentra asilo en casa del obispo Myriel, un ser misericordioso que trabaja «en la extracción de la piedad» como un minero en las vetas de oro y le convierte en una persona honrada. Valjean se ve obligado a cambiar varias veces de nombre, es apresado, se fuga y reaparece. Parece como si una fuerza providencial guiara sus encierros y resurrecciones para luchar contra esa cara del mal que conforman la miseria y la injusticia. Pero, ante todo, Los miserables se convierte en una magistral crónica de los avatares de Francia en la primera mitad del XIX, desde Waterloo hasta las barricadas de 1848. Víctor Hugo se demora en las descripciones, vuelca todo su talento en largas peroratas al servicio de la libertad y los derechos de los humildes. Como buen romántico, ve en Dios misericordia, en la ignorancia bondad, en el pecado posibilidad de redención. A pesar de la fascinación que ejercen las grandes batallas o la guillotina, el mayor espectáculo es «el del interior del alma». Por eso, Víctor Hugo se empeña en «escribir el poema de la conciencia humana» que sirva para entender los enmarañados datos de la historia convencional.
“Mientras existan sobre la tierra miseria e ignorancia, libros como éste no serán inútiles”, escribió el autor, como breve nota introductoria, en 1862. Pero, hay que advertirlo, Los Miserables no se limita a ser un mero texto de denuncia de la injusticia y las más sangrantes desigualdades. Es, en primer lugar, una espléndida y visionaria novela, una de las obras cumbres del prolífico siglo XIX. Sus héroes, como el evadido Jean Valjean que rescata a la pobre Cosette-Cenicienta de las garras de sus verdugos caseros, los avaros posaderos Thénardier, y es siempre perseguido por Jabert, el frío policía que encarna a la ley social, a la ley del mal y a la propiedad privada, es un hombre atormentado por la fatalidad que se interroga siempre a sí mismo, y a su estar en el mundo. En la óptica de un Hugo obsesionado, al final de su vida, por la no violencia y el rechazo de cualquier clase de tiranía (durante el reinado de Napoleón III se exilió a Inglaterra), los poseedores de la nada se alzan frente a los poderosos como los acusadores de un invisible tribunal de las afrentas. El interés de esta novela reside ante todo en su contenido ideológico. El libro hace algo mas que sentar a la sociedad en el banquillo, plantea la reinserción social del delincuente; era y es una cuestión candente; era y es la piedra de toque a la cual las distintas ideologías chocaban entre si : el severo control al que eran sometidos los ex presidiarios, se hacia en nombre de la seguridad ciudadana, amen de formar parte del castigo de quien una vez, había faltado a la ley. El libro hace algo mas convoca al arquetipo del rebelde, a Lucifer, el que lleva la luz, para que se integre en el mito del progreso mas acabado entre los que actualizó el siglo XIX el del fin de Satán. De este modo, se sugiere la idea de que el Mal, lejos de ser una fatalidad inherente a la creación, no es más que un momento necesario de la historia, una etapa hacia el progreso. Aquí como en la mayoría de los folletines, el Mal irrumpe en medio de la paz ( el idilio de la calle Plumet, por ejemplo, o la paz de Petit-Picpus); es ante todo, fuerza, movimiento, cambio brutal. A lo que contesta la profecía anunciada por Enjolras desde lo alto de la barricada : el futuro será el fin de la Historia, ya no habrá acontecimientos Llamar a Los Miserables novela social es hacer una lectura parcial. La palabra clave de Los miserables no es revolución ni pobreza, la palabra es bondad. Victor Hugo narra la conversión interior de un ladrón (ladrón por necesidad) a la versión más moral y pulcra de un ser humano; narra, pues, un crecimiento. Ésta, y no otra, es la melodía de fondo, pero lo que convierte a Los Miserables en una obra casi totalizadora del carácter del ser humano tiene mucho que ver con la forma en que la música a veces se rebela de su pieza principal y nos cuenta otras cosas: por ejemplo, la forma en que cuenta la historia del drama de Fantine y cómo es tragada por la pobreza y la impotencia, o la historia de un carácter (el obispo) al que Jean Valjean se acaba pareciendo. Hay mucho más. Está la historia de Cossette y Marius, y la historia de Cossette y la historia de Marius. Marius es la imagen del idealista y también la imagen del enamorado. En Marius confluyen todos los ideales, se mezclan, son aceptados y rechazados, forman el germen de un revolucionario. Y en Marius Victor Hugo refleja, mejor de lo que nadie que yo leyese hizo alguna vez, la esencia del primer amor: el amor de la inocencia, étereo, que no necesita de la piel, que se alimenta de todo lo que le rodea. Cossette es la niña que creció sin juguetes y la niña que creció sin amor durante tanto tiempo. Es la historia de una infancia solitaria y rasgada y también la historia de una esperanza, hecha de la voluntad o la promesa de un hombre (Jean Valjean). Cossette pasa sin término medio de una infancia solitaria a una adolescencia protegida, de alguna forma Victor Hugo consigue evocar con ello cierto tono especial de pureza. Es la gran protegida del escritor, es quizás el reflejo de muchas cosas en lo personal, pero sobre todo le sirve de eje para enlazar una serie de decisiones complejas: la difícil decisión del paternal Jean Valjean, debatiéndose entre protegerla de Marius por puro egoísmo o asumir la pérdida lenta de Cossette a manos del mundo, por la felicidad de ella. La estructura del libro es, cuanto menos, curiosa. Puede considerarse uno de los pilares de la técnica de las historias cruzadas. Cuando empieza la novela, ni siquiera sabemos de la existencia de Jean Valjean, empieza con la historia de las obras de caridad de un obispo, contadas de una forma casuística. Pero lo importante es la conexión en un determinado instante con Jean Valjean, que prosigue en solitario en la narración, dejándolo atrás. Este recurso es recurrente en Los Miserables, varias historias desarrolladas paralelamente que en algún momento acaban cruzándose, a veces de formas ciertamente inesperada, en una nebulosa entre casualidad y destino. La relación causal de los hechos parece ir surgiendo por accidentes, por roces entre personas que a veces son verdaderas confrontaciones. La novela pues, parece contar la historia de los personajes principales a partir de los personajes secundarios. Los miserables va in crescendo, pero tiene determinadas etapas de pausa que preparan una transición. En general, lo que hace Victor Hugo en estos casos es narrar hechos históricos relacionados con lo que acontecerá (de forma muy detallada), dotándole de un trasfondo que permite asimilar la razón de ser de ciertos actos o la personalidad de determinados personajes. Ejemplos de este recurso es por ejemplo la narración de la batalla de Waterloo para explicar la división de opiniones políticas posterior de Francia, o la narración sobre los conventos de clausura y las distintas órdenes, para explicar el ambiente interior del convento en que se refugian Jean Valjean y Cosette. Estos anticlímax marcan el inicio de una nueva serie de hechos y circunstancias que van creciendo en tensión hasta acabar en cumbres apoteósicas donde todos los pequeños detalles van incardinándose hasta tener un sentido final. Novela de luces y tinieblas, de caídas y revueltas –Hugo es tan inmenso cuando narra el dolor de una niña maltratada como cuando relata el fragor de las barricadas del París insurrecto-, Los Miserables posee la modernidad de las grandes obras de la literatura universal. Una modernidad que rescata el esplendor de sus páginas de la hoguera del tiempo, salvándolas de las cenizas del olvido.

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