miércoles, 26 de diciembre de 2012

LAS VÍRGENES SUICIDAS, de Jeffrey Eugenides. Reseña de Emilio Piqueras Gómez.


LAS VÍRGENES SUICIDAS, de Jeffrey Eugenides
Editorial Anagrama
Traducción de Roser Berdagué. 
Reseña de Emilio Piqueras Gómez

La presente obra representa el aterrizaje del escritor estadounidense en el mundo de la narrativa, una novela con atmósfera de cuento que se desarrolla en un barrio residencial de las afueras de Michigan, contextualizada en la década de los setenta y protagonizada por una familia católica con cinco hijas, quienes representan el secreto objeto de deseo de los muchachos, las Lisbon.

El argumento gira alrededor de la visión de los adolescentes sobre el mundo del amor, el erotismo y la sexualidad. Está escrita en clave iniciática. Parece narrar una fase de aprendizaje de un mundo vedado para los chicos adolescentes quienes nos transmiten la historia desde su particular visión. Cada uno de los muchachos que tuvieron algún tipo de relación con las Lisbon van contando su recuerdo, su interpretación sobre lo que era el mundo del despertar adolescente en una época en que existían en Estados Unidos demasiadas cortapisas, en donde el aprendizaje les resultó arduo y difícil, pues su única referencia parecía ser cuando esporádicamente veían las pelirrojas melenas de las Lisbon lucir al viento a bastante distancia, cuando las espiaban en la finca de la mansión en donde vivían. Además trata otros temas, no secundarios, en donde certifica ciertos logros: como sacar a relucir algunas de las inconsistencias de la pretendida clase media americana, y también, a ratos, consigue retrotraernos a las percepciones cuasi mitológicas que, en edades adolescentes, los chicos de aquella época podían tener sobre algunas chicas. El contexto que se nos ofrece es el de la asfixiante atmósfera protectora en donde se encuentran encerradas unas “princesas” que no dejan de enfermar. La relación interior-exterior parece que representa uno de los motores que consiguen darle vida a la historia y, por descontado, el responsable último del trágico final. Esa dicotomía parece corresponderse con la de permitido-prohibido, algo que establece una envenenada sociología en las juveniles mentes, pero con el matiz de que toda la historia está contada desde fuera, desde las voces narrativas de los muchachos.

En cuanto a la técnica, ya se ha comentado que posee una atmósfera especial en forma de relato en donde diferentes voces narrativas van tomando la palabra. Se agradecen conseguidas las metáforas de situación como las que utiliza en las llegadas de la ambulancia cada vez que hay un suicidio, con sus dos flemáticos conductores-camilleros. Asimismo, consigue excelentes momentos de intriga mediante algunas escenas en donde las Lisbon van dejando extrañas notas por las casas, y como colofón, utiliza una especie de terrenales cacofonías a través de un teléfono, en donde el grupo de chicos que cuentan la historia intentan mandar sinceros mensajes, a través de las letras de ciertas canciones que van sonando en un cassete, en tanto que las hermanas, por su parte, van contestando con otras desde una actitud extravagante. Y consigue poner la guinda ya casi al final, en los momentos previos a mostrarnos el insoportable y lacerante desenlace.

La novela está montada desde una voz narrativa en plural, perteneciente a un grupo de adolescentes que se van haciendo eco de la serie de extravagancias y, a la vez, de la atracción que en ellos suscitan las pelirrojas hijas que son las protagonistas. El texto pretende culpabilizar de los suicidios a una educación rígida y anticuada que los padres intentan imponer, aunque este motivo no siempre logra hacerse creíble.

A los personajes principales no termina de hacerlos consistentes porque no profundiza lo suficiente en ellos, ni siquiera a una de las hijas, la única promiscua, Lux, de quien a veces, nos llega más la extravagancia o los sueños delirantes sobre el sexo que pudiera tener un escritor adolescente. A los únicos protagonistas que consigue hacer más creíbles es a algunos secundarios, como es el caso de los conductores de la ambulancia. Quizás, en su disculpa, habría que reseñar que utiliza un auténtico laberinto de personajes secundarios, quizás más de cincuenta. En ellos se emborracha con las expresiones de el Sr. Y vio (…) o la Sra X dijo (…)

Por otra parte, los diálogos no los ha particularizado, aunque lo cierto es que ni siquiera lo ha intentado. De hecho, a veces da la impresión de que más que una novela está escribiendo un documental en donde los personajes dan fe de lo que pasó. Su estructura viene a ser la de tres o cuatro páginas narradas, a continuación de las cuáles aparece una única frase dialogada de uno de los personajes.

Solo citaré una de las obras que me ha recordado, “La casa de Bernarda Alba” de Lorca.

En fin, la novela puede tener un atractivo considerable, se salva de calificarla como “de luces y sombras” al ser la primera escrita por el autor, circunstancia que limita la oportunidad de ser demasiado exigente. Personalmente, entiendo que esta novela alcanzó más renombre por el argumento tan sensacionalista y llamativo que posee, que le sirvió para que fuera llevada a la gran pantalla, elegida por la hija de Coppola para su primera película como directora cinematográfica. La formidable promoción y el reparto que tuvo hizo que el filme fuera conocido y con ello la novela, que entiendo le debe a la película una buena parte de su popularidad. Y también es necesario destacar, para que el lector termine de entender la emoción que suscita la propuesta, que la visión de aquella historia está contada por unos personajes ya adultos, y que al hacerlo les subyace cierta parte de nostalgia o de añoranza por tiempos pasados y, en muchas ocasiones, todo queda imbuido en un cierto mundo peterpanesco.


EMILIO PIQUERAS

lunes, 24 de diciembre de 2012

Mircea Cartarescu: Nostalgia.


"... Mircea Cărtărescu nació en Bucarest el 1 de junio de 1956. Es un poeta, prosista y crítico literario. Está casado con la poetisa Ioana Nicolaie. Es considerado por la crítica literaria el más importante poeta rumano de la generación de 1980. Es conferenciante universitario, doctor en la Cátedra de Literatura Rumana de la Facultad de Letras de la Universidad de Bucarest. Es el escritor rumano más apreciado en el extranjero por el momento, y algunos críticos literarios consideran que podría ser el primer rumano ganador del Premio Nobel para la literatura. Nostalgia, la obra que consagró a Mircea Cărtărescu como la voz más potente de las actuales letras rumanas, constituye una auténtica revolución literaria. Los lectores que abran las páginas de Nostalgia deberán prepararse para una onda de marea verbal de la imaginación que lavará las ideas previas de lo que una novela es o debería ser. Aunque cada uno de sus cinco capítulos está separado y es independiente, una armonía temática, incluso hipnótica se encuentra en los juegos infantiles, la música de las esferas, la humanidad primordial, la creación de mitos, los orígenes del universo, y en los bloques de viviendas ruinosas de un apocalíptico Bucarest durante los años de la dictadura comunista.

El volumen se abre con El Ruletista, una parábola asombrosa sobre la vida y la muerte, la pulsión creativa y la pasión humana; y que narra la improbable historia de un hombre al que nunca le ha sonreído la suerte, pero que, sorprendentemente, hace fortuna participando en letales sesiones de ruleta rusa. Sin embargo, inesperadamente, encuentra en los escarceos con la muerte (a través del juego de la ruleta rusa) una forma de afrontar la asunción de su propia identidad. Como explica el autor, “el Ruletista apostaba contra sí mismo. Cuando se llevaba la pistola a la sien, él se desdoblaba. Su voluntad se volvía en su contra y lo condenaba a muerte. [...] Pero puesto que su mala suerte era absoluta, lo único que podía hacer era fracasar siempre en todos y cada uno de sus intentos de suicidarse”. Y solo corresponderá al lector decidir, tras la lectura de la historia completa, si en verdad el protagonista fracasa o no…: “porque los personajes no mueren jamás, viven siempre que su mundo es leído”.Hay un lugar en el mundo donde lo imposible es posible, se trata de la ficción, es decir, la literatura. Allí las leyes del cálculo de probabilidades pueden ser infringidas, allí puede aparecer un hombre más poderoso que el azar.

En El Mendébil, un mesías impúber de aires proustianos pierde sus poderes mágicos con el advenimiento de su propia sexualidad, y se ve perseguido por una legión de jóvenes acólitos. En Los gemelos, Cărtărescu se entrega a la bizarra exploración de la ira juvenil, hasta desembocar en la pieza central del libro y compone un romance adolescente bastante banal situado entre largas descripciones de un hombre vistiendo vestido de mujer, REM, considerada su mejor pieza corta, que narra la historia de Nana, una mujer de mediana edad, enamorada de un estudiante de instituto en una Bucarest pesadillesca, enciclopédica, que se eleva a la categoría de ciudad universal. En el sueño de los humanos existe una fase en la que los ojos se mueven a mayor velocidad y, según indican los estudios científicos, es aquélla en la que más sueños se producen. Son esos momentos los que Cărtărescu reproduce de forma magistral en este cuento, a base de círculos concéntricos formados por escenas que a su vez se componen de imágenes aisladas, retazos de vida real y fantasía entremezclados de los que surge una sinfonía perfecta que sólo puede contemplarse en su totalidad una vez se ha caminado por el borde de cada una de esas esferas perfectas situadas en algún lugar fuera del mundo. “REM” es un relato cuya cadencia es capaz de usurpar el espíritu del lector y tomar las riendas de su voluntad, una habitación de espejos, un recorrido por la Vía Láctea dentro de una burbuja. Nadie como Cărtărescu hasta ahora había sido capaz de plasmar con tanto acierto las cotas de crueldad y de demencia que pueden alcanzar los juegos infantiles que, analizados bajo su particular mirada trastornan al lector consiguiendo que en ocasiones no sepa si está soñando, o si son los niños quienes sueñan.

La principal aportación de Cărtărescu a la literatura es su original manera de introducirse en el subconsciente, como nadie lo había hecho antes: plantea un mundo onírico y orgánico a partes iguales, desgarrador pero pulcramente detallado, con una precisión casi escatológica y la costumbre de no omitir el más mínimo detalle. Además de entremezclar como un hechicero lo onírico y lo orgánico, lo hace al igual con lo real y lo fantasioso pero también con los miedos atávicos y con los infantiles. Nada escapa a su magia. Se pasea como un vampiro funambulista entre los temas recurrentes que compactan y dan coherencia a su literatura: los recuerdos precisos de la infancia, del mundo del sueño, las prolija composición del cuerpo humano y de los animales, la sexualidad andrógina y la constante confusión y mutación de los seres vivos.

Se considera que Cărtărescu es uno de los más importantes teóricos del posmodernismo rumano, y se trata de un autor que goza de gran predicamento tanto dentro como fuera de las fronteras de Rumanía. Se consagró con el volumen de cuentos Nostalgia (1993), en el que destaca, de manera indiscutible, «El Ruletista», publicado por Impedimenta en 2010. Siguió Lulu (1994), novela tortuosa y genial que indaga en el misterio del doble, y que le valió el Premio ASPRO. Su proyecto Orbitor (1996-2007), una críptica trilogía de tema onírico, de complicada lectura, adopta la forma de una mariposa, y se considera su obra más madura, y es de una dificultad estilística notable, tanto que se considera de difícil traducción a otros idiomas, y de difícil lectura. Contiene tres volúmenes, Aripa stângă (“El ala izquierda”), Corpul (“El cuerpo”) y Aripa dreaptă (“El ala derecha”). Recientemente ha publicado el volumen de cuentos “Frumoasele străine” La bella extranjera (2010, de próxima aparición en Impedimenta), una sátira rayana en lo grotesco que narra secuencias de la vida literaria genuinamente rumanas pero también cosmopolitas. Tres historias unidas por una sola voz narrativa.


En El Ruletista observamos ya algunos rasgos que cobrarán fuerza renovada en el resto de historias presentes en Nostalgia (El Mendébil, Los gemelos, REM y El arquitecto): escenarios descritos de una forma absolutamente plástica, personajes cargados de problemas en su relación consigo mismos y, sobre todo, un especial uso del tiempo -que Cartarescu domina con especial maestría- que nos sitúa en un contexto de apariencia real pero que siempre colinda con el terreno onírico, con la evanescencia de los sueños. Esta última particularidad, una de las notas que convierten en especialmente atractiva la literatura de este rumano en el ecuador de la cincuentena, nos hace recapacitar de forma casi armoniosa, sin grandes sinsabores pero sin tampoco olvidar los aspectos menos amables de la vida, sobre el viejo adagio latino: tempus fugit. Y es que, si algo les ocurre a los personajes de Nostalgia, es que sienten con especial sensibilidad la huida del tiempo, lo que empuja, a todos y cada uno de ellos, a vivir con gran intensidad los recuerdos del pasado, siempre en contraste con las expectativas de futuro. De esta manera, todos deambulan casi errantes en busca de un equilibrio que solo puede llegar al precio de poner en orden lo fijo (lo inquebrantable por pasado) y lo aún por modificar. Cartarescu confiesa a través de uno de los protagonistas de Los Gemelos: “Pero, en primer lugar, odiaba mi mentalidad de soñador negligente que -lo sabía- me impediría sin duda llevar la vida que me habría gustado”.

Esta descompensación entre la condición frágil de nuestro ánimo y la necesidad de imponerse a las pruebas del destino, conduce en ocasiones a los personajes a un estado en el que ni siquiera saben si reír o llorar. Esta tesitura ambivalente, siempre incómoda, entre la náusea y la alegría voraz, es otro de los fortines de la literatura de Cartarescu, que explica por boca de uno de los protagonistas de Nostalgia: “Me asusta un poco la pasividad con que he empezado a aceptar la situación pero incluso este temor es, de hecho, más bien lo que debería sentir que lo que verdaderamente siento (lo que de verdad siento es un deseo de reír hasta las lágrimas, todo me parece un carnaval, una farsa cómica)”..."


Esta recensión es un extracto y compendio de otras reseñas:





jueves, 6 de diciembre de 2012

“Mientras agonizo”,de William Faulkner: Reseña de Emilio Piquera Gómez.

“Mientras agonizo”,
de William Faulkner
Traducción de Jesús Zulaica.
“El extravagante último paseo”
Reseña de Emilio Piqueras Gómez

La presente obra del ya legendario autor estadounidense es una atípica novela en donde aparecen muchos personajes narradores –hasta quince distintos –, que hacen que el lector obtenga una heterogénea perspectiva de la historia, lo cual repercute en que el ritmo se aminore y puedan ser cuestionadas las reflexiones aportadas por cada una de las voces narrativas.

Es una novela ambientada en un condado imaginario del Missisipi de principios del siglo pasado. La trama principal gira alrededor de la muerte de una humilde madre, Addie Bundren, que tiene dicho a los suyos que, tras su deceso, la han de llevar a enterrar a su pueblo de origen. Para ese viaje, la familia intentará transportar a la difunta mediante una miserable carreta dentro de un ataúd fabricado por uno de los hijos. Durante el periplo, otro de sus vástagos, Jewell, la salvará de una riada mientras la familia se empeña en cruzar un río a pesar de no haber puente, y, posteriormente, lo volverá a hacer en un incendio provocado por otro de los hijos a quien la gente le supone ciertos dones misteriosos. La figura del padre, como figura de autoridad contemporizada en el tiempo literario, aparece muy bien llevada, dibujada como una mente primitiva y generacionalmente trasnochada.

En el texto está, asimismo, mostrada de forma sobresaliente la subcultura de una familia rural, pudiendo ser ese otro de los subtemas de la novela. También, la figura de Dios aparece permanentemente en las páginas de la obra, mediante giros en los diálogos –igualmente muy americanos –, como «que me condene sí…», «que Dios me castigue»…. Aparte de la figura de autoridad ya comentada, también destaca la ingenuidad del pequeño de la familia, mostrada a través de su propia voz narrativa, mediante la técnica del fluir de conciencia, donde a su madre la imagina convertida en pez y niega cualquier atribución negativa hacia ella o hacia cualquiera de los suyos: «¿cómo va a oler así mi madre?». Asímismo, es de destacar el espíritu de solidaridad entre vecinos, que se evidencia a pesar de la incómoda situación que suponía la aparición a lo largo del camino de la familia numerosa con un cadáver en plena descomposición, transportado en la ruinosa carreta.

El género se podría considerar dentro del drama, aunque la trama aporta cierta parte de sarcasmo, pues la imagen de la carreta rodando haciendo huir a quienes tienen la desdicha de coincidir con ella o en los lugares donde deciden comprar o pasar la noche, tiene cierta parte de esperpento y crea una atmósfera muy especial a lo largo de toda la obra. Aparte de eso, el autor utiliza en la obra técnicas novedosas, como la comentada del fluir de conciencia ya tratada en “La señora Dalloway” por Wolf, o en el “Ulises”, de Joyce; también es innovador en la utilización de tantas voces narrativas, en donde el lector ha de seleccionar cuáles encuentra fiables para al menos intuir el próximo hito en la trama, técnica originaria de Henry James y que posteriormente Nabokov perfeccionaría más.

Los personajes están bien creados, consiguiendo en ellos suficiente consistencia. Además, al darles a todos voz narrativa con el Flujo de Conciencia, hace que se profundice más en cada uno de ellos, y resulten más logrados. En cuanto a los diálogos, se muestran bastante particularizados, con expresiones propias de cada uno de ellos: «mi madre es un pez», del pequeño, «que me condene», del médico…«si madre estuviera lo aprobaría», del padre… El lenguaje empleado, según la voz narrativa que utiliza, lo va acomodando a la propia idiosincrasia del personaje tanto en los monólogos como en los diálogos, los cuales existen en abundancia. Quizás, algunas veces los pronombres personales, sobre todo “él”, llega a confundirse, pues no queda claro en la voz narrativa a quién se refiere, y en más de una ocasión hay que volver atrás y releer contextualizándolo según las costumbres de cada protagonista. En cualquier caso, exhibe un lenguaje llano, fácil de entender y sin ningún intento de florituras, aunque sin concesiones.

En resumen, la novela parte de un ritmo más lento, mientras el lector va haciéndose con la trama a través de las diferentes voces narrativas y va identificando a los personajes que hablan, para posteriormente aumentar esa cadencia. Extraña un poco no tener una fuente narrativa única y fiable, pero a esa cuestión, también el lector acaba acostumbrándose, y si se reflexiona un poco, se convendrá con el autor en que es una técnica que se asemeja más a la vida real, donde suelen coexistir múltiples puntos de vista, de entre los cuales hemos de forjarnos el nuestro propio. En cuanto a las descripciones, las de los personajes están bastante conseguidas, pues es a ellos a quienes les ha dedicado la mayor parte de la focalización durante toda la obra.

En fin, una novela diferente en un momento en que suponía toda una innovación el uso de las múltiples voces narrativas y el prolífero uso del Flujo de conciencia; y también una obra con un argumento original donde los haya, que consigue que el lector imagine y disfrute con la respuesta de todos los personajes con quienes se cruza la extraña comitiva. Y, por supuesto, una propuesta que, por su estilo y aportaciones técnicas se engloban dentro de esa original obra representativa de autores experimentales europeos como Wolf, Joyce o Proust, que, junto con Faulkner, influyeron tan decisivamente en la novela del boom hispanoamericano y posteriormente en toda la novela contemporánea.

EMILIO PIQUERAS

viernes, 23 de noviembre de 2012

El astillero de Juan Carlos Onetti. Reseña de Emilio Piqueras Gómez.

“El astillero”,

de Juan Carlos Onetti. Ed. Seix Barral 1983

Reseña de Emilio Piqueras Gómez


El astillero es la obra cumbre del uruguayo Juan Carlos Oneti y una de las más prestigiadas de toda la literatura hispanoamericana. Una novela lúgubre, oscura y triste que trasluce un trasfondo de angustia, de falta de motivación o carencia de expectativas de futuro que sitúan la propuesta dentro de la línea existencialista, siguiendo los pasos a otros literatos como Sastre, Heidegeber o Camus. Con el fin de poder realizar una reflexión sobre esas profundas raíces de la obra, voy a ahondar en tres distintas líneas: una primera, donde se analizará el tema de la obra; una segunda que se ocupará de estudiar el perfil de los personajes –ya que en la novela no es solo Larsen quien se ve inmerso en la crisis existencial –; y una tercera, en donde se analizarán los factores que evidencian esa crisis.

Uruguay a comienzos de los 80, momento en que se escribió la obra, es un país gris hundido en la miseria a que les había llevado la dictadura militar. Onetti refleja en su obra esa decadencia que se extendía a todas las parcelas, regiones y estamentos del país. La obra comienza con la descripción de la población de Santa María y de la empresa El Astillero, con su puerto, a pocos kilómetros de la localidad, que serán los lugares en donde va a transcurrir la trama. Todos los paisajes y estructuras que se describen son oscuros, degradados y solitarios donde la miseria es la protagonista.

Larsen retorna al lugar de donde fue desterrado unos años atrás, y es reconocido por los asombrados ojos de los vecinos. Petrus, el dueño del Astillero, le propone un absurdo trabajo como Gerente de la fábrica, cargo que acepta tras una, no menos absurda, discusión sobre los términos de su sueldo con dos que se suponen serán sus subordinados, Khun y Gálvez. La trama girará alrededor de la mentira del empleo, de la soledad del gerente, del irrealismo de la situación… y se complicará al aparecer un documento falsificado por el propietario, que puede llevar a la cárcel a Petrus y que Gálvez posee. Cuando el temido encarcelamiento se produce, Larsen visita al dueño en la prisión, enterándose posteriormente que el administrativo que entregó las pruebas se había suicidado en el río. El desenlace comienza con su regreso a Puerto Astillero y la noche de amor con la criada de su idiota novia, lo demás habéis de leerlo para sacar vuestras propias conclusiones.

La obra es una auténtica tragedia de principio a fin, una historia de fracaso en un ambiente de degradación en donde no se salva nadie. La propuesta contiene muchos componentes filosóficos, Onetti pone los anteojos en la realidad de la existencia humana. Dibuja, al igual que Sastre, a los personajes como seres solitarios, angustiados, desilusionados… hombres cuya vida no tiene sentido y que, al no anhelar ningún horizonte, esperan la muerte sin más. Se nos presenta la realidad de una sociedad pobre, en declive, que se ha denigrado hasta límites insospechados; pero no la inventa, quizás solo la extrapola, pues parece un espejo de la realidad uruguaya de la década de los 80, una sociedad en donde el pesimismo reina impregnándolo todo, porque, sin duda, la crisis económica se refleja en la miseria, en los lugares degradantes, insalubres… Por todo ello hay que afirmar que el tema principal de la obra es esa vida sin sentido de los protagonistas, que no solo se desenvuelven por lugares sucios y decadentes, sino que nos muestra que también sus acciones son miserables, signo de la degradación y desesperación, lo cual nos sugiere el carácter incierto y precario del hombre en el mundo. Y todo lo expuesto, en su conjunto, es lo que demuestra ese vacío existencial y convierte la obra en un auténtico tratado novelado sobre la crisis existencialista.

En cuanto a los personajes, casi todos ellos aparecen –y no solo Larsen, como ya he adelantado antes– marcados por una vida desnortada, insatisfecha y falta de esperanza. Así, si hacemos un repaso de los protagonistas, vemos a un Larsen, individualista y depresivo, que tuvo que irse expulsado del pueblo y que vuelve queriendo sacarse la espina, que acepta rápidamente un cargo que podría ser el icono de su triunfo, pero que cuando descubre de qué se trata, ante la visión de la realidad, reacciona de manera fantasiosa e irrealista y muestra sus artes de manipulador; en fin, una persona que, en pocos meses que dura la trama, se degrada en todos los niveles –físico, moral y anímico– hasta acabar destrozándose. Petrus, el dueño, es mentiroso, muy manipulador e irrealista, capaz de estar afirmando en cada momento que ya han llegado las ayudas del gobierno, que se van a hacer casas para los empleados o que faltan escasas semanas para reflotar la empresa, cuestiones que Larsen apoyará al instante. Gálvez miente todo el rato con su sonrisa –aunque eso a veces no deja de tener mérito–, pero luego es muy individualista y se muestra indiferente, sobre todo hacia su familia. Kunz, el técnico, quizás sea el único que salva un poco el perfil: es trabajador, serio, prudente… Luego, podríamos hablar de alguna de las mujeres: Angélica Inés, una pobre idiota a quien no hace falta adornar de ningún calificativo más; o la mujer de Gálvez, despreocupada, infiel, que no le importa nada su imagen… Y bueno, hasta un médico de Santa María que interviene en la obra se ve una persona infeliz, que ha fracasado, que está en fase decadente. Como vemos todo el elenco de personajes está cortado por un patrón bastante decadente, todos pueden pertenecer a un submundo donde la crisis existencial ha convertido a las personas en despojos de sí mismos, pero lo que es peor, no es solo su perfil, su imagen, su yo, lo que está desnortado y falta de vida, sino que encima son miserables todas las acciones que emprenden. Por salvar algo el álbum, citaré al mucamo que a pesar de que se le pueda tildar de cobarde por no abandonar la población, parece ser el único que acepta su situación sin llevarlo mal y que habla a las claras a Petrus, sin mentiras ni fantasías.

En cuanto a los factores que evidencian esta crisis existencialista, citaré, los siguientes: “El vacío existencial” que trasciende a la mayoría de los personajes;” la vida sin sentido” que se ve en sus trayectorias individuales; la “degradación personal” que día a día van sufriendo, desde el dueño que acaba en la cárcel, Gálvez que se suicida… o en la miseria de sus acciones, así Larsen pierde la compostura en el trato con las mujeres de la obra, progresivamente se va viendo físicamente gordo y torpe, y ya al final, en su último viaje en la lancha, observa su degradación física al mirarse las manos llenas de arrugas y venas hinchadas; y “el individualismo”, como cuando el propio Larsen, a los pocos capítulos del inicio, comienza a darse cuenta de la situación y se convence de que solo debe preocuparse por él mismo; y “la soledad”, como en el caso de Gálvez que no deseaba ir a trabajar y se recostó en su cama, mirando a la pared, pues quería estar solo y no compartir los problemas, o cuando el personaje principal, el gerente, manifiesta reproches y desprecio hacia el pueblo de Santa María, lo cual, en sí es una forma de darse valor y justificar su profunda soledad; también, “la miseria” que impregna todas las escenas: “calles de tierra o barro, sin huellas de vehículos, fragmentados por las promesas…” o cuando el gerente observa los zapatos de hombre, atados con cables de la luz, que lleva la mujer de Gálvez; y “la fantasía”, como cuando Larsen pronostica el resurgimiento de la fábrica sin tener en cuenta las dificultades económicas y sociales que se pueda encontrar, contribuyendo también a ello todos los demás, como Kunz o Petrus; y “la frustración”: también el gerente extraña muchas cuestiones que no ha podido conseguir en la vida, como es la carencia de familia o amigos, o de un futuro claro; y “la angustia” de la mayoría de ellos por estar viviendo una vida en la que no creen y donde todo se les hace cuesta arriba; y ese “irrealismo” que sobre todo alimentan Larsen y Petrus; y “el fracaso”, situación en la que incluyo hasta al propio doctor; y “la infidelidad”, que parece que responde a una carencia de valores personales y queda escenificada en la de Larson para con su novia, en las carnes de la mujer de Gálvez y de Josefina, la criada.

En fin, El Astillero muestra una clara orientación existencialista, presentando a lo largo de sus capítulos una pormenorizada exposición de ambientes y detalles, y una descripción psicológica de personajes que lo certifican, así como unos elementos temáticos –ya descritos– sobre los que se puede analizar y comprobar esa crisis existencialista que inunda la novela. Y en ella existe una clara alegoría que se dibuja en dos símbolos, por una parte la del país en declive que se refleja en “El Astillero” y, por otra, la del ser humano degradado que se simboliza en Larsen. Creo que Onetti ha elegido bien los medios para inducirnos a la reflexión que pretendía al objeto de desenmascarar los vicios y pecados que carcomían al país. Y he de decir que, después de haber vivido una historia tan triste, quizás lo más sugerente de la obra es que de alguna forma quedamos advertidos –y ya quisiéramos los lectores, vacunados – para estar alerta en aras de evitar caer en ese abismo.



EMILIO PIQUERAS

lunes, 12 de noviembre de 2012

Vidas y opiniones del caballero Tristram Shandy.

" "No voy a discutir sobre esta cuestión: el Tiempo se desvanece con demasiada rapidez: cada letra que escribo me habla de la velocidad con que la vida sigue a mi pluma; sus días y sus horas [...] vuelan por encima de nuestras cabezas como nubes ligeras de un día ventoso, para nunca más volver; todo se precipita: mientras tú te rizas ese mechón, ¡mira!, se hace gris; y cada vez que te beso la mano para decirte adiós, y cada ausencia que sigue, son preludios de esa separación eterna que pronto habremos de padecer". ... (Fragmento de Tristram Shandy de Laurence Sterne).


Laurence Sterne (1713-1768), irlandés de nacimiento, admirador de Cervantes, Rabelais y Montaigne, pasó de ser un pobre vicario de Yorkshire a convertirse en 1760, con cuarenta y siete años de edad, a raíz de la publicación de su obra maestra, La vida y opiniones del caballero Tristram Shandy, en una de las figuras literarias más famosas y celebradas de toda Europa. Autor poco prolífico debido a sus tardíos inicios y a su delicada salud, constituye sin embargo un vínculo imprescindible entre los grandes satíricos de la literatura universal —precursores de la novela moderna como Cervantes, Rabelais o Swift— y la más arriesgada narrativa del siglo XX, representada entre otros por Joyce, Beckett, o Kundera, descendientes directos y confesos de Sterne.

Su título original es La vida y opiniones del caballero Tristram Shandy (The life and opinions of Tristram Shandy, gentleman) y se trata de una novela de Lawrence Sterne publicada en nueve volúmenes, entre 1759 y 1769. Trata acerca de las aventuras de la familia Shandy del título, así como sus amigos más cercanos, aunque hablar de una historia sea un exceso en Tristram Shandy: en realidad la novela es el conjunto de interminables digresiones que se ramifican de una a otra, sin concluir con ninguna de las anécdotas, al menos no de la forma tradicional. Es hilarante como el narrador intenta una y otra vez contar historias, a la manera de la novela tradicional, pero su esfuerzo siempre se trunca por una nueva digresión. Hay numerosos juegos visuales, tipográficos, páginas en blanco, en negro y hasta los diagramas de la narración, que se alejan mucho de la línea recta, por lo que podría pensarse que debido a su renovación Tristram Shandy fue un libro poco leído, una curiosidad para escritores, pero en su momento tuvo gran éxito.

Javier Mariás, autor de una de sus mejores traducciones, nos dice que es la novela más cervantina posterior al Quijote y el precedente más claro y directo del Ulises de Joyce: por la complejidad de su estructura y su excéntrica ambición, su carácter innovador e irrespetuoso, la dificultad de su lenguaje, sus endiablados juegos de palabras y su disparatada erudición, por sus atrevimientos sintácticos, tipográficos y de puntuación, por su incesante humor para muchos "intraducible". El lector actual que se acerca a la obra más famosa de Sterne descubre con asombro cómo la veta subversiva que alienta la narración desborda los límites de la peripecia para contaminar las mismas convenciones del género. La autorreferencia, la paradoja y el subjetivismo se alían con la explotación de los recursos tipográficos para crear, además, una de las novelas más divertidas de la literatura inglesa.

Importantes acontecimientos del texto quedan separados por años, por el ritmo en que se fueron publicando los volúmenes, por lo que desde su edición el libro revela su naturaleza: más que una voluntad narrativa lo mueve un afán lúdico. Trata acerca de las aventuras de la familia Shandy del título, así como sus amigos más cercanos, aunque hablar de una historia sea un exceso en Tristram Shandy: en realidad la novela es el conjunto de interminables digresiones que se ramifican de una a otra, sin concluir con ninguna de las anécdotas, al menos no de la forma tradicional. Es hilarante como el narrador intenta una y otra vez contar historias, a la manera de la novela tradicional, pero su esfuerzo siempre se trunca por una nueva digresión. Hay numerosos juegos visuales, tipográficos, páginas en blanco, en negro y hasta los diagramas de la narración, que se alejan mucho de la línea recta, por lo que podría pensarse que debido a su renovación Tristram Shandy fue un libro poco leído, una curiosidad para escritores, pero en su momento tuvo gran éxito.

Es una novela en gran medida intertextual, y lo es deliberada y declaradamente sobre todo con dos autores a los que Sterne evidentemente reverencia, Cervantes y Rabelais, y a sus más universales novelas, El Quijote y Gargantua y Pantagruel. Sterne amplifica la incorrección de Rabelais, la locura del Quijote y la forma de narrar de Cervantes, logrando una obra terriblemente personal e innovadora que supone un punto de inflexión en la historia de la narrativa. Nos encontramos ante una narración endiabladamente no lineal que al mismo tiempo está estructurada con una lógica interna que le proporciona una continuidad temporal interna. Una de las constantes en toda la novela, la continua mención a Locke , las apelaciones al lector, despiadadas réplicas a los críticos, historias dentro de historias, o narraciones postergadas o interrumpidas constituyen el laberinto shandyano que construyó Sterne para la posteridad.

Espíritu original y de criterios abiertos, anticonvencional, irreverente, maestro de la digresión y experimentalista. Sterne se enfrenta a los prejuicios y las opiniones trilladas forzando el lenguaje y las construcciones habituales para desmontar las formas lingüísticas que en cada persona determinan la construcción de una realidad cerrada, incomunicable, y opone a esa cerrazón e incomunicabilidad las armas del juego tipográfico, el sentimentalismo y el humor..."

Nos dice Javier Marías: ".. . Vi desde dentro, literalmente desde su interior, cómo se hacía la novela "más libre" de todos los tiempos, según palabras de Nietzsche. Asistí, nos dice, a su creación y me encargué de su recreación. Vi cómo se podía suspender el tiempo una y otra vez, cómo se podían aplazar o diferir los acontecimientos, la historia, sin perder por ello interés; cómo era factible incorporar al lector al texto e interpelarlo, crearle la ilusión de intervenir cuando en realidad se lo estaba llevando de la nariz en mayor medida que en cualquier novela tradicional; cómo cabía ser grave y bromista al mismo tiempo, declaradamente imitador y profundamente original; cómo el ritmo de la prosa lo es casi todo a la hora de envolver y arrastrar al lector, la mayor lección junto con esta otra: hay que ser osado, pero no por serlo gratuitamente y para llamar la atención, sino porque siempre es uno quien manda en lo que escribe. Hay que andarse con cuidado, sin embargo, en la frecuentación de Tristram Shandy, porque ese libro hace al instante viejas cuantas obras se presentan hoy como voluntariosamente innovadoras o "rompedoras". Demasiadas las envía al desván, nada más nacer..."


Es extracto y compendio de otras reseñas:
http://elpais.com/diario/2011/12/31/babelia/1325293970_850215.html
http://ellamentodeportnoy.blogspot.com/
http://perrolobo.wordpress.com/2007/05/21/tristram-shandy/ http://blogs.laverdad.es/franciscoarias/2008/12/27/laurence-ste
rne-francisco-arias-solis
http://es.wikipedia.org/wiki/Laurence_Sterne
http://www.emboscados.com/foro/viewtopic.php?TopicID=839
http://www.filo.uba.ar/contenidos/carreras/letras/catedras/litinglesa/sitio/tristamshandy2.pdf
http://palabrablanca.blogspot.com.es/2007/08/vida-y-opiniones-del-caballero-tristram.html
http://epdlp.com/escritor.php?id=2729


viernes, 9 de noviembre de 2012

El mismo mar. Un relato diferente de Amos Oz. Reseña de Emilio Piqueras Gómez.

Un relato diferente
EL MISMO MAR,
de Amos Oz. Ed. Siruela. Trad. Raquel García
Reseña de Emilio Piqueras Gómez


Para quien ya conociera la letra de este escritor y pacifista hebreo, mi envidia más sana, y para quien no la haya descubierto todavía, os recuerdo que compartió cartel junto a Philips Roth y Paul Auster en una reciente convocatoria del Príncipe de Asturias, aunque la balanza cayera incomprensiblemente del lado de Auster. Y sirva esta reseña como una invitación a sumergirse en los prodigios de su pluma, pues tras la lectura de cada uno de sus poemas deja un suculento poso de satisfacción en el lector, una sensación de estar enriqueciéndose y de saberse en manos de un gran maestro. Tal vez de uno de los mejores del momento, de quien ya hemos podido degustar de obras como “Mi querido Mijail”.

El mismo mar es una osada y fascinante obra en donde el autor juega con las palabras dentro de un estilo narrativo de difícil catalogación, aunque se podría describir como una lírica fundamentalmente prosaica muy conseguida, brillante y audaz. En ella, se profundiza en la búsqueda de los cimientos de cada personaje más que en redondear el argumento en sí. Es su obra formalmente más peculiar. Pero ha de ser leída despacio, saboreando y digiriendo cada frase, pues posee una especial atmósfera, a veces fragmentaria, pero que termina por pertenecer a un mosaico.

La trama gira en torno a Bat, un suburbio de Tel Aviv preñado de desconfianza, en donde un asesor fiscal, Albert Dannon, padece de dos ausencias, por una parte la de su mujer Nadia, muerta recientemente, y por otra, la de su hijo Rico, de viaje por el Nepal en busca de no se sabe bien qué identidad, tal vez solamente por nostalgia hacia la madre, mientras comparte sus días con una veterana prostituta portuguesa. Entretanto, Dita, novia del hijo, va a pasar a ser una musa inalcanzable para Albert, quien tiene que darle cobijo en su casa. Ella hará de amiga, hija y esposa con el viejo asesor –aunque tal vez solo sea en la fantasía de este –, y a la vez llevará su propia vida, externa a la vivienda, en donde aparecen involucrados otros personajes, como un amante y un promotor de cine. También intervendrá como personaje el mismo Amos Oz, mediante la denominación de El narrador. En el relato se le da vida a la difunta Nadia, concediéndole voz e influencia sobre el hijo, parece que por una costumbre judía, en la cual, una madre, aún después de muerta sigue ejerciendo ascendiente sobre los hijos. La historia carece de un final integrador, no manda mensajes de falsos optimismos, aunque no deja de pincelar cierta gratitud en cada uno de los personajes por el simple hecho de la existencia.

La obra está dividida en una especie de poemas, donde lo normal es que vayan escritos en prosa poética, siempre emotiva y sabia, aunque a veces introduzca alguno de métrica regular (eneasílabos en la mayoría de los casos) sin rima, y asimismo, en ocasiones también aparecen capítulos en prosa. Destacaría muchos poemas, pero por el apremio de resumir hablaré de “Una ardilla”, en donde intenta definir cómo vive la menarquia la mujer, poniendo las palabras en boca de Nadia: «red de espinas telarañas de un orden femenino…laberintos de mentiras costuras de artimañas…»; para después desarrollar una espléndida explicación de los ardides femeninos en aras de conseguir gustar al hombre. En este capítulo en prosa prolifera la reduplicación «ojos ojos», y como se ve, cada vez que utiliza el lenguaje libre directo del monólogo, prescinde de la puntuación. También es impresionante “Brasas”, donde mediante sugerentes metáforas y comparaciones, poniendo la voz en boca de Albert, habla apasionadamente del «deseo de mujer», anhelando el personaje que le retorne ese preciado apetito. En fin, sería imposible destacar todos los que me impactaron como “Cierra los ojos y vigila” o “Viene y va”…

El libro no es fácil de definir, pues a su compleja mezcla de estilos literarios, donde integra magistralmente la lírica y el relato, se va a unir una búsqueda de otro estilo muy propio, el de Amos Oz, en el cual, por momentos, parece recuperar los grandes relatos en verso tipo Espronceda. En fin, no es fácil catalogarlo: si como una novela, poesía, autobiografía… Según sus propias palabras, «busca estrechar los espacios entre poesía y prosa, entre ficción y confesión, entre literatura y música…» Es un libro triste que rompe muchos moldes. Parece describir el Israel del día a día, el de la vida cotidiana que nunca sale en la prensa ni la televisión, el de la mayoría de los israelíes, cuyo hogar –cuatro de cada cinco – lo tienen afincado en la costa. Y a la vez, mediante las andanzas del hijo Rico, nos va entremezclando ciertos mitos pertenecientes al Nepal. Pero es esencial destacar que en los textos suele ser muy ambiguo dejando bastante juego a la imaginación del lector. Según Juan Cierco, en El mismo mar « los muertos regañan a los vivos, los vivos preguntan a los muertos, los personajes hablan entre sí aunque estén separados a miles de kilómetros…». En fin, es un relato con mucho componente fantástico donde se traspasan multitud de barreras.

A los personajes los elabora de manera muy consistente y profundiza con esmero de cirujano en ellos, consiguiendo adaptarlos bastante bien al contexto que habitan. En varias ocasiones los dota de la palabra y construye los poemas en primera persona, en otras los pone en voz del narrador. Es una historia contada por distintos personajes, conectados entre ellos por algún tipo de relación, aunque solo sea en la imaginación, pero, en donde todos los protagonistas se encuentran separados de su objeto de amor por algún tipo de impedimento, desde la cruel distancia hasta, en ocasiones, la inevitable y misteriosa muerte.

En definitiva, no puedo imaginarme “El mismo mar” escrito con otro formato. Si el autor hubiera utilizado el estilo estándar de la narrativa, de la novela como siempre la hemos leído, seguro que no hubiera causado en mí los mismos efectos. Por ello os emplazo a que no dejéis de echarle una ojeada a esta revolucionaria obra que rompe tantos moldes como méritos tiene, y os aseguro que, si abrís una rendija de la misma, vuestros experimentados ojos quedarán imantados por lo que allí descubriréis.



EMILIO PIQUERAS

jueves, 1 de noviembre de 2012

Civilización y barbarie en “Doña Bárbara”, de Rómulo Gallegos. Reseña de Emilio Piqueras Gómez

Civilización y barbarie en “Doña Bárbara”,
de Rómulo Gallegos.
Autor: Emilio Piqueras Gómez

A la hora de realizar una crítica literaria sobre la novela de “Dª Bárbara” hay que señalar como tema central esa contraposición exhibida en toda la obra entre los conceptos de civilización y barbarie. Una contraposición existente en los llanos venezolanos, en donde parece que la civilización ha de venir de fuera, mientras que la barbarie ya se encuentra, desde los tiempos remotos, instalada en todos sus parajes, personas y costumbres.

Si analizamos el personaje de Doña Bárbara, cacique dueña de una gran hacienda obtenida por medios oscuros, encontramos a esa persona que quiere salirse con la suya por cualquier medio posible, para lo cual necesita tierras, villanos a su cargo, dinero, y que para ello es capaz de recurrir a las mayores villanías. El instinto de acaparar, de vivir en lo alto de la cúspide no le permite que le tiemble la mano: tiene a su mando a los Mondragones, al Brujeador, a Mister Danger… Y para no tener que cumplir unas leyes que le hubieran sido incómodas, ha procurado meterse a la justicia en su bolsillo, creando sus propias leyes, las que ahora tendrán que respetar todos los que quieran vivir en “El Llano”, todos los que pretendan hacerle sombra en sus aspiraciones, y eso siempre es jugar con una baraja marcada. Si reflexionamos ante esas circunstancias, vemos que “la barbarie” es algo que campa a sus anchas en la región. Sin embargo, sabemos que ella es también una víctima del Llano, pues fue violada de joven mientras que el muchacho de quien estaba enamorado era asesinado, hecho por el cual queda marcada. Esto siempre es una llave para entender la obra. El personaje no nace de la nada, cada uno tiene su propio recorrido. Y además, se nos presenta como alguien que tampoco dirige ni dispone los acontecimientos, planificando los desenlaces, sino que suele actuar por instinto, y aunque por viles principios en la mayoría de las ocasiones, en otras lo hace por creencias irracionales – ella misma se ve como un engranaje clave sobre lo que el destino les tiene deparado a cada uno de los habitantes–; y es por ello que el autor utiliza ese tinte mágico que impregna toda la historia, aunque aportando siempre una adecuada dosis de credibilidad.

En el extremo opuesto está Santos Luzardo quien representa la civilización. Un abogado que regresa de Caracas para restablecer la hacienda de Altamira, expoliada por todos los que quisieron poner en ella su codiciosa mirada. Una civilización importada, pero por un hombre que perteneció al “Llano”, y que es hijo de una familia marcada, quizás de las más violentas de la llanura. Heredero de una estirpe en donde casi todos sus progenitores han muerto de forma violenta, donde su mismo padre mató a uno de sus hermanos para luego dejarse morir. La historia se complica al estar enfrentada su familia –en la actualidad ya solo la compone él unido a sus recuerdos– con otra con quien compartía el caciquismo del Llano. El autor nos presenta a Santos como educado, como defensor de unos principios en donde se cree en el hombre, donde se rechaza la violencia y se lucha por ideales. Santos Luzardo sería el baluarte de la civilización, además, a su lado puede contar con Antonio, quien parece secundarle en sus ideas, y con Marisela, muchacha agreste y desamparada de quien se va enamorando, a la vez que representa un soplo de ingenuidad y belleza en la obra.

Hasta aquí el planteamiento de un pulso entre dos tendencias. Ahora reflexionemos sobre la trama: tras su llegada, en los primeros rifirrafes de los episodios, Santos va ganando terreno y peso en la obra, gracias a sus métodos limpios; sin embargo, llegado un momento, el abogado va a recurrir a un instinto aletargado volviéndose el más agresivo de los hombres, hasta el punto de hacer uso de las armas no para defensa sino para la consecución de unos fines. Y esto ocurre tras unos capítulos en que Dª Bárbara ha estado suavizando sus métodos y mostrando ciertos detalles tanto con Santos como con algunos de sus allegados, pero también coincidirá con la ausencia de Marisela de la hacienda. La trama, pues, va transitando como un acordeón entre los métodos más bárbaros y viscerales y otros más comedidos, en donde el amor o la búsqueda de objetivos menos materiales van modificando ciertas actitudes.

Pero a pesar de los avances de la trama, nadie parece que haya cambiado: Paivia no deja de ser bárbaro, porque muere; a los Montenegros les pasa otro tanto; igual que al Brujeador; todos ellos son personajes que desaparecen, no existe ningún cambio en ellos, no se ve que la civilización transforme a nadie, sino que los que representan la barbarie van extinguiéndose, pero a base de la fuerza. Dª Bárbara es un caso distinto, ella es una protagonista que sí evoluciona, es un personaje redondo, alguien con un recorrido alterno en esa dicotomía barbarie-civilización que sí que comienza a cambiar: necesita “entregar su obra” para conseguir el amor del hombre, según le ha aconsejado El Socio, todo ello dentro de un ambiente de misterio y magia, en el cual la mujerona reina, en parte por intereses de poder y en parte por convencimiento. Si quisiéramos afirmar qué fuerza vence en ella, no sabríamos contestar, ya que hasta en el comienzo del desenlace, cuando ve que Marisela sale vencedora en ese pulso que con ella sostuvo sobre el amor de Santos, llega a empuñar un revolver y está a punto de dispararlo sobre su propia hija, y en el final de la novela, en consonancia con ese matiz fantástico que baña la obra de principio a fin, tampoco se puede precisar si se suicida o se quita de en medio,.

Para concluir, la novela recuerda a otras en donde se debate la idea sarmentiana de "civilización o barbarie", y asimismo, en ocasiones me ha hecho rememorar La Regenta. En cualquier caso, a pesar de ciertos tintes paternalistas del autor y un seguro chauvinismo hacia la tierra del llano venezolano que parece conocer bien, la obra encierra una trama que apasiona, que es rabiosamente sugerente de leer porque la dicotomía tratada quizás esté en las vísceras de cada uno y seguro que en la filogenia de la especie humana, porque, según se ve a diario en las noticias del mundo, no parece que sea un argumento exclusivo del pasado o algo en lo que el hombre haya evolucionado mucho.



EMILIO PIQUERAS


domingo, 28 de octubre de 2012

Adaptación “ULTIMAS TARDES CON TERESA”, de Juan Marsé. Reseña de Emilio Piqueras Gómez


Adaptación “ULTIMAS TARDES CON TERESA”, de Juan Marsé.
Por el director Gonzalo Herralde.
Voy a comentar la adaptación de “Últimas tardes con Teresa” del genial novelista Juan Marsé, una novela del realismo social, muy rica en descripciones, que retrata la Barcelona de los 50 y que es adaptada a finales de los 80 por Gonzalo Herralde de manera digna. En principio, afirmaré que, aunque se haya avanzado últimamente mucho en narratología fílmica, creo que el productor ya supo recurrir a una serie de técnicas fílmicas para aproximarse al sentido de la trama y a los objetivos de la historia. Y como soporte del comentario, intentaré en todo momento tener en cuenta las relaciones existentes dentro de una adaptación entre estas dos expresiones artísticas, que son la novela y el cine, mutuamente alimentadas ya durante tanto tiempo y con un futuro abierto muy prometedor.

El tema principal de la novela es la lucha de clases, y como subtemas subrayo el amor, el retrato de la Barcelona de los 50 y los particulares caminos para avanzar en la vida. Y paradójicamente, la mayoría de asuntos considero que están bien versionados.

Sin embargo, la estructura de la novela difiere en ocasiones con respecto al film, pues en aquella, tras la escena inicial de la llegada a la fiesta, aparecen ciertos flasbash que recuerdan las mocedades del protagonista, mientras que en la película, a lo sumo, vemos mediante superposición de escenas algunos retazos que nos sugieren partes de la historia. Faltan asimismo en el film capítulos completos y otros parciales: algunas escenas no están, v.g. la de un robo, otras quedan muy recortadas, como las que nos traían información de la niñez de Manuel, o cuando, ya al comienzo del desenlace, hurta la moto del cardenal, y esa adición de ausencias hacen que parezca que la película se queda corta, –he de decir que Marsé nos tiene acostumbrados con su realismo-naturalismo a proporcionarnos abundancia de detalles en sus novelas y entiendo que no tiene que ser nada fácil adaptarlo –. Pero para hablar de la estructura es inevitable revisar el comienzo y el final. El inicio es relativamente fiel, y además, presenta con creces la idea de la trama; sin embargo, el desenlace es algo distinto: el de la novela es más dramático, contiene una escena más que la película no refleja, pues en esta se despide la obra con un rompiente de olas sobre una casa al lado del mar, superpuesta con una frase que le dirige Teresa en su última carta recibida.

En cuanto a los personajes, encontramos varias desemejanzas. Por una parte, con Manuel Pijoaparte se consigue el dibujo realizado por Marsé: Ángel Alcázar entra en el papel y pasa por ese atractivo varón con un color de piel que sugiere el sur, con voz morosa y grave, gran efecto sobre las mujeres y cierto resabio contra la vida; además de ser tierno y egoísta a la vez, cruel con quien se encuentra demasiado próximo…; pero, sin embargo, echo de menos sus aires de charnego, su argot de barrio, su mezcolanza dialectal entre catalán poco leído y el habla andaluza. Por parte de Teresa, descubro una diferencia de años demasiado evidente, Maribel Martín ya es una actriz treintañera y cuesta imaginársela con esa espontaneidad, ingenuidad o idealismo con que retrata Marsé a una chica de unos 18; en los demás actores, a pesar de no ser tan significativos, consigue un reparto de gran calidad que se adapta brillantemente al rol asignado –destaco al que hace de Bernardo.

En cuanto al estilo, no me imagino la película sin ese acompañamiento de guitarra –y a veces de violín– con esas tomas lentas, de y desde el Carmelo, y sin esa preponderancia de las tomas en primer plano de Manuel o ese ritmo cadencioso de las imágenes que sustituyen las descripciones.

En un rápido repaso sobre las técnicas fílmicas, habría que hablar de algunas “supresiones” de escenas que no aparecen, como las relativas a la infancia de Manuel: su madre como sirvienta, la familia francesa que le invita a París, o escenas de acción como cuando discute con El Cardenal y termina llevándose la moto; y de diálogos o de muchas de las prolíficas y crudas descripciones a las que nos tiene acostumbrados Marsé. En cuanto a las “compresiones”, parece que es una técnica consustancial de las adaptaciones, por lo tanto, sería poco significativo hablar de escenas recortadas, pues recordemos que la novela y el film, además de que se abastecen mutuamente, son mundos con personalidad propia. Con respecto a las “transformaciones”, tan prolíficas en esta versión, muchas de las narraciones las convierte en diálogos con los que avanza la trama, pero sobre todo, despliega extraordinarias tomas que sustituyen a las descripciones, en especial las realizadas en y desde el Carmelo, con esa parsimonia a la hora de recrear las imágenes y con ese fondo de guitarra donde queda a un hilo de parar el tiempo. Con la imagen consigue extraordinarios efectos, por ejemplo, a través de los primeros planos sobre Manuel nos está constantemente plasmando la personalidad tan absorbente del protagonista; asimismo, también logra describirnos el componente de la etopeya de algún personaje mediante acciones concretas, como del Cardenal u Hortensia; de igual manera, la escena en que Manuel pasa por anarquista con los amigos progres de Teresa, se puede entender como una auténtica metonimia para sugerir la ideología idealista y progresista de la hija de los Serrat. Hay que decir que se aprecian también varias “añadiduras” en el énfasis que realiza en ciertos diálogos, en algunos primeros planos o en la recreación de escogidas escenas: destaco la de Teresa aparcando el descapotable blanco junto a un asno, manteniendo el enfoque mientras que va preguntando por Manuel a alguno de los vecinos del Guinardó, una escena que se convierte en una rompedora antítesis. Asimismo, habría que comentar en la versión cinematográfica las “visualizaciones” con que va jugando, los “visillos” que utiliza al unir una escena con la otra, consiguiendo darle un efecto de unidad a toda la película: propongo dos muy gráficos del final cuando Manuel va rememorando la carta de Teresa: uno, mientras se le acerca la policía, donde, a la vez que recuerda ve la imagen de la casa de Teresa desde el jardín; y el otro, en la última fotografía del film, que ensambla las palabras de Teresa «sé orgulloso y atrevido hasta la muerte», en tanto las olas golpean la casa al pie del mar, que nos sugieren ciertas expectativas y una palpable rabia mediante la fuerza de la escena.

En conclusión, primero diré que este trabajo de comentar una adaptación ha sido muy novedoso para mí, y sé que habré metido la pata en algunas de mis afirmaciones, pero me ha parecido interesantísimo por lo que se aprende, en especial de literatura. Me identifico con la idea de que no existen estándares para una buena adaptación en cuanto a la fidelidad o perversión con que reproduzca el texto escrito, esa no es la clave y no creo que exista un modelo fijo para definirla, sin embargo, confieso que sigo teniendo demasiado en cuenta esa falta de fidelidad. Sí que creo que en el film de Últimas tardes… se atrapa el espíritu de la novela y se siguen las líneas maestras de la trama, que quizás sea lo importante, aunque, evidentemente, existe algún mensaje importante trastocado, v.g. en la novela, tanto Teresa como Manuel tienen claro que ese amor no les va a llevar a ninguna parte, que pertenecen a mundos distintos; y sin embargo, en el film, Gonzalo Herralde se preocupa más por la parte romántica y carnal visionada. En cuanto a comparaciones con otras adaptaciones, he de decir que he disfrutado con ambas versiones de “El Padrino”, o “Los puentes de Mádison”, que me pareció que ganaba en el film, o “La semilla del diablo”, de Ira Levin, en donde en la novela no me enteré muy bien, y sin embargo el film me pareció sorprendente. Al contrario, me causó mala impresión la versión cinematográfica de “Memorias de una Geisa” o “El perfume”. En fin, creo que “Últimas tardes con Teresa”, por lo que respecta al hilo de la trama, mantiene un nivel aceptable, y entiendo que ha sabido utilizar unos recursos fílmicos que compensan y complementan a los literarios. Por todo ello y aun sin llegar al nivel conseguido por Marsé, en conjunto me parece una apuesta notable sobre la versión novelada.


EMILIO PIQUERAS

jueves, 18 de octubre de 2012

Mario Vargas Llosa: La ciudad y los perros. Reseña de Emilio Piqueras Gómez.

La ciudad y los perros”,



de Mario Vargas Llosa, Edit. Alfaguara 2004

¿Una novela determinista?

La presente obra de estilo realista-costumbrista, que encumbró al genial autor peruano, fue escrita en el año 1963 con fuertes dosis de autobiografismo en torno a su vida en Lima, la relación de y con sus padres, con sus compañeros o su propio paso por el Colegio militar Leoncio Prado. Intentaré demostrar en esta reseña que solo en algunos aspectos puede considerarse determinista la novela, no obstante, sí es cierto que existe una aplastante presión desde algunos estamentos por costumbres demasiado arraigadas y una inercia que empujaba parcialmente a los ciudadanos limeños, y en concreto a los adolescentes del internado.

En la obra se cuentan las vivencias de unos alumnos internos en el Colegio Militar Leoncio Prada, sobre todo la del Poeta, El Esclavo, y Jaguar, cadetes pertenecientes al Círculo, que están terminando secundaria, quienes, bajo las órdenes del teniente Gamboa, todos los días deberán cumplir con una vida militar, a la vez que darán sus clases y tendrán sus horas de estudio. La historia comienza cuando uno de los miembros del Círculo, designado por sorteo, deja ciertas huellas tras robar un examen de química. La narración no es lineal, van alternando regresiones en la historia –como el episodio del bautismo de los “perros” (cadetes recién llegados) o la vida de alguno de los protagonistas antes de ingresar en el Leoncio Prada–, con el desarrollo de la trama, en donde El Esclavo, que estaba de imaginaria la noche del robo termina denunciando al autor, y posteriormente, Jaguar acaba por descubrir al chivato y mata al Esclavo, todo ello, en medio de una suerte de denuncias y presiones para que se oculte la verdad en sobre el asesinato y sobre el ambiente denigrante y vejatorio existente en el colegio.

El trabajo lo voy a basar en tres puntos. El primero, en cuanto a la existencia de un determinismo débil, que posee una relación muy estrecha con la tradición. El segundo, sobre un determinismo fuerte, que en caso de evidenciar profundas influencias en la trama, podría etiquetar a la novela de determinista; y en tercer lugar hablaré del existencialismo, un enfoque que pone al individuo en primer plano y nos recuerda que el hombre, cuando no le gusta la vida que lleva, se angustia, desencadenando una serie de reacciones; y que por lo tanto podría servir como contrapunto del determinismo.

En cuanto al determinismo débil, se confirma un cierto determinismo “geográfico”, un ejemplo lo encontramos en que los “serranos” eran quien mayoritariamente conformaban al ejército peruano, pasando desde el Leoncio Prada a las academias militares. Además se daba un cierto determinismo “social”, de manera que la adscripción al colegio Leoncio Prada provenía mayoritariamente de hijos de familias desestructuradas, como podemos ver en casos como el del Poeta, Jaguar o El Esclavo: el ingreso en el colegio militar, era una solución drástica que podía deberse a diversas razones, algunas ocultas, verbigracia del Jaguar, pero en la mayoría de los casos ocurría por una falta de estabilidad familiar. Asimismo, existe cierto determinismo “de clase”, como cuando los amigos/as del Poeta buscan pareja entre las chicas/os miraflorinas/os, o el mismo Poeta termina con una chica de su mismo nivel social, Marcela. Este tipo de determinismo, el débil, muchos autores lo entroncan con lo que es la tradición; pero por tradición ocurren muchos hechos y se dan muchas circunstancias en la vida sin que eso reste el libre albedrío al sujeto.

En cuanto al determinismo fuerte, ese que sí podría declinar el sentido de la balanza para afirmar la existencia de determinismo, citemos primero un parámetro que parece cumplirse, el determinismo “psíquico”, ese que afirma que ciertas respuestas que hemos aprendido de chicos serán las que sigamos utilizando durante el resto de nuestra vida, y esto se verifica en parte, como en el caso de Ricardo Arana, el Esclavo, persona protegida en su niñez por madre y tía y luego anulada por el padre, quien será un individuo humillado hasta el día de su muerte, o en El Jaguar, quien aprendió a ser dominante en su niñez, lo fue a su paso por el colegio militar y siguió siéndolo una vez fuera, como cuando coge del pescuezo al cura para que le case con Teresa; o Gamboa y El Poeta que son personajes con principios y logran conservar esa cualidad; por tanto este parámetro parece cumplirse. Pero veamos el segundo parámetro, el “ambiental”, según el cual, por ejemplo, Jaguar, viniendo de la familia que venía, debería haber acabado más o menos como el hermano, y de hecho casi le ocurre, pues entra por la misma senda del robo y violencia junto con el flaco Higueras, y aunque, por ciertas vueltas de la vida acaba en el colegio militar, sigue siendo quien era –quizás con suerte, eso sí –, y termina la novela con un trabajo y casado con la chica de quien siempre estuvo enamorado; se podrían buscar más ejemplos en otros personajes: me centraré en esta ocasión en el teniente Gamboa, quien al estar integrado en un estamento militar debería dejarse llevar por la inercia, pero no lo hace y conserva un criterio propio, hasta el punto de provocar que sus jefes se libren de él. Por lo tanto, por la evidencia de ambos ejemplos, se podría afirmar que este parámetro no se cumple y el “determinismo fuerte” quedaría cuestionado

Y en tercer lugar me gustaría hablar del existencialismo, porque creo que es un contrapunto del determinismo. Porque el ser humano necesita algo que le dé sentido a su vida y no se conforma con lo que está escrito si eso no le satisface. Creo que en la obra existe crisis existencialista a varios niveles, y no hablo solo a nivel general en la sociedad peruana del momento, y la limeña en particular, me refiero a la trama de La ciudad y los perros. Creo que varios personajes pasan por esa situación, como es el caso de la madre del Poeta o la del Jaguar; o el Esclavo; o el propio Poeta cuando la angustia le supera y ya no aguanta más callando las sospechas que tiene sobre El Jaguar; o el teniente Gamboa, un militar tan ejemplar, cuando comienza a darse cuenta de cómo es en realidad el estamento militar que le rodea. Considero que el existencialismo de algunos personajes le impide aceptar ese determinismo y eso les empuja a revelarse o a romper con las normas y con lo que se espera de ellos, como es el caso del Poeta o del teniente Gamboa –aunque a algunos esa crisis existencialista los devora, como ocurre con El Esclavo.

En fin, entiendo que en la trama existen dos mundos paralelos, que son el colegio Leoncio Prados y la ciudad de Lima, que ambos condicionan a los cadetes, les influyen y les modelan, que ambos pueden ejercer un cierto determinismo sobre los personajes, pero interpreto que a algunos protagonistas los ha creado Llosa dotados de cierta complejidad, y entre sus cualidades brilla la individualidad, cuestión que se aprecia más al entrar en los últimos capítulos de la obra, donde la influencia de la ciudad se termina imponiendo a la del colegio militar. Por tanto, en cuanto a las características del estilo de la novela, además de sus tintes realistas y costumbristas, me atrevo a afirmar que es determinista, pero solo parcialmente, puesto que también coexisten en ella buenas dosis de existencialismo, el mismo que puede coexistir en el autor –y eso puede ser lo más meritorio de la novela – al sacar a relucir una serie de críticas contra la sociedad peruana, reprobando conceptos e incluso estamentos denigrados y corrompidos.

¿No os parece que esta crítica es la muestra más palpable de que Vargas Llosa no acepta ese determinismo?

EMILIO PIQUERAS

jueves, 11 de octubre de 2012

La casa de los encuentros de Martin Amis. Reseña de Emilio Piqueras Gómez

Entre el horror del GULAG
LA CASA DE LOS ENCUENTROS
de Martin Amis
Editorial Anagrama 2008
Traducción Jesús Zulaika

Me he atrevido con la lectura de esta dura obra, versada sobre la situación de permanente desesperación rusa de tantas décadas, atraído por la contrastada calidad literaria del autor de El libro de Rachel, de «l’enfant terrible», de ese literato inglés de quien no son necesarias las alabanzas para que su prosa se enseñoree en lugares privilegiados.

La novela es una historia irrespirable sobre la atmósfera del estado soviético que queda tras Stalin, donde el dibujo de la deshumanización, la desesperanza y la suciedad de las almas dejan en el lector un ánimo desasosegado y fatalista, siendo la obra de difícil digestión por la crudeza, violencia y falta de cualquier ética humana en los argumentos narrados.

La trama cuenta cómo, entre el final de la última Guerra Mundial y el fin de Stalin, dos hermanos son encarcelados en el Gulag soviético. Uno de ellos es Lev, un frágil poeta que además se declara pacifista, mientras que el otro es el narrador sin nombre, quien mediante su relato va dándole vida a la historia. En el lapso de tiempo entre una y otra detención, el feo y maltrecho poeta contrae matrimonio con Zola, una joven judía de la que ambos hermanos están enamorados. Compartiendo ya fraternal cautiverio, el narrador, un superviviente de la guerra, violador y asesino, en contra de lo que sus actuales instintos amorosos le dictan, va a proteger a su débil hermano en el violento Gulag, en medio de las guerras entre fieras y putas, comemierdas, fascistas...–nomenclaturas estas con la que se denominan en el campo de trabajo a los diferentes clanes –. Y alrededor de la sobrecogedora estancia en el campo de trabajo, del citado triángulo amoroso y de una cita que tuvo lugar en la Casa de los Encuentros, un sitio en donde los prisioneros podían llegar a pasar alguna noche con sus esposas, va a transcurrir todo el relato que nos presenta el narrador. Posteriormente, este emigrará a Norteamérica, en donde se enriquece, terminando por volver ochentón a su país de origen, momento en el cual, rinde cuentas a una fantasmal hijastra –valga el adjetivo porque se la nombra todo el rato pero nunca termina por aparecer –mediante el relato de esta novela, como si con ello estuviera haciendo un acto de contrición.

Los temas que se tratan en la obra son, por una parte, las atrocidades que se producen en la URSS en la época en que trascurre la historia, desde la última década de Stalin hasta Putin, y todo ello filtrado desde los ojos de un violador y asesino, que es a la vez víctima y verdugo del sistema; por otra parte, trata el tema del amor en los tiempos de aquella locura, cuando la mayoría de las muchachas eran huérfanas de padre, teniendo a los hermanos también muertos, en presidio o perteneciendo al partido. Pero, además, el monto de las atrocidades que se muestran van perfilando la psicología de un hombre, el narrador sin nombre, que termina viendo toda aquella historia como si fuesen apacibles jornadas en el desierto del Kalajari en donde unos animales se comen a otros, y todo queda justificado por el argumento de la supervivencia. Esa es la visión que nos termina ofreciendo de muchos de los seres humanos supervivientes, seres cuyas entrañas están hechas a todo, donde la ética heredera de las décadas de Stalin sigue pasando todavía amarga factura a los contemporáneos habitantes de esa frágil Rusia.

La narración esta hecha en primera persona, repartida en varios momentos cronológicos estructurados de manera que en cada una de las cuatro partes que componen la novela se comienza con un capítulo fechado en el 2004, para continuar en los siguientes mediante distintos flashback. La estructura, no obstante, es algo anárquica, ya que el tiempo literario comprende casi sesenta años y, además, se retrotrae cuando lo cree conveniente a fases de cuando la pugna fraternal por la misma mujer, o hacia alguna fase en el Gulag. Eso no es óbice para que deje de entenderse puesto que utiliza una técnica en donde la narración se desmarcará del tiempo y girará exclusivamente en torno a unos hechos: el triángulo amoroso, la estancia en el campo…

Puede recordarnos vagamente a obras como Guerra y paz de León Tolstói o Los hermanos Karamazov de Dostoievski, pero más específicamente se asemeja a Archipiélago Gulag de Alex Solzhenitsyn o a la anterior del propio autor, Koba el temible. Aunque no hay que olvidar algunos ecos resonantes de Conrad, así, se podría entender la presente obra como «el corazón de las tinieblas del Gulag».

La construcción de personajes tiene un notable nivel, verbigracia la aparición y desaparición de la tartamudez en el poeta o la visión deshumanizada de la vida del narrador o la psicología de la superhembra Zola, y ello con una extensión de apenas 250 páginas, que, si la comparamos con el millar de Guerra y paz, no deja de tener su mérito.

En fin, con depurada prosa, destacando en las acotaciones de los diálogos o en el hilo narrativo: «en su frente conspiraron arrugas mínimas antes de que se decidiera a contestar», «con uñas impacientes luchó contra el celofán de una cajetilla de cigarrillos», «prefirió no tomar las palabras escuchadas en su valor facial»…, Amis nos ofrece en esta novela la posibilidad de una reflexión sobre aquella traumática época, desde una narración temeraria con la que el autor osa entrar en los rincones más controvertidos de la reciente historia soviética –temeridad y controversia que le han obligado a afrontar fuertes acusaciones sobre «si él mismo era quien aportaba en la ficción parte de esa ética deshumanizada», quizás porque los hechos tocan los cimientos de esa filosofía británica tan particular.

En definitiva, queda ahí la invitación a que leáis una historia cruel pero narrada con mucha calidad, en donde, estoy seguro que no seremos nosotros quien matemos al mensajero, ¿verdad?


EMILIO PIQUERAS

viernes, 25 de mayo de 2012

Mark Twain. Diarios de Adan y Eva. Reseña de Francisco Manuel Granado Castro.




DIARIOS DE ADAN Y EVA. RESEÑA DE FRANCISCO MANUEL GRANADO CASTRO.

Cuando yo era más joven creía que Dickens y Mark Twain eran intercambiables, dos novelistas de humor delirante que adornaban ambas orillas del Atlántico anglosajón. Luego he ido descubriendo dolorosamente que la inocencia sólo se forja una vez y luego no cabe refundirla ni operar empalmes. Dickens poseyó la suficiente disciplina para encauzar su imaginación y producir onerosas novelas que uno puede adquirir ordenadamente, incluso sistematizadas en las Obras Completas de Aguilar (¡ilustradas!).

Pero el viejo Twain, para el comprador español, resulta esquivo, traicionero y letal. Aparte de una docena de novelitas canónicas, de temática a veces desconcertante y nunca muy extensas, el resto, sus artículos y discursos, sus cuentos y ensayos, sufren de una disparatada confusión. Para adquirir un cuento flamante que no tengas, debes volver a comprar otros diez por enésima vez, nunca en el mismo orden. La misma obra puede contener extractos y fragmentos en una edición que luego desaparecen en otra. El desbarajuste enfurecería a un Job recién nacido.

Aparte de la inquina natural que segregan los editores contra su enemigo jurado, el lector, creo que el desastre debe mucho a la peculiar manera de componer de Twain.

Era un escritor impaciente, voluble, con altibajos de carácter que lo alejaban de la pluma. Podía pasar varios días exaltado en que componía cinco maravillosos capítulos y luego caer en un letargo de meses en que apenas se acercaba al papel para pergeñar aprisa un encargo que cobrar a precio de oro a una revista.

Cuando estaba inspirado su humor resultaba apabullante, pero nunca logró seleccionar y discriminar lo que se le daba bien, la vida popular de la América profunda, su acento vernáculo, y sus propias obras adolecen de fragmentos dispersos e intercambiables, productos de los distintos estados anímicos que lo trasegaban. Nadie con ese nivel de excelencia ha desbarrado tanto ni experimentado cosas tan disímiles, desde el microbio a las galaxias, de la historia ficción a la Biblia, la diatriba política, las aventuras juveniles, los viajes, incluso hasta el más allá, Satanás o la crítica literaria, las continuaciones y comentarios a sus propias obras y los discursos, la fábula y la autobiografía.

Sus obras largas suelen comenzar de una manera apoteósica y prometedora, para más temprano que tarde terminar diluyendo su entusiasmo y arrastrarse hasta un final cogido casi a contrapelo, si no es que necesitaba abultar más el volumen y el muy ladrón le añadía anexos y epílogos. Sin embargo, incluso en los más burdos rellenos mercenarios podía alzarse con frases y ocurrencias geniales, con atisbos de ese portento al que asociamos su nombre. Hombre para las antologías, para las recopilaciones, descubrió por sí mismo que escribir exigía un estado de ánimo adecuado y se resistía a ponerse ante un papel sin él. La suya es una obra inacabada, en marcha.

Nunca se consideró un novelista y en cierto modo tenía razón. Funcionaba perfectamente en el relato corto, en la anécdota contada por algún peón o profesional sin pretensiones, en el extracto, en la reflexión espontánea a propósito de cualquier tema. Solía cambiar de propósito en plena obra y como valoraba su producción por la cantidad, pues era más exiguo que abundante, prefería acumular manuscrito antes que rectificar y eso provocaba cambios de rumbo que dejarían bizco a un camaleón. La mayoría de las veces sus libros se concluían por aglomeración.

Por eso el Diario de Adán y Eva resulta una muestra deslavazada de pura genialidad, poesía y humor combinados, interrumpidos por los accidentes de su composición. El lector nada más abrir el Diario de Adán recibe una bofetada de humor, ingenuo en apariencia, descarnado conforme pasan los párrafos, y a poco confundirá a Adán con el propio Twain, irreverente, natural, blanco de sus propias burlas.

Adán como tipo y como individuo siempre le fascinó. En su primer libro de viajes, Los inocentes en el extranjero, ya se inventa una tumba de Adán en plena tierra santa, para aliviar su deseo de caricaturizar algún tema bíblico sin escandalizar al lector. El fragmento del Diario de Adán lo inició en 1892, y lo publicó el año siguiente para un volumen especial en que varios escritores trataron sobre las Cataratas del Niágara. Se publicó con el pomposo título de “La primera y auténtica mención de las cataratas del Niágara. Extractos del Diario de Adán. Traducido del original por Mark Twain.”

Doce años después, ideó un Diario de Eva en memoria de su esposa muerta. Frente al personaje cómico del hombre, a ella le atribuye una encantadora ingenuidad y una tierna curiosidad por el mundo que la rodea Es un retrato al agua de su esposa, un canto nostálgico al paraíso perdido, como asegura la última frase del libro. En uno de los fragmentos de Eva parece un poema al revés, cuando ella se pregunta por qué ama a Adán y en lugar de colocar sus virtudes, pondera sus defectos.

Produce el libro una sensación de gozo, transmite el placer del descubrimiento, por la inocencia con la que ambos descubren el mundo y se descubren a sí mismos y al otro. Se sorprende Adán, por ejemplo, él que estaba acostumbrado a estar solo en el Edén, hablando en plural: “¿Tendremos? ¿Nosotros? ¿De dónde he sacado yo esto de nosotros?”, y ya está irrevocablemente en la pluralidad.

Y con el mismo espíritu de explorador con que descubren el mundo, alumbran palabras, ponen nombre a las cosas, nominan, (aunque Adán no entienda muy bien la necesidad de tal quehacer: “Sigue emperrada en pegar nombres a cosas que ninguna necesidad tienen de ellos”) y, en fin, descubren lo que es una “excusa”, una “catarata del Niágara” o un “pez”. Se preguntan cosas tales como por qué en el Edén los leones se limitan a comer hierba si están armados con esos puntiagudos dientes. Descubren el mundo, lo estrenan, aprenden a sonrojarse como una pareja de recién llegados a la pluralidad que citaba antes. No olvidemos que la infancia del escritor fue en tierras semi-vírgenes a orillas del infinito Mississipi. También de niño descubrió el mundo por sí mismo y esta fábula le permite recrear su absorbente delicia.

Suelta Twain, a pesar de esta beatitud narrativa, ideas agudísimas, combinando la poesía con el humor en un juego exquisito: “Aquello iba contra mis principios, pero he descubierto que los principios sólo conservan verdadera fuerza cuando uno está bien nutrido”. Y es genial, porque la misma mano con la que Twain reparte estos derechazos, modela sutilezas: “Anoche se soltó la luna, se deslizó hacia abajo y cayó fuera del artilugio. Fue una pérdida muy grande, y sólo con pensarlo se me destroza el corazón”.

Cuando llegan los niños a poblar la nada ambos se retratan: ella, cuidadora innata, techo, cobijo para los críos; él, despistado ante los prodigios que se operan en el crecimiento, pues ni siquiera sabe a qué especie pertenecen los “animalejos” a los que llaman Caín y Abel. Atentos a esa parte, cuando el asombrado Adán intenta averiguar qué tipo de animal es Caín. El texto es corto, intenso, como escrito de un tirón, y permite una lectura semejante.

Es el epitafio final el que nos hace releer todo el libro de un modo distinto, confiriendo una honda piedad y nostalgia a toda la sucesión de sucesos que Twain ha ideado para la pareja.

viernes, 18 de mayo de 2012

Francisco Manuel Granado Castro. La cabeza de Diana,




Presentación de la novela La cabeza de Diana de Francisco Manuel  Granado Castro.

Señor Decano, señoras y señores. Buenas tardes a todos:

   Me es muy grato hacer la presentación de la novela La cabeza de Diana de Francisco Manuel Granado Castro. La razón de esta complacencia no es sólo por la amistad que me une con el escritor sino también por la calidad de su obra literaria.

   Francisco Granado nació en la localidad sevillana de Guillena. Es abogado y colabora en la revista La Toga, que edita el Ilustre Colegio de Abogados de Sevilla. Es uno de los miembros fundadores de la Tertulia Porvenir XXI de Sevilla, donde imparten su magisterio el poeta argentino Ángel Leiva y la profesora Susana Jákfalvi. La cabeza de Diana es la tercera novela de Francisco Granado. La primera novela que escribió fue La más bella amante por la que fue finalista del Premio Guadalquivir de novela 2010.

  Francisco Granado no es un escritor accidental que haya surgido de la noche a la mañana. Creo que es más bien el paradigma del escritor que hace de su profesión su vida. Desde que lo conozco siempre andaba escribiendo una novela o un relato, o un poema. Granado no escribe para vivir, sino todo lo contrario vive para la escritura. La escritura es su vida. Cuando le pregunté un día desde cuándo y por qué escribía me contestó:

“… Me temo que no estoy preparado para hablar coherentemente de ese mundo de pulsiones e intuiciones que son el alma viva de mi escritura, o la de cualquiera. Sólo atino a pensar que desde siempre quería participar en esa belleza, en ese portento, y no me refiero a la literatura, sino al lenguaje, a esta alegría de idioma que usamos tan desaliñadamente y que sin embargo nombra al cielo, al amor, a la madre y a Dios, todo en la misma frase. Este instrumento que sabe discernir mejor que nosotros la realidad, y que por eso todas las propagandas que en el mundo han sido tratan de amaestrar y llevar a su terreno. Me admira que en la penumbra de una habitación la palabra lucero brille, que al socaire del cariño llamen a un niño tesoro, mi’arma, que hombres macerados por el campo lancen al aire frases como el cepellón tronchado germinó en la sementera. Que las cosas y las personas lo sean porque una vez un mago creó esas dos palabras. Imagínate inventarse una palabra, como Cicerón. No sabiendo cómo referirse a los géneros, se sacó de la toga ese término que nadie usa nunca: sexo. Menudo epitafio para un romano, tan serio como parecía.

Desde niño, el idioma me ha intrigado. Una cosa tan bella, tan cotidiana como el agua o el aire, pero que no es obra del Creador, sino que alguien lo inventó. Resultaba por tanto uno de los pocos misterios de la vida sobre el que podía profundizar.

Escribir es acostumbrarse a la incomodidad de la vida. Siempre estás decidiendo entre una solución y otra, un personaje y el contrario, una palabra contra el resto del diccionario, renglón tras renglón, sin ninguna tregua. Pero la pregunta de por qué escribimos es difícil. Sería como contestar a la cuestión de quiénes somos. Sólo sé que hay un anhelo que no se calla nunca, que puede dormir latente meses hasta que vuelve a picarte en las yemas de los dedos. Ya no sé si hay vida inteligente más allá de esta vida tonta, ni sé si escribir es recomendable para un hombre decente. La gente que no escribe me parece terriblemente feliz, envidiablemente sana. Y cuando más quiero alejarme, cuando ya el papel está doblado para caer en el cubo de la papelera, siento esa minúscula llamada que me dice, Pablo, Pablo ¿por qué me persigues? ¿No me amas? Apacienta mis ovejas."

   En lo que se refiere al origen de esta novela se puede reseñar que el suceso que lo desencadena tiene lugar en enero de 2008 cuando en el Cerro de San Antonio, en la ciudad romana de Itálica se descubre una cabeza diademada de mármol blanco de una diosa romana. La piedra se hallaba estragada y oscurecida en una mejilla. Ataviada con sus habituales atributos iconográficos: la diadema sobre el pelo ondulado que se recogía detrás para no molestar las labores de caza. El descubrimiento es considerado como el hallazgo arqueológico más relevante de la últimas décadas y representa a una deidad romana que bien pudiera ser la diosa cazadora Diana y que podría proceder de la Isla Griega de Paros. La pieza estaría datada entre los siglos I y II de nuestra era.

   Este descubrimiento no podía pasar inadvertido para la desbordante fantasía de Francisco Granado, que le sirve como pretexto para armar la trama de una novela policíaca ambientada en la Inglaterra de la segunda guerra mundial. Granado me decía que la diosa presenta un rostro maravilloso y que al escribir la novela se proponía desvelar lo que se siente al sacar de la tierra esa mirada intrigante, y a la vez encantadora, tantos siglos escondida. Para este propósito, me decía, llevo la pala.

   En su novela Granados detalla el momento del descubrimiento cuando dice:

   “Un jornalero de piel terrosa se encorvó sobre el espacio de tierra que su sombra cubría y clavó el azadón. El filo de la hoja tropezó con un obstáculo. El labriego farfulló una maldición rudimentaria, inconsciente, como el gesto de quitarse la gorra al oír la campanada del ángelus. Soltó el mango del apero y se hincó de rodillas a sacar la piedra. Cuando enterró las manos entre los grumos del mantillo abierto, sus encallecidos dedos no tocaron una piedra al uso, sino que recorrieron una forma de contorno sinuoso. Entonces vislumbró una blancura ósea, fantasmal, al fondo de las desmenuzadas raíces de grama, entre las lombrices y hormigas.

Alonso Bando habría comenzado así esta historia, con una imagen aparentemente trivial, pero de inquietantes consecuencias. Siempre prefirió los inicios simples, que permitieran al lector visualizar el meollo del problema. Apenas se habría detenido a esbozar al fondo la silueta de un pueblo, habitado sólo por ladridos y una ululante desazón entre los olivos. Cierta nube en el horizonte modelaba la forma de una yegua furiosa. Quizás el optimismo de Alonso no hubiera reparado en las torvas miradas que el labrador dirigía a su alrededor, donde otros hombres doblaban la cerviz contra sus respectivas zanjas.

El campesino escupió la colilla y se secó el sudor de la frente con una manga, antes de que sus manos excavaran con la impaciencia del perro que olfatea el hueso. Su apresuramiento alertó a los demás, que le rodearon para que les enseñara lo que había encontrado. Se incorporó en el hoyo a regañadientes.

Entre los terrones del humus primordial, bajo las botas del cavador que se rascaba el mentón, contrariado, los cinco hombres vieron el rostro de una mujer esculpido en mármol, cuyas pupilas blancas parecían contemplar con extrañeza el cielo, como si éste fuera una extravagancia a la que la serena estatua no estuviera acostumbrada. Los aldeanos la observaron arrobados, con cierto temor, como si su larga estadía subterránea le hubiera comunicado telúricamente algún poder. El hombre más joven, el de la camisa blanca, dirigía la cuadrilla, aunque faenaba tanto como los demás, e impartió alegres órdenes para terminar de desenterrar la cabeza sin dañarla.

A eso se dedicaron el resto de la tarde, hurgando en la vieja madre, que pacientemente soportó la exhumación. Ahondaron más por si aparecía el resto de la estatua, pero no la encontraron ni la echaron de menos. La tierra, que no olvida, devolvía una de sus criaturas y los hombres, que aman el presente, se deslumbraban ante el pasado como si fuera nuevo. Así la imagen de una diosa que una vez dominó templos, ritos y ofrendas, yacía ahora sin estrépito sobre una estera y era envuelta en un jirón de mantas dentro de una espuerta para ser porteada por manos infieles.”

  Granado se planteó centrar el descubrimiento de la diosa en mitad de una guerra, pero como la guerra civil española le parecía muy incivil por el maniqueísmo imperante, prefirió trasladar toda la trama a la ciudad de Londres que le parecía un lugar más civilizado.

  En cuanto a la estructura de la novela se puede señalar que tiene tres partes, dividida a su vez en ocho capítulos cada una. La primera parte tiene el rotulo El sueño de Londres. La segunda Dioses no catalogados y la tercera Luz de Tormenta.

  La novela está escrita con una alternancia de la primera y tercera persona. Como toda novela posmodernista, no hay un solo registro sino diferentes atalayas que el escritor, con su oficio, esgrime para ofrecernos la realidad de la historia que nos quiere contar. La novela se abre y se cierra con la confesión del Teniente Gómez, quien anuncia el principio y el final de la historia. El resto de la novela está escrita en tercera persona con concesiones a la primera persona bien a través de las reflexiones de Emna Wells o de los diarios de Alonso Bando y de Lucas que se intercalan en el texto. La novela ofrece por tanto un abanico de voces con registro propio. Así por ejemplo Granado cuando Lucas narra sus desventuras lo hace en un castellano castizo que el autor se ha esmerado en trasladar.

  Para confeccionar la novela Granado se documentó sobre la batalla de Inglaterra. La situación dramática que vivía la población de Londres durante los bombardeos de la Luftwaffe permite a Granado revestirse de un fondo histórico que envuelve toda la historia y que le sirve como contrapunto.

  La protagonista de la historia es Emma Wells, una profesora de Oxford que en busca de un antiguo amor, inicia en septiembre de 1940 una imprudente investigación sobre una estatua robada en el Londres asediado por las bombas de los cazas alemanes de la segunda guerra mundial. A la intrépida profesora le acompañará durante sus pesquisas por los barrios bajos de Londres el capitán español Miguel Laredo. La búsqueda de la Diosa es el hilo con el que se va cosiendo los dos asesinatos que presencia Emma.

  Siempre es discutible catalogar a una novela dentro de un género concreto. Los límites entre la novela policíaca, de espionaje o de aventuras son difusos. Yo la consideraría como una novela negra con una fantástica ambientación histórica. Y a la vez también la calificaría como una novela de aventuras en la que late una historia de amor.

  Un personaje recurrente en las novelas de Granado es el personaje latente que tiene una continua presencia en la novela a través de las referencias de otros personajes, pero que apenas interviene en el desarrollo de la trama. En esta novela de Granado este personaje latente es Alonso Bando, al que se nombra constantemente, y que sólo aparece en la historia a través de un diario que encuentra Enma. Alonso es un amor de juventud de Emma Wells y es el motivo del que se vale el autor para sacar a la profesora de su cátedra de Oxford y llevársela a Londres. Emma busca desesperadamente a Alonso Bando, aunque al final encuentra el amor donde no lo esperaba.

   La novela plantea el misterio de la desaparición de la cabeza de Diana y a la vez trata sobre el inicio de la batalla de Inglaterra. Alemania se había zampado el continente europeo y trataba de forzar a Inglaterra a la paz o invadirla. También narra cómo unos pilotos con unos cursillos dados a toda prisa, detuvieron la embestida de la Luftwaffe. Esta resistencia y el posterior ataque a Rusia determinó el fracaso de los nazis. La novela es un canto del autor en contra del desastre colectivo, el asesinato en masa, en medio del cual los protagonistas se entretenían en descubrir a un mero criminal. Buscar un asesino en medio de una matanza general era tan perverso como necesario.

   Me consta la admiración de Granado por los escritores Mark Twain, Charles Dickens, Augusto Monterroso, Jorge Luis Borges, Manuel Múgica, pero sobre todo por Miguel de Cervantes. Granado es un cervantista convencido de que es imposible escribir nada sin hacer un homenaje al autor del Quijote.
Y así a propósito de un desayuno que le sirven dos damas inglesas al Capitán Laredo Granado dice:
Se atrevió el capitán a parafrasear aquella cita del Quijote:
Nunca fuera caballero / de damas tan bien servido / como fuera un capitán/ cuando a Gran Bretaña vino.

   La recreación de los personajes y la ambientación histórica de la novela es excelente. Quizás lo mejor de la novela, y donde el autor muestra su oficio son los diálogos que trufan la novela. La confrontación dialogada de situaciones y personajes nos da un punto de vista objetivo de la historia. Granado, como un paciente orfebre ha trabajado cada palabra y tilde de esta novela que destaca por su lirismo y por un especial sentido del humor. Las comparaciones y metáforas de que se vale son excepcionales. Los diálogos son vibrantes y hacen que la novela tenga un ritmo que va creciendo hasta el final.
  
   Cuesta tanto trabajo escribir una novela que el mejor reconocimiento que se le puede hacer al autor es leerlo. Lean a Granado y estén seguros que están leyendo a unos de los más prometedores autores andaluces.

Sevilla a 17 de mayo de 2012,
José María Sánchez-Ros Gómez.