miércoles, 23 de septiembre de 2009

Max Aub: Campo de los almendros (El laberinto mágico)

"... El laberinto mágico” es, probablemente, la obra cumbre del escritor español de origen alemán Max Aub (1903-1972), tanto por su extensión, desde luego, como por su ambición literaria. Se trata de un conjunto de seis novelas: Campo cerrado (1943), Campo de sangre (1945), Campo abierto (1951), Campo francés (1965), Campo del moro (1963) y Campo de los almendros (1968) donde se narra todo el periodo de la Guerra Civil española, desde los primeros días de la sublevación militar hasta el trágico final de la contienda, con los restos del ejército y el gobierno republicano aguardando en el puerto de Alicante un barco en el que marchar al exilio y ponerse a salvo de las represalias del vencedor. A lo largo de estas seis novelas, como efectivamente ocurre en un laberinto, cruzan sus vidas y sus derrotas diferentes personajes, seres humanos desorientados y confusos en busca de una salida, de un sendero cierto en medio del caos. Personajes que, a veces, pasan repetidas veces de manera fugaz, figuras algunas que sólo se vislumbran unos instantes, que se pierden de pronto y para siempre tras una esquina del relato, otras a las que, en cambio, el autor reencuentra y sigue durante varias páginas interesado por su final. Campo de Almendros” es el último y el más famoso de los seis libros del ciclo, tal vez, reseña Ian Gibson, la mejor novela del exilio español. Max Aub cuenta magistralmente, con técnica casi cinematográfica no ajena a la de Manhattan Transfer, el pánico y el caos de los últimos días de la Guerra Civil en Alicante. En vísperas del contundente parte final de la contienda del 1 de abril de 1939, caído ya Madrid, abarrotaban los muelles del puerto de Alicante muchos miles de republicanos que esperaban con creciente desesperación la llegada de los barcos anunciados que les librasen de la inevitable represalia franquista.
Max Aub, nos dice Muñoz Molina, escritor incesante, adicto a cualquier género, aguijoneado siempre por la urgencia de contar lo que había visto, fue también, en gran medida, un escritor sin público. En los años peores de huidas y cautiverios, escribe anotaciones sueltas de su diario que tienen algo de mensajes cifrados y emprende el gran proyecto de El laberinto mágico, y da la impresión de que en el mismo momento en que las cosas le suceden ya está imaginando el modo de convertirlas en literatura. Escribe sin parar en los treinta años del exilio mexicano, y el volumen de su trabajo y la categoría de muchas de sus páginas resultan más asombrosos si se reflexiona en la indiferencia con que aquella literatura incesante estaba siendo recibida, en México y en España. Había adoptado la nacionalidad mexicana, pero sabe que allí lo siguen viendo como a un español, un gachupín no del todo aceptable; podía haber sido francés, pero no quiso: podía haber sido israelí, y prefirió seguir siendo español, lo cual, en su caso, es una pura elección de la voluntad, un acto de la inteligencia. Demasiado sabía el precio que pagaba: "¡Qué daño me ha hecho, en nuestro mundo cerrado, el no ser de ninguna parte! [...] En estas horas de nacionalismo cerrado el haber nacido en París, y ser español, tener padre español nacido en Alemania, madre parisina, pero de origen también alemán, pero de apellido eslavo, y hablar con este acento francés que desgarra mi castellano, ¡qué daño no me ha hecho!". Pero eligió seguir siendo de corazón ciudadano de un país que ya no existía —la España abierta y republicana de su primera juventud—, igual que aceptó seguir siendo novelista sin lectores, dramaturgo sin teatro y sin público, colaborador de revistas que nadie leía, escritor de diarios en los que simultáneamente se revela y se esconde, se confiesa y guarda silencio..."
Es extracto y compendio de otras reseñas:

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