
Javier de Frutos señala que la obra del escritor chileno ha alcanzado una notoriedad y reconocimiento que su temprana muerte apenas le dejó intuir. Y Los detectives ostenta ya el estatus de icono de la literatura contemporánea, de “obra maestra”. El premio Rómulo Gallegos en 1999 preludió la trayectoria de una novela que ya ha sido traducida a más de diez lenguas y que el pasado año fue elogiada de forma unánime en Estados Unidos, donde Bolaño, reinterpretado como un beatnik, es considerado el escritor latinoamericano más importante de su generación. ¿Por qué el viaje de los poetas Arturo Belano y Ulises Lima tras las huellas de la escritora Cesárea Tinajero, cuyo rastro se pierde en el desierto de Sonora en los años posteriores a la Revolución, ha adquirido semejante trascendencia? La respuesta sólo puede ser múltiple, como lo son las voces que componen la parte central de la novela, los testimonios que dan cuenta de qué sucedió con Belano, Lima y sus compañeros realvisceralitas en un periplo inagotable que abarca 20 años (1976-1996) y tres continentes. Una respuesta múltiple que debería aludir a la capacidad de Bolaño para narrar de forma verosímil cualquier situación imaginable, para dar saltos temporales y geográficos con la sensación de que sólo podrían contarse así, de una forma excesiva y suicida, donde incluso lo aparentemente descuidado parece inevitable. Una respuesta que tal vez debería anotar que esa actitud visceral es común al relato y a los personajes. La visceralidad como una forma de entender la poesía, la literatura y la vida.
Para María Antonieta Flores todo el tejido narrativo crea una atmósfera de vaguedad, de falta de certeza. El itinerario de la historia está marcado por voces, tiempos y espacios bien determinados que, no obstante y paradójicamente, construyen una estética de la imprecisión. Los personajes de Ulises Lima y Arturo Belano se dibujan y se desdibujan en otras voces, la historia está abierta y el lector no puede saberlo todo ni lo sabrá. El registro íntimo del diario o la confesión es la estrategia que propicia el despliegue de voces, miradas e incompletitudes. En la primera y la tercera parte, la visión la ofrece la voz de Juan García Madero; la segunda, es perspectivista (punto de vista múltiple), y no deja de traer resonancias de esa gran novela de la modernidad que es Manhattan Transfer de John Dos Pasos. Siempre se conocerá la historia por los testigos, protagonistas también y que sólo pueden dar su visión. El lector transita con ellos y así puede saber más que cada uno de los narradores testigos, pero siempre desde la carencia y la duda. El saber del lector se va conformando desde la suma de los fragmentos y, apenas, se concreta al final y de forma penumbrosa. Los personajes secundarios, si optamos por una denominación tradicional, construyen con su mirada a los principales: a Arturo Belano y a Ulises Lima.Esta imprecisión de los personajes que están allí en el texto junto a la visión múltiple de los múltiples personajes lleva a pensar que en el fondo no hay protagonistas y que es una manera de elaborar narrativamente un concepto y tema caro a la posmodernidad: la disolución del sujeto. La segunda parte de Los detectives salvajes expondrá -dice María Antonia Flores, más claramente sus conexiones con la épica. Ulises Lima remite a un degradado Odiseo, sin acciones heroicas salvo la defensa de una prostituta como un hecho circunstancial, sin Penélope que lo espere, tras un amor imposible. Ulises Lima es un antihéroe al igual que Arturo Belano. Este último, exiliado sin regreso, persigue a la muerte. Es ella su Itaca. Por esta razón, uno regresa, el otro no: cumplen, de alguna manera, la ruta de los arquetipos con los cuales se pueden asociar (Odiseo y el rey Arturo). La relación con la obra de Homero se reafirma, señala Flores, por la estructura episódica del libro: cada capítulo o sección posee independencia propia a la vez que va trazando una historia única, y en la segunda parte (tal como en La Ilíada) cada personaje que habla se convierte en héroe de su propio instante. Hay que recorrer todas las páginas para vislumbrar (y aquí es clave el capítulo 23 de la segunda parte) que Los detectives salvajes cuentan la épica y la saga de una generación, la nacida en lo años 50, la de los actuales cuarentones, fracasados e impotentes. No es gratuito que la impotencia sea una de las circunstancias que marcan a algunos personajes y es obvio que no es sólo una referencia física y sexual, sino un símbolo de imposibilidad existencial. Los héroes se pierden en el olvido, desdibujados. Su permanencia está en su ausencia. Los detectives salvajes de Roberto Bolaño, refiere María Antonieta Flores, es una novela que dentro del contexto de la literatura latinoamericana funciona como vínculo entre pasado y presente. Estética y temáticamente tiende un puente entre modernidad y posmodernidad, entre lo real maravilloso —que transita muy levemente en sus páginas al igual que cierto aire rulfeano— y la narrativa del posboom. Los detectives salvajes es un buen ejemplo de cómo estructuras de la llamada subliteratura (novela policial y diario) son el pretexto para que acaezca una buena historia que trasciende más allá de sus propios límites y evoca la presencia de una vida que se escapa y a la vez ahoga."
Esta recensión es compedio y extracto de otras reseñas que se relacionan en los vínculos que siguen:
http://www.sololiteratura.com/bol/bolaobrnotasobre.htm
http://es.wikipedia.org/wiki/Roberto_Bolaño
http://www.scribd.com/doc/2540151/Roberto-Bolano-Los-detectives-salvajes
http://www.hispanista.com.br/revista/Julia_detectives.pdf
http://www.elortiba.org/bolano.html
http://www.diagonalperiodico.net/spip.php?article6754
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