martes, 31 de enero de 2012

Francisco Gallardo Rodríguez: La última noche en esta tierra. (Premio Ateneo de Novela Histórica)

“… La obra La última noche en esta tierra, de Francisco Gallardo Rodríguez (Sevilla, 1958), ha sido galardonada con el V Premio Ateneo de Novela Histórica, concedido por "unanimidad" del jurado. Según se indica en nota de prensa, el jurado de este premio convocado por Algaida Editores y el Ateneo de Sevilla, estuvo presidido por Alberto Máximo Pérez Calero, y acompañado por el presidente de la Sección de Publicaciones y Difusión Cultural del Ateneo, Francisco Prior Balibrea; el adjunto a la Presidencia del Ateneo, Miguel Cruz Giráldez, el presidente de la Sección de Literatura del Ateneo, José Domínguez León, y Antonio Bellido Navarro, que actuó de secretario.
En palabras de Miguel Cruz Giráldez, este libro "es una excelente narración". La novela se instaura en el contexto de la mitad del siglo XII entre Sevilla y el Norte de África. Su protagonista, Sara escribe siendo una anciana a finales de siglo XII sus memorias sobre su juventud, durante el cual aplicó la medicina a las mujeres de Marrakech. En la historia, de relaciones personales, y un sensible punto de vista sobre el mundo femenino, aparecen personajes históricos como Averroes.
Gallardo, que es autor de otra novela sobre los ambientes roqueros de la Sevilla de los años 60 y 70 titulada El rock de la calle Feria, tras conocer el fallo aseguró que, con esta obra sobre la Medicina en la España musulmana, ha querido recrear la Sevilla almohade, "la ciudad de la época en la que se construyó la Giralda, el Alcázar y el puente de barcas" sobre el Guadalquivir.
La protagonista de la novela, personaje de ficción, es nieta de Avenzoar, personaje histórico y uno de los médicos más importantes de Al-Ándalus, según explicó Gallardo, quien aseguró que la acción narrativa transcurre entre Sevilla y Marraquech, donde la protagonista ejerce como médica de mujeres y de niños. En la época, señaló el autor, una mujer podía ejercer la medicina si era de familia noble y contaba con el respaldo del califa, como es el caso de su protagonista que, en la acción de la obra, también conoce a Averroes. El autor explicó que durante 10 años trabajó para una tesis doctoral sobre la medicina en Al-Ándalus y que, posteriormente, se le ocurrió transformar parte de aquel material en novela, en lo que ha invertido tres años de trabajo. Y pese a que la medicina tiene un papel importante en El último día en la tierra, "no se trata de una novela científica", aclara. "He querido acercar esta época de la forma más sencilla posible" a través de un relato en el que entran en juego la historia, las relaciones personales y un sensible punto de vista sobre el mundo femenino. Para ello, el autor ha escogido la fórmula del libro de memorias, y es así como Sara recuerda su vida desde la vejez, cuando transcurre el año 1195.
A la pregunta de si la novela podrá leerse sin susceptibilidades en un país islámico, Gallardo contestó afirmativamente, porque ha sido escrita "con mucho respeto a la cultura islámica". José Domínguez León, responsable de la sección de Literatura del Ateneo, ha destacado que en la época musulmana en la Península muchas mujeres desempeñaron un "papel destacado" en el ámbito de la cultura y que, en cuestiones médicas, al no existir una titulación como sucede actualmente, era la sociedad la que otorgaba el respaldo profesional. Ha añadido que además en culturas de Oriente la atención a las mujeres se reservaba a otras mujeres.
La obra, que se ha impuesto a otros 40 trabajos procedentes en su mayoría de Andalucía pero también de Madrid, Barcelona y tres países de Latinoaméroca, será publicada en los próximos meses en el sello Algaida, editorial que promueve el premio en colaboración con el Ateneo de Sevilla.
Tras su debut literario con El rock de la calle Feria, finalista asimismo del Tigre Juan de Novela, Gallardo celebra esta nueva distinción dotada con 6.000 euros. "No escribo pensado en los premios, pero si llegan, bienvenidos sean", comenta sobre la historia galardonada, ambientada a finales del siglo XII, en los últimos años de la dominación musulmana en la Península....”
Es extracto y compendio de otras reseñas:

jueves, 26 de enero de 2012

Fiódor Mijáilovich Dostoyevski: Memorias del subsuelo. (sesión de febrero)

“… Aún hoy, transcurridos tantos años, estos recuerdos me mortifican. ¡Hay tantas cosas que no se quisieran recordar! Pero... ¿no sería preferible poner punto final a este diario? Creo que empezarlo fue un error... En fin, lo cierto es que no he dejado de sentir vergüenza en ningún momento de esta narración. No ha sido literatura, sino una expiación, una pena correccional.
Referir detalladamente cómo ha fracasado uno en su vida, por no saber vivir, reflexionando sin cesar en su subsuelo, que es lo que he hecho yo, no puede ser interesante en modo alguno. Para escribir una novela hace falta un héroe, y yo, como haciéndolo adrede, he reunido aquí todos los rasgos de un antihéroe.
Además, todo esto producirá pésima impresión, porque todos hemos perdido el hábito de vivir, porque todos cojeamos, unos más y otros menos. Incluso hemos llegado a perder ese hábito hasta el punto de que sentimos cierta repugnancia por la vida real, por la «vida viva». Pero eso no nos gusta que nos lo recuerden.
Hemos llegado a considerar la vida real, la «vida viva», como algo ingrato, como un servicio penoso, y todos estamos de acuerdo en que lo mejor es adaptarse a los libros. ¿Qué objeto tiene nuestra agitación? ¿Qué buscamos? ¿Qué deseamos? Ni nosotros mismos lo sabemos. Es más, si nuestros deseos se cumpliesen, no nos sentiríamos felices. Si nos diesen un poco de libertad, si detestasen nuestras manos, si ensanchasen nuestro círculo de acción, si nos quitasen las riendas, inmediatamente -estoy seguro- solicitaríamos que nos volvieran a poner bajo tutela. Sé que os he enojado, que vais a gritar, a protestar: «¡Hable por usted solo y por sus miserias subterráneas! ¡Suprima ese nous tous!» Perdonen, señores, pero no he pensado en modo alguno justificarme apelando a esta omnitude.
En lo que me concierne personalmente, no he hecho otra cosa en mi vida que llevar hasta el fin lo que ustedes sólo han llevado hasta la mitad, aunque se han consolado con la mentira de llamar prudencia a la cobardía.Tanto es así, que mi vida es tal vez más real que la de ustedes…”
Extracto
"... Memorias del subsuelo, también conocida en español como Apuntes del subsuelo, es una novela del autor ruso Fiódor Mijáilovich Dostoyevski publicada en 1864 donde ya se prefigura un boceto de los personajes mas puros de sus novelas posteriores. La obra está organizada en dos partes La primera, que consta de once capítulos breves y es llamada "La Ratonera", es básicamente un monólogo interior en el que se nos presenta al protagonista, un miserable funcionario frustrado, como un antihéroe contradictorio, enfermizo y excitable, que dirige un largo soliloquio frente a un auditorio fantasmal. La segunda parte, que nace a propósito de la "caída de nieve húmeda", consiste en el relato de una memoria del narrador, donde adquieren sentido los pensamientos expresados en el primer apartado, donde el protagonista cuenta algo ocurrido en su juventud, relacionado con la despedida a Zvérkov, uno de sus antiguos compañeros de escuela y la forma en la que posteriormente conoce a Liza, la prostituta a la que deshonrará al final de la obra.
Las dos partes de Memorias del subsuelo están en íntima relación. En ambas está latiendo la fatalidad de una vida fallida. Cada una de las partes clarifica a la otra. Dostoievski estructura su novela basándose en el contrapunto artístico. El tormento psicológico de una muchacha perdida en la segunda parte está en correspondencia con el agravio recibido por su verdugo en la primera. La novela consiste en el manuscrito de una desairada confesión –“una Icherzählung de tipo confesional” –, pero si atendemos a su construcción formal, en ella predominan la diatriba, la polémica y el soliloquio. Más aún, el texto de estas memorias, redactadas sin intención de publicarse,casi no contienen un párrafo que no se refiera directamente al público imaginario que un día las conozca, de ahí las innumerables apelaciones a esos “señores” o “caballeros” que el antihéroe-narrador finge que le están leyendo o escuchando. Esa nueva novela, al presentar en unidad dos fábulas semejantes y complementarias, crea una cierta multiplicidad de planos. De ahí la importancia estructural, más que ideológica y psicológica, del fenómeno de los “dobles” en Dostoievski, otra aplicación del contrapunto.
Las Memorias del subsuelo es una obra quizá menos conocida o apreciada del creador ruso; allí, el personaje narrador encarna un antihéroe. Lejos de los temples trágicos y nobles del romanticismo, Dostoievski talla aquí una psicología preñada de mezquindad, resentimiento y angustia. El personaje de las memorias es un funcionario fracasado, es el habitante de un subsuelo atribulado que él llama "la ratonera". Pero este turbulento empleado público, aun a su pesar, se ennoblece a través de su avidez por pensar el vínculo entre el hombre y su posible libertad. Una sola tesis se repite en el relato de Dostoievski: el hombre puede entrever una ley natural, un posible orden moral, un horizonte racional de intereses y conveniencias. Pero hará todo lo contrario a lo debido si ello le granjea una sensación de libertad respecto a las leyes. Prefiere optar por un capricho individual a fin de no ser una "tecla de piano" donde las leyes naturales imponen su marca. El hombre prefiere la sensación subjetiva de libertad, el derecho a actuar desde la estupidez y la insensatez.
N. Berdiaeff dictó en 1920-1921 un curso que luego recogió en forma de libro,titulado El credo de Dostoievski, en el que afirmaba que “Las obras de Dostoievski significan no sólo la crisis, sino el fracaso y condenación del humanismo. En tal aspecto puede colocarse su nombre al lado del de Nietzsche. Después de Dostoievski ya no es posible un retorno hacia el viejo humanismo racionalista, que ha sido superado.” Con él “se inicia un cambio radical en la apreciación del problema del hombre.” Percibe una nueva dimensión, en la que descubre principios irracionales, inconscientes, malignos, demoníacos y hasta absurdos e inhumanos, los cuales destruyen la aparente verdad de las antropologías humanistas.
Memorias del subterráneo es una obra literaria clave para comprender los textos posteriores de Dostoyevski, por ejemplo: Crimen y Castigo, Los endemoniados y El jugador; así, es importante mencionar que la manera en que trascurre la relación entre el narrador y Liza establecerá las bases de la afinidad entre Sonia y Raskolnikov en Crimen y Castigo y de Liza y Stavroguin en Los Endemoniados. En esta obra se puede encontrar la influencia del relato "El Capote" de Gogol. Muchos intelectuales existencialistas, señaladamente Jean-Paul Sartre, consideran la novela precursora de esta corriente de pensamiento, así como inspiración directa para su filosofía.
La misma ficción destila desencanto y resentimiento haciendo de la infelicidad una virtud ética y un manifiesto estético, indaga en el absurdo y el sinsentido de un personaje insignificante. El nihilismo indolente y la impotencia del hombre subterráneo en Dostoievski definirían un género que hacia 1919 reinventaría y profundizaría Kafka, género que echaría raíces en la conciencia desgarrada de la modernidad: la insectificación de Gregorio Samsa, la náusea sartreana de Roquentin y el extrañamiento de Mersault en Camus son de una evidente y clara filiación al “momento dostoievskiano
El filósofo Friedrich Nietzsche admiraba profundamente a Dostoyevski, «el único psicólogo, dicho sea de paso, del que yo he tenido que aprender algo». Por otra parte, la influencia de Memorias del Subsuelo se puede encontrar en varias obras modernas, como el conocido libro de Franz Kafka, La Metamorfosis. Y al igual que ciertos relatos de Edgar Allan Poe ("El corazón delator", "El pozo y el péndulo"), se ha señalado esta obra como antecedente decimonónico claro de la moderna técnica narrativa del monólogo interior, característica de algunas de las obras principales del siglo XX, como En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust y, en particular, Ulises, de James Joyce..."
Es extracto y compendio de otras reseñas:

miércoles, 18 de enero de 2012

Alejo Carpentier: El siglo de las luces.

"... La más importante de las novelas hispanoamericanas en las que se vierte un juicio histórico del Setecientos y de la Illustración es, tanto por su propia calidad literaria como por la influencia ejercida en sucesivas generaciones de escritores, El siglo de las luces (1962), de Alejo Carpentier. En ella, Carpentier ha utilizado el símbolo de la luz para emitir sus juicios, articulándolo en diferentes alegorías que explican el significado histórico del siglo XVIII hispanoamericano y caribeño.De las novelas de Carpentier, El siglo de las luces es, junto a El recurso del método, la obra que presenta una reflexión más sistemática sobre la simbología luminosa,y, de hecho, este texto constituye en sí mismo, y desde el título, un ensayo ficcional sobre la inteligencia historiográfica y sobre la penetración de las ideas europeas en la Hispanoamérica del siglo XVIII.
Desde el comienzo de la novela, la acción está inmersa en el encierro y la oscuridad de la antigua casa señorial que ha conocido la muerte del padre. Si en un principio la llegada de Víctor Hugues a la casa donde viven en un desorden de fantasías literarias los dos hermanos huérfanos y su primo parece que es la responsable de la apertura de la casa, de la llegada del orden y de la vuelta de los jóvenes a una agenda diurna con la que pasan a ocuparse por fin del almacén heredado de su padre, la simplicidad de esta
interpretación se pone en evidencia enseguida, cuando el símbolo de las luces demuestre toda su complejidad y su preexistencia ajena a la llegada del ilustrado comerciante de Saint Domingue. Así, el simple tránsito ideal de los tres jóvenes desde el noctambulismo en la vieja casa colonial a las ideas de las Luces es cuestionable, en tanto que éstas suponen sólo el estímulo inicial para su descubrimiento de un mundo antillano que mostrará los visos de su complejidad. Sin embargo, no deja de resultar cierto que la llegada de Hugues será la que sirva para descubrir la contradictoria realidad de las luminiscencias y las sombras que se alojan en el propio mundo caribeño de los jóvenes, singularizándolo precisamente frente a esas Luces de la civilización europea.
Una de las citas más expresivas del sentido trascendental con que se mezclan y se apoyan la revolución y la ideología de las Luces es la digresión histórica que hace el narrador cuando Esteban se encuentra frente a las Bocas del Dragón, la desembocadura del Orinoco, en la que recuerda el engaño de Colón durante su tercer viaje al creer –o hacer creer que lo hacía– que había descubierto el Paraíso Terrenal. El recuento de las voces de los primeros cronistas de Indias le sirve al narrador para afirmar que el Nuevo Mundo había sido «alumbrado, iluminado» (318) por el mito de la Tierra de Promisión. La falsa sinonimia de los dos vocablos, acompañados de diversas connotaciones semánticas, sugiere que las ideas y la teología europeas habrían dado a luz el Nuevo Mundo desde sus propias expectativas culturales, y, lo que es más importante, que este nacimiento historiográfico esconde, detrás de su «alumbramiento» por la inteligencia creadora, una «iluminación», una revelación de tipo religioso.
Ahora bien, todas estas alegorías luminosas, integradas en un mismo sistema de sentido histórico, se pueden resumir en los dos símbolos más poderosos de la novela: la guillotina y el cuadro de Monsú Desiderio Explosión en una catedral. La guillotina, que, como metáfora de la naturaleza contraproducente de las Luces, viaja al Caribe en el mismo barco que el decreto de abolición de la esclavitud, es reducida a
arquetipo como la Máquina. De esta manera, actúa como emblema de la «modernización» que algunos autores (Dussel 1993: 65-76; Yúdice 1989: 105-128) suponen que sustituyó a la «modernidad» como materialización de los ideales ilustrados en las periferias culturales de las metrópolis. Cuando ya ha triunfado en Francia la reacción de 9 Termidor, Hugues desmonta la máquina para no volver a utilizarla más. En sus reflexiones aparece entonces, simbólicamente, la naturaleza oscura de las luces que representaba el cruel invento: «El reluciente y acerado cartabón [...] regresaba a su caja. Se llevaban la Puerta Estrecha por la que tantos habían pasado de la luz a la noche sin regreso»
A lo largo de todo El siglo de las luces aparece un cuadro, una tela de autor anónimo, llevada de Nápoles a La Habana y que termina en la casa de Madrid, titulada Explosión en una catedral. Esteban tiene siempre presente esa "apocalíptica inmovilización de una catástrofe" que contraría "todas las leyes de la plástica" —y, cabe apuntar, de la lógica dialéctica—. Se trata de "la visión de una columnata esparciéndose en el aire a pedazos —demorando un poco en perder la alineación, en flotar para caer mejor— antes de arrojar sus toneladas de piedra sobre gentes despavoridas". "No sé cómo pueden mirar eso", dice Sofía, experimentando tanta repulsa como fascinación por la imagen. En el cuadro se formaliza la gran aspiración de Esteban, y seguramente también de Carpentier: la suspensión de las catástrofes, de las grandes mutaciones, que jamás pueden ser contempladas objetivamente por los sujetos de la historia, sobre los cuales caen violentamente los restos del desastre, sin que alcancen a percibir la degradación del espacio en que se mueven.
Queda así expuesto otro de los grandes temas de Carpentier: el "inconcebible desajuste entre el tiempo del Hombre y el tiempo de la Historia. Entre los cortos días de la vida y los largos, larguísimos años del acontecer colectivo", según se expresa en La consagración de la primavera, desajuste que por sí solo explica la divergencia de las ideas que del mundo se hacen Víctor Hughes, confiado al tiempo histórico, empeñado en una empresa de consecuencias colectivas, y Esteban, atado al tiempo individual, necesitado de resultados concretos, visibles y positivos de sus propios actos, angustiado por un presentimiento de imposibilidad de todo progreso.
Esas dos tendencias estuvieron presentes en el espíritu de Carpentier a lo largo de toda su peripecia vital, como tensión irresoluble. La confianza en lo histórico le llevó a adherir a la revolución cubana, a participar de ella e inclusive a representarla, haciéndose cargo tanto de sus objetivos declarados como de sus errores ostensibles y sus evidentes desviaciones, mientras su acuciante deseo de realidades perceptibles le inducía a una duda metódica, sabia y rigurosamente elaborada para la literatura.
El de Carpentier es, pues, un caso único, que sólo podía darse en los primeros años de la revolución cubana: escribió una novela ferozmente lúcida sobre las metamorfosis del poder desde el interior de ese mismo poder, y salió con bien de ello. Al colorido y exuberancia del Caribe corresponden un estilo y un léxico frondosos, a la medida de la desmesura antillana. Largos párrafos se suceden, con escasos, breves y punzantes diálogos además de fascinantes descripciones de lugares y objetos.Carpentier era un apasionado de la radiante materialidad caribeña en una prosa pletórica de sensualidad, envolvente y fascinante.
Los pasajes históricos, referidos especialmente a la actuación de Víctor Hugues en calidad de agente de la Revolución, son fidedignos. Para su elaboración Carpentier hizo acopio concienzudo de fuentes documentales, proceso en que pudo además enterarse del destino de connotadas personalidades revolucionarias, caídas en desgracia y condenadas al destierro en la Guayana Francesa -destacan los casos de Jaques Billaud-Varenne y Jean-Marie Collot d’Herbois, quienes contribuyen al empaque histórico de la novela-. .."
Es extracto y compendio de otra reseñas: