jueves, 29 de abril de 2010

José Emilio Pacheco: El viento distante.

"EN UN EXTREMO DE LA BARRACA el hombre fuma, mira su rostro en el espejo, el humo al fondo del cristal. La luz se apaga, y él ya no siente el humo y en la tiniebla nada se refleja.
El hombre está cubierto de sudor. La noche es densa y árida. El aire se ha detenido en la barraca. Sólo hay silencio en la feria ambulante.
Camina hasta el acuario, enciende un fósforo, lo deja arder y mira lo que yace bajo el agua. Entonces piensa en otros días, en otra noche que se llevó el viento distante, en otro tiempo que los separa y los divide como esa noche los apartan el agua y el dolor, la lenta oscuridad.
Para matar las horas, para olvidarnos de nosotros mismos, Adriana y yo vagábamos por las desiertas calles de la aldea. En una plaza hallamos una feria ambulante y Adriana se obstinó en que subiéramos a algunos aparatos. Al bajar de la rueda de la fortuna, el látigo, las sillas voladoras, aún tuve puntería para abatir con diecisiete perdigones once oscilantes figuritas de plomo. Luego enlacé objetos de barro, resistí toques eléctricos y obtuve de un canario amaestrado un papel rojo que develaba el porvenir.
Adriana era feliz regresando a una estéril infancia. Hastiados del amor, de las palabras, de todo lo que dejan las palabras, encontramos aquella tarde de domingo un sitio primitivo que concedía el olvido y la inocencia. Me negué a entrar en la casa de los espejos, y Adriana vio a orillas de la feria una barraca sola, miserable.
Al acercarnos el hombre que estaba en la puerta recitó una incoherente letanía:
—Pasen, señores: vean a Madreselva, la infeliz niña que un castigo del cielo convirtió en tortuga por desobedecer a sus mayores y no asistir a misa los domingos. Vean a Madreselva, escuchen en su boca la narración de su tragedia.
Entramos en la carpa. En un acuario iluminado estaba Madreselva con su cuerpo de tortuga y su rostro de niña. Sentimos vergüenza de estar allí disfrutando el ridículo del hombre y de la niña, que muy probablemente era su hija.
Cuando acabó el relato, la tortuga nos miró a través del acuario con el gesto rendido de la bestia que se desangra bajo los pies del cazador'
—Es horrible, es infame —dijo Adriana mientras nos alejábamos.
—No es horrible ni infame: el hombre es un ventrílocuo. La niña se coloca de rodillas en la parte posterior del acuario, la ilusión óptica te hace creer que en realidad tiene cuerpo de tortuga. Tan simple como todos los trucos. Si no me crees te invito a conocer el verdadero juego.
Regresamos. Busqué una hendidura entre las tablas. Un minuto después Adriana me pidió que la apartara -y nunca hemos hablado del domingo en la feria.
El hombre toma en brazos a la tortuga para extraerla del acuario. Ya en el suelo, la tortuga se despoja de la falsa cabeza. Su verdadera boca dice oscuras palabras que no se escuchan fuera del agua. El hombre se arrodilla, la besa y la atrae a su pecho. Llora sobre el caparazón húmedo, tierno. Nadie comprendería que está solo, nadie entendería que la quiere. Vuelve a depositaria sobre el limo, oculta los sollozos y vende otros boletos. Se ilumina el acuario. Ascienden las burbujas. La tortuga comienza su relato."
México, 1963
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José Emilio Pacheco (México 1939) es un poeta, ensayista, traductor, novelista y cuentista mexicano integrante de la llamada "Generación de los años cincuenta", junto a Carlos Monsiváis, Eduardo Lizalde, Sergio Pitol, Juan Vicente Melo, Vicente Leñero, Juan García Ponce, Sergio Galindo y Salvador Elizondo. Ha sido galardonado con el Premio Cervantes (2009); el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2009); el José Donoso (2001); el Octavio Paz (2003); el Pablo Neruda (2004); el Ramón López Velarde (2003); el Alfonso Reyes (2004); el José Asunción Silva (1996); el Xavier Villaurrutia (1973); y el García Lorca (2005). En la actualidad José Emilio Pacheco es una figura central de la literatura mexicana, especialista en Literatura Mexicana del siglo XIX, así como profundo conocedor de la obra de Jorge Luis Borges.
José Emilio Pacheco ha sido un poeta y prosista muy prolífico. Entre las poéticas podemos destacar aquí títulos como Los elementos de la noche (1963), El reposo del fuego (1966), Irás y no volverás (1973), Desde entonces (1980), Tarde o Temprano (1980) que reúne todos sus libros publicados hasta esa fecha incluyendo Aproximaciones (1958-1978). Posteriormente irá publicando otras obras poéticas como Los trabajos del Mar, Miro la Tierra, Ciudad de la Memoria, El silencio de la luna, Álbum de zoología, La arena errante, por citar algunas de ellas. De sus obras en prosa destacan El viento distante, La sangre de Medusa, El principio del placer, Morirás lejos, entre otras.
Se ha dicho que un poema nunca deja de escribirse. Un cuento tampoco, según lo confirma la nueva edición de El viento distante, de José Emilio Pacheco. Aparecido originalmente en 1963, corregido y aumentado en 1969 y sujeto, desde entonces, al trabajo y perfeccionamiento que la prosa de este minucioso escritor le imprime a sus narraciones, este libro continúa su paciente maduración aunque lleva más de treinta años de ser parte imprescindible de nuestro canon literario moderno. José Emilio Pacheco posee una aguda conciencia del uso de la intertextualidad. Sigue a Borges en la creencia de que la literatura es un palimpsesto. En el nuevo texto quedan huellas del anterior, pero surge algo nuevo. Un texto se lee y genera otros cuando el lector se apropia de lo dicho. Por eso, Julián Hernández, heterónimo en que se desdobla Pacheco, afirma que la "poesía no es de nadie: se hace entre todos". "Llamo poesía a ese lugar del encuentro/ con la experiencia ajena. El lector, la lectora/ harán, o no, el poema que tan sólo he esbozado",
El viento distante es un libro sutil, irónico y melancólico, donde la experiencia de la niñez –esas aventuras a la vez cotidianas y misteriosas, esa cierta mirada– ve honda y perplejamente la vida y los seres que la pueblan, a veces sin aparente sentido, a veces con un sentido funesto. El lector de estos catorce cuentos encontrará, además del amoroso inventario de los años distantes de un país, la viva evocación de sus protagonistas: niños capaces de encarnar los sufrimientos más hondos, los terrores más helados; adolescentes en llamas cuya luz es la de las pasiones cotidianas, la luz que cae sobre todos nosotros; personajes que la Historia no registra pero cuyos pasos a lo largo de estas páginas dejan una impronta de inevitabilidad en los grandes acontecimientos. Todos ellos más proclives a las pequeñas texturas del dolor que a la planicie sin sombras de la alegría.
El tiempo como elemento devastador es el tema obsesivo en la obra de José Emilio Pacheco. Varios títulos de sus libros aluden a él: El viento distante, No me preguntes como pasa el tiempo, Desde entonces, Ciudad de la memoria, Siglo pasado y Tarde o temprano, compendio de sus cuarenta y dos años de ejercicio poético. Desarrolla la idea constante de un tiempo de unidad y plenitud que acaba y, desde ese momento, se instaura la conciencia de la degradación. En los ocho primeros cuentos de El viento distante toma la situación límite del adolescente que se percata de la ruptura con su mundo. Se relaciona la niñez con el parque, un lugar delimitado de recreación. La obra de Pacheco admite el paso de la narrativa a la poesía por las características que ésta tiene muchas veces: anecdótica y coloquial. No obstante, en una lectura detenida de su creación literaria se descubre, tras lo cotidiano, una contenida complejidad.
El viento distante" es un cuento breve, aparecido en 1963, en una colección homónima, que condensa imágenes y temas que se recontextualizan en la obra del autor. Es un cuento dividido en tres partes que narran dos microrrelatos. Un narrador omnisciente cuenta en tiempo presente que un hombre en un extremo de una barraca se mira en el espejo, la noche es calurosa, el aire está detenido. En la segunda división del cuento, un narrador-personaje relata en pretérito su visita con Adriana a una feria ambulante que hallaron un domingo en la tarde en la que, son atraídos por la incoherente letanía del hombre y en esa búsqueda de evasión entran en la carpa. Cuando termina el relato, lo que ellos ven a través del acuario iluminado es el dolor de lo irremediable. "Cuando acabó el relato, la tortuga nos miró a través del acuario con el gesto rendido de la bestia que se desangra bajo los pies del cazador". La pareja se aleja, el narrador-personaje invita a Adriana a conocer el verdadero juego, atisban a través de una hendidura –imagen concentrada– y durante un minuto son testigos de algo que los impacta de tal manera que nunca volverán a hablar de ese domingo. El esclarecimiento de eso verdadero ocurrió en un tiempo condensado como en el que sucedió la reflexión del hombre en la primera parte. Es decir, hay un paralelismo en la duración de la mirada aclaradora. La tercera sección describe lo que la pareja vio, pero el narrador vuelve al tiempo presente de conjugación para insertar la acción en un presente constante. Mientras la visita de la pareja sucede en una sola ocasión, la nostalgia y la soledad son constantes en el hombre del acuario, aunque éste sea parte de una feria ambulante. En el cuento aparece la búsqueda de la verdad como lo opuesto a lo engañoso. Habla de la verdadera boca de la tortuga "dice oscuras palabras que no se escuchan fuera del agua" y el verdadero juego, cuando no forman parte del espectáculo ya, es decir, cuando están fuera del acuario iluminado y no pueden ser articulados en palabras. En el cuento, la ilusión, representación imaginaria, es óptica. La luz cotidiana de la tarde y la iluminación del acuario ocultan la verdad bajo la apariencia de normalidad. La mutación del hombre en tortuga es lo que se esconde bajo la cabeza de niña..."
Esta recensión es extracto y compendio de otras reseñas que se relacionan:

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