viernes, 28 de noviembre de 2008

Juan Marse: Premio Cervantes 2008

Primero pienso cuál es la mejor manera de contar una historia y a partir de ese momento todo queda en función de esa historia, e intento buscar los efectos que quiero conseguir echando mano del instrumental que tengo. Nunca pienso en deslumbrar al lector con el lenguaje porque yo aspiro a ser un escritor invisible, capaz de atrapar al lector al punto de que éste vaya leyendo casi, casi, sin darse cuenta. Cuando la prosa de una novela me deslumbra demasiado y tintinea y refulge, abandono de inmediato la lectura, porque me molesta muchísimo que la prosa me salte a la cara y me quiera seducir. Lo siento, pero creo que son quienes tienen poco que contar los que insisten en la prosa refulgente y tintineante. Confieso que suelo distinguir los grandes títulos de prestigiosos autores como el Ulises de Joyce de aquellos otros en los que desde el principio siento el latido de lo que puede ser una gran historia. Esos son los que me gustan, como lector.Y como narrador. Como narrador comienzo mis obras siempre con mucha desconfianza, seguro de que toda novela implica un fracaso porque el resultado final será una sombra de la idea inicial. Comienzo, además, de manera desorganizada y caótica, y sólo a mitad de la escritura descubro su tono, y siento que la cocina del narrador que soy, que estaba hasta ese momento llena de humo y refritos sin identificar, cobra cuerpo y sentido, y comienza a tener su propio olor. Es cuando el libro se impone y comienza a tirar de mí, cuando los personajes comienzan a ser creíbles y, a veces, llega el momento doloroso y mágico de tener, quizás, que sacrificar un personaje porque la historia se ha impuesto.

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