jueves, 6 de octubre de 2011

Manuel Azaña. El jardín de los frailes.

"... La primera vez que oí hablar de los Schlegel fue en El Escorial de Arriba, una tarde de otoño, hace ya veintitantos años. No eran pasto de la murmuración del vecindario de San Lorenzo: se hablaba de ellos en una sala baja, fría, donde un par de docenas de adolescentes, de codos en los pupitres de pino todavía pegajosos de barniz, sufríamos la iniciación literaria. Encaramado en la tribuna, un fraile joven, quebrado de color, escuálido, de boca rasgada y dientes desiguales, nariz aguileña y ojos saltones entreverados de sangre, daba suelta a su elocución caudalosa. De voz insegura, tan pronto ronquilla y velada como chillona y metálica, entre gallos y rociadas de saliva, con el tropel de palabras que le salía de la boca se trompicaba. Era el padre Blanco, uno de los brotes más lozanos que ha dado en nuestra época el añoso tronco agustino. En el aula hostil, la luz cenizosa de noviembre pesaba en los párpados. A tales horas ya nos rendía el cansancio cotidiano. Esforzábamos la atención para no sucumbir al tedio o al sueño..."

Extracto: El Jardín de los frailes de Manuel Azaña.

Manuel Azaña (1880-1940) es, probablemente, uno de los intelectuales y políticos de mayor relevancia de la primera mitad del siglo XX. Si su incesante actividad política le convierte en uno de los grandes protagonistas de la dictadura de Primo de Rivera y, sobre todo, de la II República y la Guerra Civil, su vertiente intelectual no es menos estimable. Secretario, primero, y presidente del Ateneo, después, promovió con su cuñado Rivas Cherif la revista de crítica literaria La Pluma, colaboró asiduamente en la publicación España, de la que fue director, y consiguió el Premio Nacional de Literatura con su obra Vida de don Juan Valera, en 1926. En 1927 publicó su novela El jardín de los frailes, en la que recoge sus reflexiones respecto a su educación y adolescencia en el colegio de los agustinos de El Escorial, donde estudió desde 1893 a 1898. Traductor, dramaturgo y ensayista, ocupó la presidencia de la República tras el triunfo electoral del Frente Popular y durante los años de la Guerra Civil provocada por el levantamiento militar de 1936.
La controvertida dimensión pública de Manuel Azaña y los odios y pasiones desatados por la guerra civil contribuyeron a marginar temporalmente de la historia de las letras españolas a uno de los más grandes prosistas castellanos contemporáneos. Crítico literario de enorme agudeza, como revelan sus «Ensayos sobre Varela», y escritor político de extraordinaria lucidez y vigor, Azaña también probó fortuna en el campo de la narrativa con El jardín de los frailes, relato en el que los recuerdos de su adolescencia, transcurrida en el colegio de los agustinos de San Lorenzo de El Escorial, son recreados con un estilo austero y elegante que no excluye una delicada ironía. Publicada parcialmente entre septiembre de 1921 y junio de 1922 en la revista «La Pluma» y editada finalmente como libro en 1927, la novela traza la trayectoria psicológica de un adolescente sometido a una rígida educación religiosa, sus tempranas experiencias sexuales, sus primeros arrebatos contemplativos y el despertar del sentido de la belleza y del paisaje, sin que falten en el texto reflexiones entreveradas sobre la historia y el ser de los españoles.
En El jardín de los frailes Azaña muestra una constante inclinación a traducir los sentimientos y las sensaciones en ideas, a desdeñar lo concreto por lo general. En su castellano severo, un tanto envarado, pero indudablemente bello, Azaña nos confiesa -el libro es una larga y altiva confesión- su indolencia ante las cosas de este mundo, su despego, su desdén, su aspereza ante los sentimientos, su repugnancia por la hipocresía y por la medianía, su negativa a aceptar el porvenir acomodaticio destinado a los jóvenes de su clase. El muchacho que oímos pensar en ellas, tiene ante la vida y la sociedad una actitud más intelectual que vital. En El jardín de los frailes Azaña nos describe su delirio religioso hasta el día en que se niega a confesarse y le echan del colegio. Nos habla de sus sentimientos patrióticos, adscritos primero a la ortodoxia españolista xenófoba, a la España mítica. Hasta que la reflexión y la vida le muestran la oquedad de tales concepciones y le ponen, como él dice, «del lado de los patanes», en busca de una España resucitada y vigente. El Jardin de los frailes es, en cierto sentido, un espejo en un camino que va de la fe a la incredulidad y de un desván de ideas caducas al descubrimiento de otras más racionales. Así quedó don Manuel «dispuesto para la gran cabalgada». Que fue, como sabemos, espectacular y trágica..."
Es recensión de otras reseñas:

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