jueves, 7 de mayo de 2009

Paul Auster: El Libro de las ilusiones.

“…El hombre no tiene una sola y única vida, sino muchas, enlazadas unas con otras, y ésa es la causa de su desgracia". Con esta cita de Chateaubriand se inicia el Libro de las ilusiones del norteamericano Paul Auster (1947). El Libro de las Ilusiones es una novela perfectamente narrada, con una emotividad pasmosa, que sirve de homenaje al cine mudo, al cine en general, a la propia literatura, al amor. Paul Auster es, por excelencia, el escritor del azar y de la contingencia; como no cree en la causalidad, persigue en lo cotidiano las bifurcaciones surgidas por errores o acontecimientos aparentemente anodinos. David Zimmer, un escritor y profesor de literatura de Vermont, ya no es ni la sombra de sí mismo. Se pasa los días bebiendo y cavilando sobre el último instante en que su vida aún podría haber cambiado, el minuto aquel en que su mujer y sus hijos todavía no habían subido al avión que estalló. Hasta que una noche, mirando casi sin ver la televisión, y por primera vez tras seis meses de deambular en el vacío, algo lo hace reír. El causante del ínfimo milagro es Hector Mann, uno de los últimos cómicos del cine mudo. Y David Zimmer descubre que aún no ha tocado fondo, que todavía quiere vivir. Comenzará entonces su investigación para escribir un libro sobre Mann, un joven, brillante, enigmático cómico nacido en Argentina, una de cuyas últimas películas, Don Nadie, cuenta la historia de un hombre a quien un pérfido amigo convence de que beba una poción que lo hace desaparecer. Y anticipa la propia historia del actor, que hace sesenta años se desvaneció sin que jamás se supiera nada más de él, ni apareciera su cadáver. Zimmer consigue acabar su libro y lo publica, y tres meses después recibe una carta de una mujer que afirma ser la esposa de Hector Mann, y lo invita a que vaya a verlos a ella y a su marido a Tierra del Sueño, en Nuevo México. Zimmer le pide pruebas, piensa que puede ser una impostora, o una chiflada. Hasta que una noche, una extraña joven, Alma, llama a su puerta y, amenazándolo con una pistola, lo obliga a acompañarla hasta un rancho en Nuevo Méjico y de allí a una nueva vida Auster vuelve a sacar partido de los pequeños relatos dentro del relato principal. Es una buena forma de mantener en vilo al lector, de que no pierda interés por ninguna de las tramas. Sus finales funcionan entre sí con la precisión de un reloj suizo. A fin de cuentas, todas las historias contenidas en El Libro de las Ilusiones desencadenan en drama, silencios y descalabros. El azar decide, y aquí dispone que la historia se repita una y otra vez. La fuerza argumentativa de las películas de Mann, la condición impredecible de Alma y los derroteros por los que transcurre la vida de David Zimmer son retazos de la misma desgracia. Para armarse de tanto contenido el genio de Auster ha explotado una mina de inspiración -el cine- y lo ha trasladado a un supuesto que se antoja imposible. Ese juego de personas y objetos desaparecidos es un desafío a los conocimientos del lector, pues nadie puede asegurar que algo no existe cuando no se ha visto. Esa incertidumbre es la que salva a la novela de ser una sucesión de desgracias sin esperanza. Auster explota hasta las máximas consecuencias la influencia de la coincidencia en El libro de las ilusiones; aunque se trata de un azar que encaja a la perfección en una narración realista, como ha manifestado el autor en más de una ocasión: "Yo me considero un realista en el sentido más estricto de la palabra. El azar es parte de la realidad; continuamente nos vemos transformados por las fuerzas de la coincidencia". El gran personaje de Paul Auster no tiene rostro ni apariencia, es "lo desconocido" que nos acecha. Su prosa es sencilla pero hipnótica, que atrapa sin remisión al lector gracias a un perfecto dominio de la narración clásica. Auster llegó a afirmar que toda su obra era en realidad el mismo libro, "La historia de mis obsesiones. La saga de las cosas que me perturban. Me guste o no, todos mis libros parecen girar en torno a los mismos interrogantes, a los mismos dilemas humanos. Para mí, escribir no es una cuestión de libre albedrío, es un acto de supervivencia". Es extracto y compendio de otras reseñas:

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