miércoles, 29 de abril de 2009

Manuel Rivas: El lápiz del carpintero

"... Manuel Rivas (1957) , señala Leopoldo de Trazegnies, es como los embalsamadores de los faraones que hacían su trabajo tan perfecto que se arriesgaban a resucitarlos. Rivas lo consigue con el lenguaje: convierte el pasado en presente, revive la historia de un "viejo rojo irreductible" que ha sobrevivido al horror con dignidad humana. No se nos muestra la guerra desde la sinrazón política (como en tantas otras novelas escritas sobre el mismo tema) sino desde el esperpento personal, desde la conciencia vacía como el cañón de un fusil que ha perdido hasta la capacidad de odiar pero sigue disparando. Todas las guerras son esperpénticas. El texto nos sumerge en un escenario absurdo, en una tierra poblada por seres alucinados, en un país moribundo de desgracias y violencia. Se mata porque se tiene que matar, sin preguntarse la razones, y luego algunos muertos acompañan a sus verdugos como si fueran personajes de una novela de Juan Rulfo donde los fantasmas son tan decisivos como los vivos. Y como en todas las patologías políticas, hasta en los momentos de mayor delirio, hay seres capaces de tener momentos de lucidez y de mantener claro su poso humano para compartirlo con los demás, porque la naturaleza sigue siendo la misma, los mirlos no dejan de cantar en los árboles y los hombres y las mujeres de enamorarse con la mirada. La novela empieza cuando Daniel Da Barca, republicano y médico durante la guerra, sobreviviente a una condena a muerte y a un exilio en México hasta 1975, responde a un reportero que llega a entrevistarlo a su casa de Galicia donde vive con Marisa, su compañera de toda una vida de aventuras, mujer que conserva la mirada como "un resplandor de vitrales en el crepúsculo". El teniente Herbal, carcelero y pistolero, que al desaparecer el régimen franquista termina de chulo en un puticlub de carretera, y que había sido la sombra vigilante del prisionero Da Barca, cuenta a su vez a María da Visitaçâo, joven prostituta brasileña, lo que le pasaba por la mente en esos años de locura. La cabeza de Herbal sigue rezumando algo silencioso y explosivo como la pólvora. Pero paradójicamente su pensamiento se vio enriquecido por la voz de su última víctima, un pintor republicano al que le reventó la cabeza de un pistoletazo en la sien, y del que heredó el lápiz de carpintero que el pintor llevaba siempre en la oreja. Su víctima lo acompañó desde entonces, hablándole en las largas noches de imaginaria en las garitas de las prisiones, como si el lápiz se hubiera convertido en un transistor de su consciencia. La Guerra Civil (1936-1939) ha dejado honda huella en la narrativa española contemporánea. Hay obras clásicas sobre el asunto, de Gironella y Carmen Laforet entre muchas, pero pocas veces habíamos sido cautivados, reseña Santiago Quer, por una novela como ésta de Manuel Rivas, destacado escritor gallego (1957) que escribió en ese idioma esta novela. El encanto que produce El lápiz del carpintero se debe, a que Manuel Rivas es poeta, con un manejo del lenguaje y una estructura del estilo que no se da en los prosistas puros. Lo que hace excepcional la novela de Rivas es no tanto la circunstancia de la novela sino la rica sicología de los personajes: la sencillez, del carcelero Herbal, de quien escucha -suponemos que con arrobo- su relato María Visitagao; y las formidables figuras del doctor Daniel da Barca, servidor del prójimo enfermo en la cárcel, hombre cultísimo y de raro ingenio, enamorado de María Mallo, que ilumina las páginas de la novela con su sencilla y aureolada figura. En tomo a estos dos gira todo el asunto novelesco, que se ilumina con el amor de Daniel y María, consumado en su 'noche de bodas' en el tren en que Daniel es transportado a otro presidio, gracias a la vista gorda de los guardias, en quienes gana, por sobre la rigidez militar de los cruzados de la causa -como los llamaría Valle lnclán-, la sencillez de la gente del pueblo. Y en el trasfondo de todo el relato, el pintor fusilado, quien, con el lápiz de carpintero que regaló a Herbal, reproduce de memoria la cara de cada uno de sus compañeros de prisión en el Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago de Compostela, cual ángeles, profetas y santos. " Es extracto y compendio de otras reseñas que se relacionan: http://www.scielo.cl/scielo.php?pid=S0716-58112000001200012&script=sci_arttext http://archivodenessus.com/rese/0129/index.html http://www.trazegnies.arrakis.es/rivas.html http://lecturas05.blogspot.com/2007/11/el-lpiz-del-carpintero-de-manuel-rivas.html http://es.wikipedia.org/wiki/Manuel_Rivas

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