viernes, 9 de septiembre de 2011

Thomas Pynchon: Vicio propio.

"… Nadie cuestiona que el escritor Thomas Pynchon (Long Island, Nueva York, 1937) es uno de los novelistas vivos más importantes. Su nombre siempre figura en la lista no oficial de candidatos al Nobel. Thomas Pynchon ignora olímpicamente toda suerte de estrategias comerciales. No concede entrevistas, jamás habla de su obra, se ignora dónde vive y su última foto data de hace más de 50 años.
  Se le considera actualmente como una de las voces más importantes del posmodernismo maximalista. Su novela más destacada, El arco iris de gravedad (1973) fue rechazada por el jurado del Premio Pulitzer por considerarla obscena y ganó el National Book Award; ajeno a la polémica, el autor mandó a recoger el premio a un payaso. A la prosa de Pynchon la han catalogado de diversas maneras (paranoica, histérica, densa) aunque no le han negado la trascendental importancia que tiene en la literatura de fin de Siglo XX. El crítico Harold Bloom citó a Thomas Pynchon como uno de los más grandes novelistas americanos de su tiempo junto a Don DeLillo, Philip Roth y Cormac McCarthy. Otras obras destacadas del autor son: V. (1963), La subasta del lote 49 (1966), Vineland (1990), Mason y Dixon (1997), Contraluz (2006), Vicio propio (2009); y un libro de cuentos titulado Lento aprendizaje (1984).
  El rasgo más distintivo de las novelas de Pynchon es su extrema dificultad. Los críticos han situado a Pynchon a la altura de colosos como Joyce o Virginia Woolf. De una audacia sin par, Pynchon se ocupa de temas como la entropía, la paranoia, el signo apocalíptico y decadente de la historia reciente, la desintegración del lenguaje, la ruptura de los sistemas en que vive encerrado el individuo, el sentido de la ciencia, el militarismo y el poder de los Estados, el control de las libertades, la manipulación de la tecnología, la ausencia de significado que preside nuestras vidas, inmersas en el caos.
  Vicio propio, su última novela es una historia de detectives que ha pillado por sorpresa a propios y ajenos. Las ávidas hordas pynchonianas están divididas: por una parte, no caben en sí de gozo al ver que su maestro ha tardado poco más de un par de años en publicar un nuevo título; por otra se sienten estafados porque la novela no tiene la dosis de dificultad a la que están acostumbrados: no llega a las 400 páginas, la cronología es lineal, la estructura manejable, el argumento se puede seguir casi siempre; el protagonista, un detective hippy que se pasa toda la novela colocado, es entrañable y está rodeado de una caterva de personajes tan delirantes como siempre, sólo que más humanos. Ambientada en Los Ángeles en la era de Manson y Nixon, Vicio innato es un pequeño milagro: el prodigioso mundo de Pynchon en miniatura aparece intacto, pero por una vez resulta accesible. Rebosante de encanto y humor, como corresponde a una época anterior a la pérdida de la inocencia, abundan el sexo, las drogas y el rock and roll. Hay surferos, conspiradores, rubias platino, contrabandistas, bailarinas de strip-tease, estafadores y más, todo un reparto que sólo una imaginación como la de Pynchon puede concebir. Las nuevas generaciones de lectores están de suerte: el misterio de la más alta forma de literatura a su alcance.
  Vicio propio, adopta las claves genéricas de la novela negra, por más que en esta elegía a los años sesenta no haya cejijuntos detectives alcoholizados y la protagonice un memorable hippy fumeta, tierno, desacomplejado, ingenuo pero más espabilado de lo que parece y con un sentido natural de la justicia. Se llama Sportello, Doc Sportello, y es un detective privado un tanto peculiar en el colorista Los Ángeles de finales de los años sesenta. Hacía ya tiempo que Doc no veía a su ex, Shasta, seductora femme fatale, cuando ésta recurre a sus servicios porque ha desaparecido su nuevo amante, un magnate inmobiliario que había visto la luz del buen karma, un tanto distorsionada por el ácido, y quería devolver a la sociedad todo lo que había expoliado. Sportello se ve enredado entonces en una intriga en la que los escrúpulos chispean por su ausencia y cuya trama es casi la de una novela negra clásica. A partir de ahí, Thomas Pynchon pergeña un retrato desbocado de una California poblada por surfistas embriagados de la mitología de las olas gigantes, combatientes de Vietnam o agentes del FBI reconvertidos en hippies, pandillas carcelarias, la escabrosa sombra de Charlie Manson y sus acólitas, una brutal organización secreta de dentistas, polis corruptos, una protointernet o bellas masajistas de sexualidad ambigua.Todo sazonado con diálogos y guiños hilarantes, al ritmo de una frenética banda sonora que sirve de réquiem psicodélico por una época que pudo ser y no fue.
  Vicio propio nos sitúa en un espeso microcosmos en el que no desentonarían personajes del estilo descuidado y casi entrañable de El Nota de El Gran Lebowsky. El entorno donde se desarrolla se puede casi palpar de tan real que lo presenta; esta novela suda, huele, late. Es divertido y frenético el vaivén de una miríada de personajes entrelazados en tramas de lo más variopintas, muy especialmente representados por un detective hippy que se convierte de inmediato en el clásico antihéroe, uno de esos personajes a los que es sencillo adjudicar de inmediato la cara de algún actor de Hollywood. Fumeta, descuidado, irónico, valiente porque no tiene arraigo ni nada que perder, preocupado sólo de encontrar a los mejores dealers, disfraza su auténtica búsqueda con otras, camuflando su único interés con una supuesta y relajada tarea detectivesca. Sólo reacciona a estímulos primarios: posibilidad de encontrar buena marihuana y sexo fácil. Lo demás no le interesa demasiado, pese a que detectamos una pátina de bonhomía, de compromiso oculto con el bien, que nos hace identificarnos y empatizar con él a lo largo de sus desventuras. La desaparición de su novia Shasta con el magnate Mickey Wolfmann, y la desesperada y poco clara petición de ayuda de la misma, es el desencadenante de una serie de sucesos que van complicando la historia poco a poco. Todo el mundo está relacionado, los grados de separación son mínimos, pareciese que la acción se desarrolla en una aldea, pero esto es, a fin de cuentas, no muy distinto de cómo funcionan las cosas en la realidad. El argumento, las intrigas sobre desapariciones, las brillantes descripciones de los los lapsos de memoria fruto de el consumo indiscriminado de todo tipo de sustancias por parte del protagonista y las aristas de los múltiples personajes son solo detalles necesarios para el verdadero fin: una nueva demostración de control del medio por parte de Pynchon. En esto casi se mimetizan autor y protagonista.
  Leer a Thomas Pynchon resulta ser una aventura literaria especial. Es tan difícil de encasillar que bien podría decirse de él que forma parte de su género propio. Después de su genial Vineland y su estratosférico Contraluz ahora Tusquets nos ofrece su obra aparentemente más convencional, Vicio propio, en la que hasta el título es ambiguo, puesto que proviene de los defectos inherentes de la mercancía que se transporta por vía marítima y se deteriora per se, pero bien podría aplicarse al fumeta protagonista del mismo Doc Sportello y sus vicios propios como su afición por las drogas. Es sabida la destreza camaleónica y vampírica de Pynchon para camuflarse en un género y transformarlo: la novela histórica en Mason y Dixon, la novela de aventuras en Contraluz, la novela de viajes en ambas, y la novela negra en Vicio propio. Son numerosas las ocasiones en que se alude al problema de “seguir” a alguien o algo, de comprenderlo o capturarlo. Ya había anticipado Tony Tanner que un aspecto de la paranoia –trastorno repatentado por Pynchon– es la tendencia a imaginar tramas a nuestro alrededor: esa es también la ocupación del novelista, y hay claramente una relación entre crear ficciones e imaginar complots. Podrá achacársele a Pynchon que los personajes están un tanto desdibujados (en este caso es creíble y hasta conveniente, debido a las sustancias que ingieren o fuman, ya que se ven un tanto desdibujados los unos a los otros), pero la gracia descriptiva, el repentismo cómico y una considerable aptitud lírica permanecen intactos.
 Vicio propio es una óptima recreación de una época (1970) y de un lugar (California). El retrato tiene vigencia –como si un país entero fuera poniéndose al día, ajustando su hora con el reloj que guía la mano de su novelista más adelantado–, a pesar de que está fechado y denunciado con rigor de cronometrista: es el fin de una era “loca” y el principio de la vida vigilada. De todas maneras, como dijo Pynchon de Donald Barthelme, “mucha de la impaciencia de este artesano para con la idiotez oculta un afecto y una afabilidad que logran brillar cuando abandona la ironía, aunque sea por un minuto”. La obra entera de Pynchon sería la excepción que justifica la regla, ya que su escritura no es sino pura digresión, un constante caracolear que le permite decir lo que no podría decirse buscando una aproximación frontal. Por medio del desvío, Pynchon logra advertir dos cosas donde otro se conformaría con una. Es parte constitutiva de la energía y la exuberancia arrolladoras de ciertos escritores norteamericanos: Melville, Faulkner, Bellow, Roth, Kerouac (los últimos tres, mencionados por Pynchon en el prólogo a Un lento aprendizaje). O parte del nervio improvisatorio del jazz. Pynchon lo escuchaba de joven y parece haberse apropiado de uno de sus métodos: la atomización de un motivo (musicalmente hablando) central. La escritura de Pynchon tiene algo de performance, de función de comediante de provincia, de número vivo: como lo demuestran algunos de sus juegos de palabras hasta pueriles, Pynchon no le teme a la payasada. Las referencias musicales y las típicas canciones que intercala Pynchon evidencian la cuestión –el problema– del sonido en una novela. Al igual que en otros maestros de la auscultación y el sonido transcripto como M. P. Shiel, Arthur Machen y Robert Aickman, hay en Pynchon una acústica del libro…"

Es recensión de otras reseñas:
http://www.elpais.com/articulo/revista/agosto/escritores/rostro/pasan/best/seller/elpepucul/20090817elpepirdv_5/Tes
http://ellectorimpaciente.blogspot.com/2011/04/vicio-propio-de-thomas-pynchon.html
http://www.elplacerdelalectura.com/2011/03/vicio-propio-thomas-pynchon.html
http://librosmorrocotudos.com/?p=2644
http://www.underdogs.es/thomas-pynchon-vicio-propi/
http://es.wikipedia.org/wiki/Thomas_Pynchon
http://locusliterario.com/forodos/index.php?topic=879.0
http://www.esliteratura.com/docs/vicio-propio-thomas-pynchon-12489.html
http://www.perfil.com/ediciones/2011/5/edicion_572/contenidos/noticia_0011.html

domingo, 4 de septiembre de 2011

Louis Auchincloss: El rector de Justin.

"... Louis Auchincloss ( Nueva York 1917-2010) compaginó el ejercicio de la abogacía en Wall Strett con la literatura. Considerado como unos de los mejores escritores norteamericanos del siglo XX, destaca por su prosa incisiva y precisa, compartiendo con Edith Warton o Henry James su predilección por retratar los exclusivos ambientes de las altas finanzas, la banca o la administración de los EE. UU. Su extensa obra comprende una treintena de novelas y una veintena de libros de relatos, así como otros volúmenes de biografía, crítica literaria e historia. Además de El rector de Justin, (1964) entre sus obras cabe destacar La educación de Oscar Fairfax (1995), La casa de los cinco talentos (1960); Portrait in Brownstone (1962); The House of the Prophet (1980), Diario de un yuppie (1986); East Side Story(2004) y biografías de personajes como Henry James, Edith Wharton.
El Rector of Justin, publicada en 1964. fue finalista del National Book Award de 1965 y ha sido alabada por la crítica de Estados Unidos como una de las grandes novelas norteamericanas del siglo XX. Auchincloss realiza una astuta disección de la clase dirigente norteamericana. La historia se centra en una prestigiosa escuela Episcopal de Nueva Inglaterra, Sant Justin Martyr cartografiando la evolución de su carismático fundador Frank Prescott. En la narración se entrecruzan múltiples punto de vistas, desde un incondicional profesor hasta una hija díscola. A través de las memorias personales de seis observadores Auchincloss retrata un colegio exclusivo de clase alta, protestante y riguroso (no muy diferente del de Groton, al que él asistió). El objetivo del centro es forjar el carácter de los alumnos, tanto o más que prepararles para que, previo paso por Yale o Harvard, puedan copar los puestos de privilegio en la sociedad norteamericana. Las luces en el retrato de su protagonista, el rector Francis Prescott, emergen de las páginas hagiográficas de un improvisado biógrafo. Las sombras, más intensas, más convincentes, surgen del relato de momentos claves de su gestión por parte de quienes fueron víctimas o testigos cercanos. El resultado es desolador, y muestra a donde pueden llegar la prepotencia, la soberbia, una obsesión por la justicia que no deja lugar para la clemencia y el ansia por dejar a la posteridad una huella gloriosa.
Brian Aspinwall es un joven con vocación religiosa que comienza a trabajar como profesor auxiliar de inglés en St.Justin Martyr, un internado episcopaliano para chicos a cincuenta kilómetros al oeste de Boston. Corre el año 1939. Allí conocerá a Francis Prescott, el fundador de ese internado que con el tiempo terminará convirtiéndose en el colegio más exclusivo de Estados Unidos. Buena parte de la élite del país estudiará en esas aulas. Será la figura de Prescott la que vertebre el libro ya que el lector tendrá la oportunidad de conocerlo a través del diario que escribe Brian y de otros testimonios de ex alumnos, familiares y amigos.
 Auchincloss ha optado, para retratar a este hombre poderoso, por un narrador marginal pero cercano a él, un narrador sólo relativamente fiable porque su perspicacia psicológica es escasa, un joven profesor aspirante a clérigo, algo lerdo, inseguro, débil, asustado, que tal vez por eso mismo se convierte en admirador rendido y fiel depositario de las confidencias del rector, y también de las palabras y papeles de otras personas que en distintos momentos recordaron alguna época o episodio relevante en la vida de Prescott. Con el diario de ese testigo imperfecto y los documentos complementarios teje Auchincloss un retrato de Prescott que progresivamente va ganando en complejidad a los ojos del lector, ya que aparecen sus convicciones más rígidas y sus grandezas como líder omnímodo del colegio, pero también sus contradicciones, sus errores obstinados y algunas miserias asociadas a su condición de visionario inflexible.
El rector de Justin constituye, sin duda, un atractivo, certero y poco complaciente retrato de la clase dirigente norteamericana y de sus contradicciones..."
Es sólo recension de otras reseñas: