lunes, 16 de marzo de 2009

Anatole France: La Isla de los pingüinos.

"... Anatole France, (Seudónimo de Anatole François Thibault; 1844-1924) cuenta en «La isla de los pingüinos» la leyenda de su fundador, San Mael. Éste llega a una isla y, confundiendo a los pingüinos con salvajes, los bautiza. Para evitar el error, el cielo le concede milagrosamente convertirlos en seres humanos. Por la isla de los pingüinos van desfilando los personajes más destacados de Francia. En la última parte del relato, «Tiempos futuros, la historia interminable», el autor imagina que en la Pingüinia la endogamia envilece a la clase gobernante, mientras los obreros padecen a causa de la falta de alimentos. Una catástrofe se cierne sobre la población desapareciendo los isleños víctimas de sus propios vicios. Al fondo del túnel se enciende una luz: la utopía de «volver a empezar». Excelente parodia de la historia de la civilización. Anatole France ha elegido como protagonista a un animal gracioso y endomingado que recuerda a la caricatura de los burgueses de finales del XIX y principios del XX: los pingüinos. La isla de los pingüinos arranca con un episodio hilarante: el bautizo por error, a cargo de san Maël, de los pingüinos del ártico. A partir de ahí, Anatole France describe en forma novelada los rasgos más notables de la historia de la humanidad, mezclando el amor y la guerra, el poder absoluto y la revolución, la religión y la especulación financiera, incluso insinuando la guerra nuclear y denunciando los rasgos más característicos del actual proceso de globalización, que a lo que se ve, no son nada nuevos En 1921 fue galardonado con el premio Nobel de Literatura. Al año siguiente sus libros eran puestos en el Índice por la curia romana. Como crítico era impresionista, y afirmaba la inevitable subjetividad de cualquier juicio. Atacó la superstición, la intolerancia, la demagogia y la dictadura, y defendió la libertad de pensamiento, la ciencia y la educación liberal. Abogó también por la educación de las masas, la separación de la Iglesia y el Estado, la reforma social y los derechos de las minorías. Amigo del famoso socialista Jean Jaurès, denunció con él y con Émile Zola el fraude de la justicia en el asunto Dreyfus. Al leer a France es fácil advertir su fe en la anécdota y en el discurso. Para él no solo era importante tener algo que contar, sino, contar algo importante de un modo importante. Su estilo es falsamente sencillo, con una rusticidad construida con el máximo de atención. Tanto se esfuerza en hacer resplandecer su mensaje esencial que sus parlamentos resultan inverosímiles y barrocos. Cuando describe una situación dramática, sustrae toda introspección de sus personajes, los muestra actuando pero deja al lector los sentimientos de vergüenza y orgullo pisoteado. Ya sean ridículos o crueles, sus personajes son siempre inocentes. Ninguno padece por el “bailar desnudo delante de la gente” de Dostoievski. Tiene como autor-director más comunidad con Voltaire que con la mayoría de sus contemporáneos. Al colocarse muy lejos de la novela psicológica, produce una impresión de lectura arcaica, no ya comparado con Joyce o Kafka, sino con Sthendal e incluso Defoe. Es profusamente ingenioso, pero sus frases, demasiado agudas, no son pacíficamente evocadoras, son directas, de sentido admonitorio y moralizante. Sus personajes, como los de Homero, discurren y dialogan de la misma manera, y cuando ocurre un cambio en sus ideas, es más bien circunstancial que íntimo. El ingenio que despliega puede cansar al lector, y su estilo, elegante y erudito, disminuirlo. Pero France es un observador atento, y tras su cinismo, esconde ternura y compasión por los seres humanos y aunque sufren de irrealidad, sus personajes son siempre individuos. France es demasiado modesto para pretender amar y comprender a la Humanidad en superlativos y reserva el mayor sarcasmo para los Ideales totalizadores e integristas. «No late dentro de mí el germen de un dios, por insignificante que sea. Mi poquedad me hace dichoso, y veo en mis imperfecciones mi razón de ser.»

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