martes, 24 de marzo de 2009

Gustavo Adolfo Becquer: El rayo de luna (la poesía en el relato)

Extracto: Leyenda El rayo de luna "... Había visto flotar un instante y desaparecer el extremo del traje blanco, del traje blanco de la mujer de sus sueños, de la mujer que ya amaba como un loco. Corre, corre en su busca, llega al sitio en que la ha visto desaparecer; pero al llegar se detiene, fija los espantados ojos en el suelo, permanece un rato inmóvil; un ligero temblor nervioso agita sus miembros, un temblor que va creciendo, que va creciendo y ofrece los síntomas de una verdadera convulsión, y prorrumpe al fin una carcajada, una carcajada sonora, estridente, horrible. Aquella cosa blanca, ligera, flotante, había vuelto a brillar ante sus ojos, pero había brillado a sus pies un instante, no más que un instante. Era un rayo de luna, un rayo de luna que penetraba a intervalos por entre la verde bóveda de los árboles cuando el viento movía sus ramas. Habían pasado algunos años. Manrique, sentado en un sitial junto a la alta chimenea gótica de su castillo, inmóvil casi y con una mirada vaga e inquieta como la de un idiota, apenas prestaba atención ni a las caricias de su madre, ni a los consuelos de sus servidores. -Tú eres joven, tú eres hermoso -le decía aquélla;- ¿por qué te consumes en la soledad? ¿Por qué no buscas una mujer a quien ames, y que amándote pueda hacerte feliz? -¡El amor!... El amor es un rayo de luna -murmuraba el joven. -¿Por qué no despertáis de ese letargo? -le decía uno de sus escuderos;- os vestís de hierro de pies a cabeza, mandáis desplegar al aire vuestro pendón de ricohombre, y marchamos a la guerra: en la guerra se encuentra la gloria. -¡La gloria!... La gloria es un rayo de luna. -¿Queréis que os diga una cantiga, la última que ha compuesto mosén Arnaldo, el trovador provenzal? -¡No! ¡No! -exclamó el joven incorporándose colérico en su sitial-; no quiero nada... es decir, sí quiero... quiero que me dejéis solo... Cantigas... mujeres... glorias... felicidad... mentiras todo, fantasmas vanos que formamos en nuestra imaginación y vestimos a nuestro antojo, y los amamos y corremos tras ellos, ¿para qué?, ¿para qué?, para encontrar un rayo de luna. Manrique estaba loco: por lo menos, todo el mundo lo creía así. A mí, por el contrario, se me figuraba que lo que había hecho era recuperar el juicio". "...Gustavo Adolfo Domínguez Bastida , más conocido como Gustavo Adolfo Bécquer (Sevilla, 17 de febrero de 1836 – Madrid, 22 de diciembre de 1870), fue un poeta y narrador español, perteneciente al movimiento del Romanticismo. Los modelos poéticos de Bécquer fueron varios; en primer lugar, Heine; W. S. Hendrix señaló además a Byron y Dámaso Alonso a Alfred de Musset. Hay huellas de estos autores en su poesía. Fuera de su importante lírica, Gustavo Adolfo Bécquer fue también un gran narrador y periodista. Escribió veinticinco narraciones del género leyenda, muchas de ellas pertenecientes al género del relato gótico o de terror, otras, auténticos esbozos de poesía en prosa, y otras narraciones de aventuras.
La leyenda un rayo de luna está enmarcada por breve diálogo y bravísimo epílogo y conducida por el hilo protagónico de Manrique. La narración lineal está estructurada en cuatro momentos básicos: etopeya, alucinación, búsqueda y desengaño. Prólogo y epílogo, unidos por la aparición del yo narrativo en primera persona, son un testimonio del reconocimiento intelectual de la primacía de la realidad sobre la ensoñación. En Manrique se conjuga el ideal renacentista de las armas y las letras, aunque con acusada descompensación hacia las últimas. No solo siente Manrique inclinación hacia los viejos pergaminos donde aletean versos de trovador, sino también hacia el ejercicio solitario de la poesía y la ensoñación. Aquí se anticipa Bécquer a la afirmación rilqueana de que toda obra de arte es de infinita soledad. Manrique, “ loco soñador de quimeras e imposibles”, acierta a ver lo que solo puede vislumbrar un poeta: los mundos invisibles que se esconden bajo la apariencia. Las coordenadas espacio y tiempo están perfectamente definidas en esta leyenda: reloj de Postigo, murallas medievales, ribera del Duero, ermita de San Saturio, ámbito de la ciudad castellana. Recrea el escenario donde va a producirse la visión alucinada de Manrique, con inclusión de elementos precisos de arquitectura y naturaleza: ruinas a punto de desplomarse, virginidad y exuberancia de las vegetaciones. La acción narrativa se localiza al final del medioevo. Chimenea gótica del castillo manriqueño, ventana gótica del caserón de piedra, caballeros templarios que han abandonado sus fortalezas, de las que ya solo quedan ruinas. Aprovecha la ocasión par mostrarnos las costumbres medievales en el interior del castillo: pajes, soldados, halcones, lanzas... Además del marco temporal genérico, un tiempo muy característico del poeta: noche llena de sugerencias y, en su mitad, luna generadora de figuraciones y soporte de lo mágico:“La noche estaba serena y hermosa; la luna brillaba en toda su plenitud en lo más alto del cielo; y el viento suspiraba con un rumor dulcísimo entre las hojas de los árboles.” Es evidente la identificación entre Manrique y Bécquer, suspiradores ambos por lo inefable. En el primero el poeta proyecta sus ansias de ideal, su fibra de artista amante de la soledad y ensoñación, su aspiración y búsqueda de la belleza soñada, concretada en forma de mujer o esencia de poema. Manrique recorre las estrechas, oscuras y tortuosas calles sorianas y espera la llegada del alba para sufrir el primer desengaño. Prosigue la infatigable peregrinación en pos del ideal, mientras comienza a resquebrajarse el muro de su esperanza. En sus búsquedas posee inicialmente la certeza de la obstinación fanática. La conclusión del relato no puede ser más desoladora: todo, hasta la luz y el aire, es solo espejismo. El amor, la gloria, la felicidad son solo producto de la imaginación febril y desbocada. Siempre quedará al final la soledad descarnada y desnuda y el hueco de la luna despoblado de sintagmas."
Esta recensión es extracto y compendio de otra reseñas que se relacionan:

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