lunes, 13 de octubre de 2008

Petersburgo: Andrei Biely

"... La novela Petersburgo ("Петербург") publicada en 1906 es generalmente considerada la obra maestra del ruso Andréi Biely. Para Francisco Umbral es la mejor crónica de la prerevolución rusa. Se han destacado las similitudes de esta novela con otras obras cercanas en el tiempo, sobre todo con el Ulysses (1922) de Joyce y con Berlin Alexanderplatz (1929) de Alfred Döblin. 'Petersburgo', sería escogida por Nabokov como la mejor novela escrita en su tiempo. Y, probablemente esta obra sea también la más recomendable para conocer la ciudad. Porque San Petersburgo es la verdadera protagonista de una novela que, como no podía ser de otro modo, lleva su nombre. Una obra en la que parece que el mundo termine con la perspectiva del Nevski y la frontera del Neva. La novela de Biely es, pues, el mejor antídoto contra la belleza tormentosa de esta ciudad. Andréi Biely , nos dice nuestro admirado Enrique Vilas Matas, escribió una de las obras mayores del siglo XX, cuyo centro es el lenguaje y la necrópolis moderna.Aunque había sido adscrita inicialmente a la corriente simbolista, Petersburgo no es una obra fácil de clasificar. Por sus experimentos con el lenguaje y su intento de abarcar la vida cotidiana de una ciudad entera, hasta había llegado a ser considerada como el Ulysses ruso. Sin perder el humor, escribe Vilas Matas, Petersburgo dramatiza en clave de palimpsesto esa ansia general de muerte y poetiza el fin de un lenguaje y de una cultura que se agota ante nuestros propios ojos. El lenguaje y la necrópolis moderna parecen los centros de la narración. Pero no se sabe cuán realmente importante es el argumento. Porque Biely, al igual que sus maestros Shklovski y Eichenbaulm, era un teórico literario que distinguía entre fábula y trama. Para Biely, la fábula era el argumento, mientras que la trama era el modo narrativo que agrupaba los hechos contados. Y la fábula o pretexto para fraguar Petersburgo es sencilla, pariente lejana de Los demonios de Dostoievski: el frágil y joven pensador Nikolai Apolónovich recibe la orden de atentar con bomba contra su propio padre, el senador zarista Apolón Apolónovich Ableújov. En la trama, la gélida ciudad de Petersburgo y su gran avenida, así como el sonámbulo deseo de parricidio y el ansia general de muerte, actúan como pretexto para hilar un discurso de novela policiaca, pero también de novela mística (a la que no le faltan los mundos paralelos), de novela política, de novela intertextual, de novela de corte vanguardista, y hasta de novela de costumbres. Es un libro palimpsesto que hoy, habituados como estamos a la plaga de novelas planas que nos invade, puede incluso llegar a sorprender más de lo que pudo hacerlo cuando, con su acento vanguardista, apareció en 1906 en Rusia. Como texto policiaco, Petersburgo, opina Vilas Matas, gira en torno al posible atentado parricida y desgrana lentamente una acción inmóvil, de suspense y horror y, en definitiva, de angustiado eterno retorno. Como novela política, no está del lado de los terroristas, pero tampoco simpatiza con los poderosos; las mismas pesadillas atormentan a unos y otros, y todos son agentes de destrucción, del mismo modo que Apolónovich padre y Apolónovich hijo son la misma cara de la misma moneda, o de cierta promiscuidad fisiológica: el uno imagina a su padre durante la cópula, y el otro sueña en abrir un agujero para espiar a su hijo.Como novela intertextual (como novela de recapitulación de los temas esenciales de la biblioteca de su patria, porque también todo eso es Petersburgo) es simplemente extraordinaria: Gogol, Pushkin, Dostoievski, Lermontov, Chejov, están discretamente presentes en la trama que resume, en un no menos discreto pero efectivo plano secreto, la historia de la línea más noble de la gran narrativa rusa. Como novela mística, por su parte, ofrece seguramente la cara más interesante y la más alucinante de este palimpsesto. El hombre es un vestigio de otra cosa. Biely alude a las otras realidades y a huellas olvidadas. Y con una prosa rítmica que nos embruja hace avanzar su endiablada trama, es decir, su modo o forma extraña de estructurarlo cósmica y mentalmente todo; su modo de conducirnos con severidad -puntuada por un narrador irónico, cervantino- hacia esa ruina general en la que ya estábamos instalados, sin saberlo, antes de comenzar a leer tan grandísima obra maestra".

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