viernes, 3 de octubre de 2008

La mujer justa de Sandor Marai. Reseña de José de Segovia

La mujer justa de Marai El novelista húngaro Sandor Marai (1900-1989) vivió un largo exilio, fiel a su lengua, aislado y atormentado, hasta su suicidio en San Diego (California, EE.UU.), poco antes de la caída del muro de Berlín. Tras su muerte, su obra ha despertado un enorme interés en toda Europa. Las ediciones de sus libros se multiplican también en España desde 1999, donde tras el éxito de El último encuentro, La herencia de Eszter, Divorcio en Buda y El amante de Bolzano, aparece La mujer justa, que ahora se reedita en edición de bolsillo. La mirada amarga y decepcionada de Marai al matrimonio, da lugar a algunas de sus páginas más intimas y desgarradas, que desvelan la profunda soledad del alma humana. “No creo que la familia dé la felicidad”, dice Marai, “nada puede hacernos felices”. Para los tres personajes que conforman esta novela, no queda más que “la soledad, en la que tarde o temprano se precipita cada ser humano”. Estas tres voces, con sus puntos de vista y sensibilidades diferentes, concuerdan en su desesperanza, en esta historia de pasión, mentiras, traición y crueldad, que se desarrolla en los años cuarenta a raíz de tres conversaciones triviales en un café húngaro y un hotelucho de Roma. Compuesta por tres monólogos, se publica originalmente en tres partes, las dos primeras en Hungría (traducidas al español en 1951) y la tercera siendo añadida a la edición alemana en 1949, que escribió Marai durante su exilio italiano. AMARGA SOLEDAD “A las personas les cuesta mucho hacerse a la idea de que no hay esperanza, de que están solas”. Ya que hay “muy pocos que soportan la idea de que no hay remedio para la soledad de la existencia”. Por eso “la mayoría alimenta esperanzas, se agarra a lo que puede, busca refugio en las relaciones humanas, pero a sus intentos de fuga de la cárcel de la soledad no les pone verdadera pasión ni entrega, y entonces se refugia en mil ocupaciones falsas”. Esta es la conclusión vital a la que llega este hombre, una noche en que confiesa a su amigo cómo dejó a su esposa por la mujer que deseaba años atrás, para después de casarse con ella, perderla también para siempre... “Las voces, las luces, las alegrías y las sorpresas, las esperanzas y los miedos que encierra nuestra niñez, eso es lo que realmente amamos, lo que buscamos durante toda la vida”. Esa nostalgia por una infancia perdida hace que no encontremos finalmente nuestro lugar en este mundo. ¿Cuál era su problema con la primera mujer? “Rencor, vanidad. Es lo que suele haber en el fondo de todas las miserias y las desgracias humanas. Y soberbia”. Al principio, el personaje “intentaba achacarlo a la avaricia, el egoísmo o la lujuria, después a los obstáculos sociales, a la ordenación del mundo, hasta comprender que “para los hombres no hay salvación”... Ya que “la mayoría de la gente no puede dar ni recibir amor porque es cobarde y orgullosa, porque tiene miedo al fracaso”. Puesto que “le da vergüenza entregarse a otra persona y más aún rendirse a ella porque teme que descubra su secreto… el triste secreto de cada ser humano: que necesita mucha ternura que no puede vivir sin amor”. Y lo terrible es que al final de su vida dice: “Ni siquiera ahora, que ya me he convertido en un lobo solitario, tengo el valor de reconocer que la culpa ha sido sólo mía”... REALISMO CRUDO La mujer justa no es una hermosa novela, sino una confesión amarga, que desnuda la calamidad de la vida burguesa que el autor conoció, tras el derrumbe del imperio austrohúngaro en la Europa de entreguerras. Su obra sin embargo es mucho más que un cuadro social, ya que desvela la condición moral del individuo. En su desintegración vemos los secretos y miserias de esta mujer infeliz en su correcto matrimonio, la falsedad de este juicioso y educado marido, junto a los anhelos de una criada de escapar de su pobreza, para poder escalar socialmente. Sus monólogos nos descubren su continuo fracaso en el matrimonio, su imposible carácter y las vanas aspiraciones de felicidad, que persiguen a lo largo de toda su vida... No estamos por lo tanto ante un melodrama artificial y endeble, sino ante un libro de realismo crudo, inspirado por un cierto sentido de compasión ante la soledad humana. La tragedia de la muerte del hijo que tiene el protagonista con su primera esposa, demuestra a la mujer que “no es cierto que el sufrimiento nos purifique y nos haga mejores, más sabios y comprensivos”, si no que “nos vuelve lúcidos, fríos e indiferentes”. Esa desgracia rompe finalmente el matrimonio, que se sentía unido por la existencia de ese niño, y el hombre inicia la absurda búsqueda de “la mujer justa”... Ella nos enseña finalmente que “la mujer justa no existe, simplemente hay personas, pero ninguna tiene todo lo que esperamos y deseamos”. No hay “ninguna que reúne todos los requisitos, no existe esa figura única, particular, maravillosa e insustituible que nos hará felices”. Su amor sin embargo encubre “un egoísmo desenfrenado”. No sabe si la muerte de su hijo es un castigo de Dios, ya que “la criatura por la que lloraré toda mi vida no era más que un instrumento, una excusa para obligar a mi marido a amarme”. Va a la iglesia y reza, le pide ayuda a Dios, pero cree que “Dios sabe que sólo nosotros podemos ayudarnos”… PROFUNDA DECEPCIÓN No hay duda que el tiro con el que acaba la vida de Marai, refleja la profunda desesperanza que encontramos ya en esta novela. La deslumbrante tensión narrativa que empuja su reflexiva prosa, nos sorprende con un desenlace por el que lo que parecía misterioso se revela vulgar. Los afables sentimientos, la mística del honor, la dignidad y la pasión que nos hacen sentir vivos, exhalan finalmente un aire tóxico que muestra la irreparable falsedad con la que uno construye la epopeya de su decepción. Libros como éste, nos muestran que sin fe no hay esperanza en este mundo. Nos podemos hacer la ilusión de que podemos vivir sin el Creador, buscando nuestra propia felicidad, pero un día tenemos que reconocer que no nos quedan más que un puñado de recuerdos infantiles, sueños absurdos y anhelos frustrados. Nuestra profunda soledad viene de la realidad de que nos hemos separado de Dios. Esta ruptura impide que podamos encontrar armonía en nuestras relaciones con los demás, y nos deja en un tremendo egoísmo, que nos condena a una terrible soledad. La única forma de volver a encontrar propósito en esta vida, pasa por volver a Aquel que nos ha hecho para Él. El problema es que “no hay justo, ni aún uno” (Romanos 3:10). Nadie puede acercarse a Él por su injusticia. La buena noticia es que “ahora en Cristo Jesús, nosotros que en otro tiempo estábamos lejos, hemos sido hechos cercanos por la sangre de Cristo, porque Él es nuestra paz” (Efesios 2:13-14). Jesús es el Puente que nos libra de nuestra soledad, para encontrar la esperanza de una nueva relación con Dios y los hombres. Su Cruz hace posible que exista “la mujer justa”, ya que por la justicia de Uno, muchos son también ahora hechos justos (Ro. 5:19)... José de Segovia es periodista, teólogo y pastor en Madrid

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