jueves, 1 de noviembre de 2012

Civilización y barbarie en “Doña Bárbara”, de Rómulo Gallegos. Reseña de Emilio Piqueras Gómez

Civilización y barbarie en “Doña Bárbara”,
de Rómulo Gallegos.
Autor: Emilio Piqueras Gómez

A la hora de realizar una crítica literaria sobre la novela de “Dª Bárbara” hay que señalar como tema central esa contraposición exhibida en toda la obra entre los conceptos de civilización y barbarie. Una contraposición existente en los llanos venezolanos, en donde parece que la civilización ha de venir de fuera, mientras que la barbarie ya se encuentra, desde los tiempos remotos, instalada en todos sus parajes, personas y costumbres.

Si analizamos el personaje de Doña Bárbara, cacique dueña de una gran hacienda obtenida por medios oscuros, encontramos a esa persona que quiere salirse con la suya por cualquier medio posible, para lo cual necesita tierras, villanos a su cargo, dinero, y que para ello es capaz de recurrir a las mayores villanías. El instinto de acaparar, de vivir en lo alto de la cúspide no le permite que le tiemble la mano: tiene a su mando a los Mondragones, al Brujeador, a Mister Danger… Y para no tener que cumplir unas leyes que le hubieran sido incómodas, ha procurado meterse a la justicia en su bolsillo, creando sus propias leyes, las que ahora tendrán que respetar todos los que quieran vivir en “El Llano”, todos los que pretendan hacerle sombra en sus aspiraciones, y eso siempre es jugar con una baraja marcada. Si reflexionamos ante esas circunstancias, vemos que “la barbarie” es algo que campa a sus anchas en la región. Sin embargo, sabemos que ella es también una víctima del Llano, pues fue violada de joven mientras que el muchacho de quien estaba enamorado era asesinado, hecho por el cual queda marcada. Esto siempre es una llave para entender la obra. El personaje no nace de la nada, cada uno tiene su propio recorrido. Y además, se nos presenta como alguien que tampoco dirige ni dispone los acontecimientos, planificando los desenlaces, sino que suele actuar por instinto, y aunque por viles principios en la mayoría de las ocasiones, en otras lo hace por creencias irracionales – ella misma se ve como un engranaje clave sobre lo que el destino les tiene deparado a cada uno de los habitantes–; y es por ello que el autor utiliza ese tinte mágico que impregna toda la historia, aunque aportando siempre una adecuada dosis de credibilidad.

En el extremo opuesto está Santos Luzardo quien representa la civilización. Un abogado que regresa de Caracas para restablecer la hacienda de Altamira, expoliada por todos los que quisieron poner en ella su codiciosa mirada. Una civilización importada, pero por un hombre que perteneció al “Llano”, y que es hijo de una familia marcada, quizás de las más violentas de la llanura. Heredero de una estirpe en donde casi todos sus progenitores han muerto de forma violenta, donde su mismo padre mató a uno de sus hermanos para luego dejarse morir. La historia se complica al estar enfrentada su familia –en la actualidad ya solo la compone él unido a sus recuerdos– con otra con quien compartía el caciquismo del Llano. El autor nos presenta a Santos como educado, como defensor de unos principios en donde se cree en el hombre, donde se rechaza la violencia y se lucha por ideales. Santos Luzardo sería el baluarte de la civilización, además, a su lado puede contar con Antonio, quien parece secundarle en sus ideas, y con Marisela, muchacha agreste y desamparada de quien se va enamorando, a la vez que representa un soplo de ingenuidad y belleza en la obra.

Hasta aquí el planteamiento de un pulso entre dos tendencias. Ahora reflexionemos sobre la trama: tras su llegada, en los primeros rifirrafes de los episodios, Santos va ganando terreno y peso en la obra, gracias a sus métodos limpios; sin embargo, llegado un momento, el abogado va a recurrir a un instinto aletargado volviéndose el más agresivo de los hombres, hasta el punto de hacer uso de las armas no para defensa sino para la consecución de unos fines. Y esto ocurre tras unos capítulos en que Dª Bárbara ha estado suavizando sus métodos y mostrando ciertos detalles tanto con Santos como con algunos de sus allegados, pero también coincidirá con la ausencia de Marisela de la hacienda. La trama, pues, va transitando como un acordeón entre los métodos más bárbaros y viscerales y otros más comedidos, en donde el amor o la búsqueda de objetivos menos materiales van modificando ciertas actitudes.

Pero a pesar de los avances de la trama, nadie parece que haya cambiado: Paivia no deja de ser bárbaro, porque muere; a los Montenegros les pasa otro tanto; igual que al Brujeador; todos ellos son personajes que desaparecen, no existe ningún cambio en ellos, no se ve que la civilización transforme a nadie, sino que los que representan la barbarie van extinguiéndose, pero a base de la fuerza. Dª Bárbara es un caso distinto, ella es una protagonista que sí evoluciona, es un personaje redondo, alguien con un recorrido alterno en esa dicotomía barbarie-civilización que sí que comienza a cambiar: necesita “entregar su obra” para conseguir el amor del hombre, según le ha aconsejado El Socio, todo ello dentro de un ambiente de misterio y magia, en el cual la mujerona reina, en parte por intereses de poder y en parte por convencimiento. Si quisiéramos afirmar qué fuerza vence en ella, no sabríamos contestar, ya que hasta en el comienzo del desenlace, cuando ve que Marisela sale vencedora en ese pulso que con ella sostuvo sobre el amor de Santos, llega a empuñar un revolver y está a punto de dispararlo sobre su propia hija, y en el final de la novela, en consonancia con ese matiz fantástico que baña la obra de principio a fin, tampoco se puede precisar si se suicida o se quita de en medio,.

Para concluir, la novela recuerda a otras en donde se debate la idea sarmentiana de "civilización o barbarie", y asimismo, en ocasiones me ha hecho rememorar La Regenta. En cualquier caso, a pesar de ciertos tintes paternalistas del autor y un seguro chauvinismo hacia la tierra del llano venezolano que parece conocer bien, la obra encierra una trama que apasiona, que es rabiosamente sugerente de leer porque la dicotomía tratada quizás esté en las vísceras de cada uno y seguro que en la filogenia de la especie humana, porque, según se ve a diario en las noticias del mundo, no parece que sea un argumento exclusivo del pasado o algo en lo que el hombre haya evolucionado mucho.



EMILIO PIQUERAS


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