martes, 9 de diciembre de 2008

Elias Canetti: Auto de fe

"... Para Andreas Kurz el protagonista de auto de fe, el sinólogo Kien, el de los 25 mil libros, es un verdadero autista del intelecto. Se vuelve loco cuando tiene que salir de su biblioteca y ubicarse en la realidad de las calles de la capital austríaca. No son las palabras las que reflejan los objetos, sino, al revés, los objetos verifican las palabras. Por primera vez en veinte años Kien, en uno de sus paseos rutinarios, percibe el arrullo de unas palomas: "'¡Correcto!', dijo en voz baja y asintió con la cabeza, como siempre cuando una realidad concordaba con su imagen originaria impresa." La locura de Kien va más allá de la de Don Quijote, y Canetti protege mucho menos a su héroe que Cervantes al suyo. En un ensayo reciente, Fernando del Paso, casi tan monomaníaco como Canetti, muestra que Cervantes protegió, en varias ocasiones, a su protagonista desquiciado, de transformarse en asesino. Si Don Quijote realmente hubiera matado a alguien, su locura habría perdido todo lo lúdico y humano que la caracteriza: el Caballero de la Triste Figura como vil psicópata. Kien, por su parte, es agresivo, violento en ocasiones y, hasta el final, está convencido de su superioridad como intelectual: los que no cifran sus lecturas con por lo menos cuatro dígitos, no tienen el derecho de llamarse humanos. Es precisamente este elitismo que hace vulnerable al pensador y que lo vuelve una presa fácil para cualquier totalitarismo populista: el que no aprecia a las vidas cotidianas (o vulgares, o comunes), no se opondrá al aniquilamiento de éstas. El incendio de la biblioteca de Kien, de los 25 mil libros que representan la cultura occidental y oriental, es una trágica mise en abyme, la construcción de una paradoja ontológica: por un lado refleja la hoguera en que los nazis, poco antes, han puesto a la palabra escrita y que cualquier lector y ser pensante debía aborrecer; por otro lado constituye, en 1935, una advertencia radical de que los intelectuales tenían que salir de su torre de marfil construida por el signo autosuficiente. Quizás esta insistencia en la capacidad del lenguaje de reflejar y generar la realidad y, sobre todo, el comportamiento humano, se debe a la experiencia de carecer de un idioma materno propiamente dicho. El niño Canetti, en Bulgaria, crece con el sefardí, el castellano antiguo hablado, junto con el yiddish, por la comunidad judía del este de Europa. Antes de cumplir diez años debe ubicarse dentro de tres entornos lingüísticos más: el inglés en Manchester, el francés en Lausana y, finalmente, el alemán en Viena y Zurich. El aprendizaje forzado del idioma parece haberle abierto los ojos sobre la relación intrínseca entre lenguaje y poder, sobre la función de las palabras que no comunican a secas, sino amenazan, acarician, engañan, inducen a actuar o a encapsularse..." Es extracto y compendio de otras reseñs que se relacionan: http://www.paginadigital.com.ar/articulos/2005/2005terc/literatura5/andreas-kurz-canetti-301105.asp http://www.um.es/tonosdigital/znum10/estudios/D-Albaladejo.htm http://www.elpais.com/articulo/semana/Narrar/verdad/locura/elpepuculbab/20050716elpbabese_2/Tes

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