miércoles, 4 de febrero de 2009

Roberto Bolaño: Los detectives salvajes. (la novela posmoderna)

"... Los detectives salvajes es una novela del escritor chileno Roberto Bolaño (1953-2003), publicada en 1998, ganadora del premio Rómulo Gallegos en 1999 y el premio Herralde. La novela narra la búsqueda de la poetisa mexicana Cesárea Tinajero, por parte de dos jóvenes poetas y ocasionales vendedores de droga, el chileno Arturo Belano y el mexicano Ulises Lima. Bolaño utiliza a estos personajes para componer una ficción en la que se mezclan las ciudades y los personajes, en un homenaje a la poesía. La obra se divide en tres partes. La primera y la última comprenden la búsqueda de Tinajero por parte de Belano, Lima y un joven seguidor, Juan García Madero, del que se perderá todo rastro. En la segunda, un narrador innombrado sigue las pistas de los dos poetas a lo largo de 20 años y recorre el mundo, partiendo del DF, y pasando entre otros lugares por Managua, París, Barcelona, Madrid, Mallorca, San Diego, Tel Aviv, Roma, Pachuca, Viena, Angola y Sierra Leona. Antes de partir, Lima y Belano forman un grupo, un movimiento de poesía, llamado los real visceralistas, un homenaje al estilo de Tinajero, que se desintegra poco después de su partida. El libro se estructura como una serie de testimonios tomados por un autor desconocido, de los miembros, sus allegados y las personas con las que Lima y Belano tuvieron contacto en sus viajes. Los testimonios, narrados en primera persona, no siguen un orden aparente en una primera lectura, lo que ha servido a algunos críticos para comparar Los detectives salvajes con Rayuela de Cortázar. Belano es considerado por algunos críticos como el alter ego de Roberto Bolaño, mientras el personaje Ulises Lima está inspirado en el poeta mexicano Mario Santiago Papasquiaro. Arturo Belano y Ulises Lima, los detectives salvajes, salen a buscar las huellas de Cesárea Tinajero, la misteriosa escritora desaparecida en México en los años inmediatamente posteriores a la Revolución, y esa búsqueda el viaje y sus consecuencias se prolonga durante veinte años, desde 1976 hasta 1996, el tiempo canónico de cualquier errancia, bifurcándose a través de múltiples personajes y continentes, en una novela en donde hay de todo: amores y muertes, asesinatos y fugas turísticas, manicomios y universidades, desapariciones y apariciones. Sus escenarios son México, Nicaragua, Estados Unidos, Francia, España, Austria, Israel, África, siempre al compás de los detectives salvajes poetas «desperados», traficantes ocasionales, Arturo Belano y Ulises Lima, los enigmáticos protagonistas de este libro que puede leerse como un refinadísimo thriller wellesiano, atravesado por un humor iconoclasta y feroz.
Javier de Frutos señala que la obra del escritor chileno ha alcanzado una notoriedad y reconocimiento que su temprana muerte apenas le dejó intuir. Y Los detectives ostenta ya el estatus de icono de la literatura contemporánea, de “obra maestra”. El premio Rómulo Gallegos en 1999 preludió la trayectoria de una novela que ya ha sido traducida a más de diez lenguas y que el pasado año fue elogiada de forma unánime en Estados Unidos, donde Bolaño, reinterpretado como un beatnik, es considerado el escritor latinoamericano más importante de su generación. ¿Por qué el viaje de los poetas Arturo Belano y Ulises Lima tras las huellas de la escritora Cesárea Tinajero, cuyo rastro se pierde en el desierto de Sonora en los años posteriores a la Revolución, ha adquirido semejante trascendencia? La respuesta sólo puede ser múltiple, como lo son las voces que componen la parte central de la novela, los testimonios que dan cuenta de qué sucedió con Belano, Lima y sus compañeros realvisceralitas en un periplo inagotable que abarca 20 años (1976-1996) y tres continentes. Una respuesta múltiple que debería aludir a la capacidad de Bolaño para narrar de forma verosímil cualquier situación imaginable, para dar saltos temporales y geográficos con la sensación de que sólo podrían contarse así, de una forma excesiva y suicida, donde incluso lo aparentemente descuidado parece inevitable. Una respuesta que tal vez debería anotar que esa actitud visceral es común al relato y a los personajes. La visceralidad como una forma de entender la poesía, la literatura y la vida. Para María Antonieta Flores todo el tejido narrativo crea una atmósfera de vaguedad, de falta de certeza. El itinerario de la historia está marcado por voces, tiempos y espacios bien determinados que, no obstante y paradójicamente, construyen una estética de la imprecisión. Los personajes de Ulises Lima y Arturo Belano se dibujan y se desdibujan en otras voces, la historia está abierta y el lector no puede saberlo todo ni lo sabrá. El registro íntimo del diario o la confesión es la estrategia que propicia el despliegue de voces, miradas e incompletitudes. En la primera y la tercera parte, la visión la ofrece la voz de Juan García Madero; la segunda, es perspectivista (punto de vista múltiple), y no deja de traer resonancias de esa gran novela de la modernidad que es Manhattan Transfer de John Dos Pasos. Siempre se conocerá la historia por los testigos, protagonistas también y que sólo pueden dar su visión. El lector transita con ellos y así puede saber más que cada uno de los narradores testigos, pero siempre desde la carencia y la duda. El saber del lector se va conformando desde la suma de los fragmentos y, apenas, se concreta al final y de forma penumbrosa. Los personajes secundarios, si optamos por una denominación tradicional, construyen con su mirada a los principales: a Arturo Belano y a Ulises Lima.Esta imprecisión de los personajes que están allí en el texto junto a la visión múltiple de los múltiples personajes lleva a pensar que en el fondo no hay protagonistas y que es una manera de elaborar narrativamente un concepto y tema caro a la posmodernidad: la disolución del sujeto. La segunda parte de Los detectives salvajes expondrá -dice María Antonia Flores, más claramente sus conexiones con la épica. Ulises Lima remite a un degradado Odiseo, sin acciones heroicas salvo la defensa de una prostituta como un hecho circunstancial, sin Penélope que lo espere, tras un amor imposible. Ulises Lima es un antihéroe al igual que Arturo Belano. Este último, exiliado sin regreso, persigue a la muerte. Es ella su Itaca. Por esta razón, uno regresa, el otro no: cumplen, de alguna manera, la ruta de los arquetipos con los cuales se pueden asociar (Odiseo y el rey Arturo). La relación con la obra de Homero se reafirma, señala Flores, por la estructura episódica del libro: cada capítulo o sección posee independencia propia a la vez que va trazando una historia única, y en la segunda parte (tal como en La Ilíada) cada personaje que habla se convierte en héroe de su propio instante. Hay que recorrer todas las páginas para vislumbrar (y aquí es clave el capítulo 23 de la segunda parte) que Los detectives salvajes cuentan la épica y la saga de una generación, la nacida en lo años 50, la de los actuales cuarentones, fracasados e impotentes. No es gratuito que la impotencia sea una de las circunstancias que marcan a algunos personajes y es obvio que no es sólo una referencia física y sexual, sino un símbolo de imposibilidad existencial. Los héroes se pierden en el olvido, desdibujados. Su permanencia está en su ausencia. Los detectives salvajes de Roberto Bolaño, refiere María Antonieta Flores, es una novela que dentro del contexto de la literatura latinoamericana funciona como vínculo entre pasado y presente. Estética y temáticamente tiende un puente entre modernidad y posmodernidad, entre lo real maravilloso —que transita muy levemente en sus páginas al igual que cierto aire rulfeano— y la narrativa del posboom. Los detectives salvajes es un buen ejemplo de cómo estructuras de la llamada subliteratura (novela policial y diario) son el pretexto para que acaezca una buena historia que trasciende más allá de sus propios límites y evoca la presencia de una vida que se escapa y a la vez ahoga."
Esta recensión es compedio y extracto de otras reseñas que se relacionan en los vínculos que siguen:

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