lunes, 1 de junio de 2009

El Conquistador: Un relato de Joaquín Herrera del Rey.

Ayer me enteré que falleció Antonio. Muchas mujeres le lloraron. Unos decían que era ordenanza en el ayuntamiento, y otros que poseía un título nobiliario procedente de Extremadura. Al parecer allí tenía unas tierras arrendadas sin valor. Era bajo, muy bajo, quizás no midiera más de 1,49; ojos negros como el betún, pelo abundante,( donde existía), con brillantina artificial tirando a guarro y desordenado, con ondas bien marcadas; tenía una calvicie que dependiendo del día, y de la luz, tenía su origen en un sitio o en otro, cintura de picador, las manos pequeñas y gruesas, cuidadas, aunque se mordía las uñas. En uno de sus dedos, una sortija escandalosa de lo que parecía un escudo nobiliario.. Vestía limpio. Le gustaban las mujeres. Muy conocido en las numerosas whiskerias, con nombres de fantasía, que pululaban entonces por Sevilla. Mantenía buenas relaciones con conocidos puteros entre los que se encontraba algún conocido leguleyo del foro. Me contó que una de las “madamas” en la Audiencia reconoció a un togado, en un juicio en cierta ocasión, y dirigiéndose a él le dijo:”Andresito, si eres tu, que casualidad, échame una mano” Era Demóstenes hablando, una espléndida buena capacidad dialéctica, un tono de voz atrayente suave y sugestiva, para una imaginación desbordante. Conservaba bien su amarillenta dentadura. Cuando no hablaba tenía un aspecto venerable. Si no tartamudeaba, balbuceaba. No se si se le podría calificar hoy de “metrosexua” o ambiguo. Decía ser un políglota asombroso; dominaba todas las lenguas cultas, hablaba también el catalán (aunque eso sí con acento andorrano), el caló, el vasco, el subdialecto del Fuero de Baylio y de otras zonas de Extremadura y otro conjunto de idiomas absolutamente inútiles. Se llamaba Antonio Peinado. Al final, no tenía profesión conocida, según resultó de las actuaciones sumariales, pero tenía y presumía de los conocimientos más originales. También le gustaba hablar de vinos utilizando palabras muy elegantes. (Lo que los sensibles televisivos llaman hoy “Glamour”). Decía que los picapleitos éramos gentes adiestradas desde la mocedad en el arte de demostrar, mediante palabras, que se multiplicaban para este fin, que lo blanco era negro y lo negro blanco, según se nos pagara. Me reiteraba Antonio que normas árabes antiguas de nuestra capital, recomendaban suprimir a los abogadillos, ya que era una pena que el dinero de la gente de la ciudad se gastase en vano. Y que dichas reglas indicaban también que si no fuera posible suprimir nuestra profesión y mantenernos, que seamos los menos posibles y conocidos como personas de buenas costumbres, honradas piadosas y sabias, no entregadas a la bebida ni susceptibles de cohecho ,aunque tales cualidades no se suelen encontrar entre los jurisperitos. Yo creo que Antonio, me tomaba el pelo, pero decía que el tratado árabe nos ponía de zalameros embusteros y disfrazadores de la verdad; desde luego escuchar esto de mi cliente me ha tranquilizado moralmente bastante para mi profesión en estos años viniendo del simpático bellaco. Vivía en un hotelito familiar, tan familiar, que andaba “liao” con su dueña y patrona, digamos doña Encarna, para no identificarla demasiado, aunque su establecimiento se encontraba cerca del nº 50 de la calle Fabiola en el barrio de Santa Cruz. Era viuda, cincuentona y aún de buenas formas en sus carnes aunque a mí en aquellos tiempos cuando la conocí, en el Juzgado, me pareció muy mayor.De plena gratuidad en su alojamiento, contaba con la ropa bien “lavá y bien planchá”, como justa compensación a sus constantes atenciones íntimas .Gratis, cueste lo que cueste ,decía Antonio. La patrona, doña Encarna, tenía una hija Encarnita, de veinte años, un bombón esbelta, muy bella, alegre, no muy alta pero muy bien hecha. La moza, era conocedora de la relación que éste mantenía con su madre, pero se dejó piropear primero y acabó yendo, sin demasiada resistencia, al catre del maduro huésped. Según declararía posteriormente en el sumario, no pudo impedir enamorarse de él. Era un hombre que le hacía reír. Pues, así me decía Antonio, que iba por la vida, Encarna de noche, Encarna de día…. Al tiempo que hacía las delicias de madre, ejercía como amante oficial de una relevante señora de la sociedad sevillana separada de un ingeniero ,y propietario éste de una próspera mortuoria, que a pesar de no vivir con Engracia, digamos que este era el nombre de la antes dicha señora, costeaba, sin restricción sus gastos mensuales. De dichas rentas se beneficiaba en gran parte Antonio, a quien tenía como un rey .Rondaba dicha señora las sesenta primaveras y no le sentaba demasiado mal su nombre, porque como el puente antiguo de hierro estaba en excelente estado de conservación. Como, al parecer, no tenía bastante con estos tres líos, Antonio se estaba tirando a la Bartola, en sentido literal, mujer de la limpieza del hotel en cuestión, morena rubeniana, de extracción social baja, aunque ella decía que procedente de una familia noble de la sierra onubense. Sin importarle demasiado su pedigrí, se beneficiaban mutuamente, ella garantizaba ser soltera y, en agradecimiento a sus múltiples atenciones, ella, entre otros detalles, le traía múltiples productos de la sierra, financiados al ya te veré, que Antonio comercializaba por nuestra ciudad. Así de ocupado estaba ya Antonio cuando irrumpió Regla. La conoció, en una cafetería cerca de la Plaza de la Encarnación (no se si el nombre fue una casualidad más); quiso el destino que la pobre mujer se sentara junto a él en la barra y, como tenía un tono gritón, el elemento, pudo escuchar casi todo cuanto le estaba contando a la amiga que la acompañaba. La conversación no tenía desperdicio para él: Regla pedía consejo acerca del mejor modo de invertir varios millones de pesetas de entonces, que había recibido del reciente fallecimiento de sus padres. Esto fue un autentico reto para Antonio. Un desafío para sus habilidades. Regla era fea, era absolutamente fea o antiestética, más que una venganza, tenía un cuerpo encorvado, mal hecho, sin ningún atractivo, nariz como los anzuelos, de pico de loro, y, por si fuera poco, hacía buena pareja con Antonio en el solo sentido de que era calva. La delicia para un cirujano. Soltera, sesentona vivía actualmente en una residencia de señoras afines a la Iglesia. Resultó, por si algo faltase, rematadamente inocente, tonta e imbécil, una auténtica cretina, pero muy buena persona. Hay que comprender su reacción, cuando aquel caballero de tan buenas maneras, que a su lado estaba tomándose un refresco, le dedicó una sonrisa seductora y fascinante, elogió sus ojos negros (lo único pasable del arrugado rostro) y, con mucha parsimonia y cortesía, se permitió inmiscuirse en la conversación ya que abogado, economista y agente de cambio y bolsa, que dijo ser, podía orientarla hacia la mayor rentabilidad de sus ahorros. Se citaron al siguiente día en otro bar y, dando por aparcado el tema economicista, Antonio le confesó la tristeza de su soledad desde que años atrás una novia muy amada se le había muerto del síndrome de Kawasaki, justo unas semanas antes del fijado para su boda. Sólo en la religión encontraba consuelo. Al ser Regla un alma abandonada, pronto hicieron migas juntos. Contó él que vivía en su misma oficina, sin ninguna comodidad, pues ya se sabe lo mal que se las apaña un hombre solo (hijo único, sus familiares fallecieron hace mucho tiempo) ni siquiera tenía un perrito que le ladrara y las plantas se le morían de tristeza. Nobody know the trouble I see…Nadie-sabe-las penas-que-me afligen (tradujo). Ella también se sinceró: sin más parientes que unas primas, condenada a vivir en soledad. Se repitieron las citas de enamorados, en numerosas ocasiones en la parroquia a la que pertenecía Regla; valoró ella con altísima estima la piedad y el fervor de Antonio, que seguía la misa con comunión diaria y cristiana devoción. A su párroco le encantó Antonio. Cada día más interesada por este caballero, es lógico que recibiese con gozo su petición de noviazgo formal. Más todavía cuando, dando una prueba más de sus rectas intenciones, le manifestó su deseo de transmitir sus nobles sentimientos a sus primas, a quienes, como únicos parientes de su amada, consideraba que correspondía la honrosa facultad de concederle su horrenda mano. Y una mañana colorida de primavera, de esas que solo hay en Sevilla, apareció en casa de las primas de su novia con un gran ramo de rosas blancas, símbolo de virginidad y amor, según comentó, para sellar su relación, y aquellas sanas personas se llevaron un alegrón, ya que consideraban causa perdida y cosa juzgada la contumaz soltería de Regla. Se entendieron bien con “el pretendiente”, tan serio, de tan buena familia, tan educado, tan culto, y escucharon (y se creyeron) que ahora se disponía a iniciar una nueva empresa, nicho de mercado, con múltiples posibilidades. Antonio se crecía en los momentos de inspiración, y realmente lo estaba, ante la nueva empresa que “el caso” Regla planteaba para sus intereses. Pues, Antonio había conseguido una autorización de la Dirección General de Instituciones Penitenciarias (que les mostró) mediante la cual podía utilizar a los reclusos de Sevilla y el Puerto como trabajadores en la fabricación de quincalla. Los salarios serían mínimos, el “marketing” y “Know how” revolucionario propio del último berrido de las escuelas de negocios, se ahorraba la seguridad social y, en consecuencia, los beneficios tenían que resultar tremendos. Días más tarde, mientras visitaban corredores de pisos, porque Antonio no quería retrasar el casamiento, ya que se sentía muy sólo, y las noches eran, realmente, muy duras. Regla recogió con inusitada agilidad una ligera sugerencia de su pretendiente (que así le llamaba ella) y puso a su disposición sus rentas. Más todavía; cuando sus primas lo conocieron suplicaron encarecidamente que les dejara tomar parte de tan suculento negocio. Antonio facilitó documentos que nos les faltaba ni un perejil(proyectos, balances, cuentas de resultados presupuestos planes económicos y comerciales etc). Tomó el dinero, se despidió y corrió. Al mes, Regla empezó a preguntarse y temió que hubiera caído enfermo. Al segundo mes, empezaron a preguntar por los lugares que solía frecuentar y más de uno, les informó había invertido también en tan esperanzadora empresa. Pero tras dos meses, sus primas presentaron denuncia en la Gavidia. La Policía localizó a Antonio en un local garito de la carretera de Extremadura y vistos sus antecedentes penales eran para echarle de comer aparte. Se empezaron a presentar querellas criminales, varios empresarios, inversores, el canónigo, Regla, la prima, la madre de la prima, Encarna, la separada del ingeniero Engracia.También varias empresas proveedoras de la Sierra Norte de Huelva con las que contrataba Bartola. Pero lo más grave no era el desfalco económico, sino la ira de las féminas despechadas y corneadas. Eran mujeres desesperadas, no ya por sus haberes económicos desaparecidos, sino por sus ilusiones y sueños desvanecidos. Encarna no soportaba la relación con Encarnita pero le disculpaba, ante el Juez que instruía el caso, dada las cualidades del adonis. Casi todas decían lo mismo: Me ha hecho tan feliz y a pesar de todo, si me pide perdón, renuncio a exigirle nada. Y doña Engracia, -Es un canalla, vaya si lo es; pero debo reconocer que en la intimidad resulta adorable, y como no tiene un duro ¿para qué continuar reclamándole nada? La necesidad agudiza el ingenio. O sea, que también me aparto de la querella. Y Bartola -Ya me extrañaba a mí que un hombre tan buen mozo, tan buen amante, no tuviese algún defecto ¡Que bonito es el amor mientras dura…(el amor)¡ Mire, señor juez, lo doy por olvidado todo. Y Encarnita: ¡Es tan cariñoso y simpático...! Cuando le llegó el turno de declarar a la pobre Regla, sufrió un ataque de nervios y fue necesario darle un calmante para tranquilizarla. Recuperado el dominio de sí misma, dijo con voz firme: -Nunca pude imaginar que tras su apariencia de noble caballero español de otros tiempos se escondiese esta persona. Aunque, como cristiana que soy, tengo el deber de olvidar.Si se casa conmigo lo perdono... Pasaron algunas semanas desde estas declaraciones en las diligencias previas. El juez instructor pidió que compareciese de nuevo el procesado para que ampliara y aclarara algunos puntos oscuros de sus declaraciones... Sosegado y correctísimo, elegante (¿¡¡?), con voz pausada, con una absoluta tranquilidad, Antonio insistió que constara expresamente su agradecimiento a aquellas mujeres que tan generosamente se habían portado con él, por haber recibido regalos, pero se excusaba en su estado de necesidad absoluto. Firmó la declaración, se retiró la oficial que la había trascrito y nos quedamos en el despacho de Su Señoría los abogados de la acusación particular y el procesado. El juez se levantó, salió de detrás de la mesa y, acercándose a Antonio, le dijo: -Vamos a ver, se trata de una simple curiosidad .Fuera de sumario. ¿Que les ofrece Vd a las mujeres? Cariño, Señoría mucho cariño. Respondió Antonio con sublime humildad. El asunto no acabó demasiado mal. Como siempre el transcurso de los lustros fue quitando importancia al mismo…. Recuerdo una providencia dado que por una casualidad los autos desaparecieron durante algunos años. Más o menos decía lo siguiente: “En Sevilla a veinte y nueve de febrero de 1979.La extiendo yo el Secretario ,de conformidad la acordada en la anterior providencia de fecha 22 de los corrientes en relación con los autos número... seguidos a instancia de Doña Regla y otros contra Don Antonio sobre querella por estafa y otras figuras delictivas compuestos de 1899 folios, para hacer constar que tras la entrega al letrado de la acusación particular con fecha 20 de diciembre de 1978 para la formalización del recurso anunciado, dichos autos no se encuentran en la Secretaría de este Juzgado, significando que en la fecha de 29 de diciembre de 1979 (de presentación del escrito de formalización del recurso), el funcionario encargado de la tramitación de los recursos se encontraba de permiso (debidamente autorizado) por asuntos particulares ( así como otros componentes de la plantilla por las festividades de Navidad y Fin de Año) , reincorporándose el día 5 de enero siguiente y manifestando que en dicha fecha ya no tuvo constancia de la presencia de los autos mencionados en la Secretaría. Preguntado igualmente el personal de la limpieza, por una de sus componentes se manifiesta que por aquellas fechas recuerda que arrojó a la basura una bolsa de plástico conteniendo papeles que durante dos días estuvo depositada en el suelo, de todo lo cual, dada la enorme carga de trabajo de ésta Secretaría, paso a dar cuenta a S. S. Doy fe.” Por último, después de múltiples suspensiones, bastantes pruebas periciales. testigos innumerables del fiscal, acusación particular y defensa…. en la vista una vez más mi maestro estuvo verdaderamente brillante…, el fiscal había dedicado su informe a glosar la aviesa personalidad del procesado que, abusando de sus atractivos personales, de su indudable capacidad de sugestión, de sus malas artes amatorias y de su florida conversación, engañó a las mujeres víctimas, arrastrándolas con sagaces engaños hasta el lecho. Antonio se sentaba con su metro y capirote de estatura, un poco ya estrábico, mal vestido, calvo, con la cara llena de manchas pardas y que parecía le quedaban pocos telediarios. Al concedérsele la palabra a mi maestro, pidió éste, a Antonio, nuestro cliente: -Póngase en pie. -En... en... seguida. –Farfulló al hablar Don Manuel García extendió con energía su mano hacía el bajito y, señalándole con el índice, tan sólo dijo a los señores magistrados: -Este es el hombre. (c) Joaquín Herrera del Rey

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