miércoles, 4 de marzo de 2009

Walter Benjamin: El libro de los Pasajes (el hombre ecléptico)

"... El Libro de los Pasajes, es un libro mitológico del siglo XX; mitológico por su devenir y su inacabada conclusión. De tal forma que el lector encontrará un ingente trabajo de recopilación de citas y pasajes que habían de servir a Walter Benjamín para elaborar una más que ambiciosa historia de la filosofía materialista durante el siglo XIX. Más aún, el encanto devenía de que esta historia se centraría en el París del siglo XIX. Flaubert había previsto que su novela Bouvard y Pecuchet consistiera sólo en un extenso prólogo narrativo a una segunda parte de la obra, mucho más vasta, en la que se habría reunido la serie más heterogénea y disparatada de pasajes leídos por los dos protagonistas de ese libro, sacados de la historia de la literatura y el pensamiento francés. Flaubert no llegó a culminar este fabuloso proyecto; algunas ediciones han aventurado una aproximación a ese confuso magma de citas y referencias, básicamente concebidos como una "crítica" de la estupidez humana. En la trastienda ideológica de Flaubert se hallaban, como polos opuestos, la ascensión imparable de la burguesía francesa durante el Segundo Imperio —con sus grandes reformas urbanísticas, su poderío económico y financiero y su desbordada tontería— y las propuestas utópicas de algunos de sus contemporáneos, que despertaron la imaginación de Julio Verne.No es casual, reseña Jordi LLovet, que la novela póstuma de Flaubert fuera uno de los libros de cabecera de Walter Benjamin: la mejor prueba de esta rendida admiración se encuentra, dentro del amplio conjunto de su obra, en el llamado Libro de los pasajes, en lengua original Passagen-Werk, título que posee un cariz artesanal diluido, en gran medida, en el concepto de libro. Benjamin trabajó en este proyecto en dos etapas: de 1927 a 1929, en suelo alemán, y en el exilio de París, entre 1934 y poco antes de su muerte accidental, en 1940. Muchos trabajos que Benjamin escribió entonces, algunos incluidos en esta edición del Libro de los pasajes —como "París, capital del siglo XIX"—, y otros no, como La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica o sus Tesis sobre filosofía de la historia, acusan la impronta teórica de la fabulosa empresa de los Pasajes. Las dos ideas que Benjamin había alcanzado ya a fines de los años 20 —y que presiden el Libro de los pasajes— fueron, por un lado, que la filosofía de la historia derivada del marxismo había llegado a un punto sin salida al encontrarse falta de una sólida fundamentación teórica (de lo que se deducía un panorama turbio para toda vindicación revolucionaria); y, por otro, que el optimismo burgués del siglo XIX —nunca mejor expresado que en la Francia de Napoleón III— borraba de golpe y porrazo, por los efectos de su propia "iluminación" (el carácter deslumbrante y enormemente seductor de la mercancía fetichizada), la posibilidad de una conciencia de todo material histórico como suma de escombros y desolación, es decir, como catástrofe. Según el propio Benjamin, era necesario percibir los "monumentos" de la burguesía y todo documento histórico como un edificio en ruinas antes de que llegara a desmoronarse si se pretendía dar cuenta fiable de los procesos de la historia.Este extremo es el que mejor explica, refiere LLovet, la rara estructura del Libro de los pasajes; pues la obra está compuesta de algunos textos con visos sistemáticos, pero sobre todo de una ingente cantidad de fragmentos parecidos a cascotes: la mayoría ajenos —entresacados de las lecturas de Benjamin en torno al fenómeno de la modernidad parisiense— y propios, los menos, como un destilado teórico que a veces anticipa, a veces glosa, alguno de esos pasajes literarios. La propia fragmentariedad del Libro de los pasajes es emblema de esa gran fase última del pensamiento de Benjamin, para quien cualquier fenómeno histórico debía aspirar a un constructor teórico provisto de coherencia, pero sólo luego de haber sido analizados los pormenores y los detalles más pequeños que constituyen la base material de toda civilización: no sólo los famosos pasajes comerciales de París —símbolo condensado, a su vez, de la iluminación y la fetichización aludidas más arriba—, sino también los grandes almacenes, la moda, los anticuarios, los coleccionistas, las catacumbas, el aburrimiento (tema baudeleriano por excelencia), las barricadas, la construcción de vías férreas, la figura del flneur, el juego, las casas de prostitución, los espectáculos panópticos en boga entonces, las más diversas formas de expresión artística, el alumbrado público, la mezcla de utopistas y marxistas que auguraban por entonces el porvenir, la bolsa, los autómatas, el caricaturismo (Daumier), al arte de la litografía, la ociosidad o la sabia institución de la francesa Escuela Politécnica. El Libro de los pasajes es el monumento historiográfico más importante que haya ofrecido el ya largo episodio de la modernidad para disipar el gran sueño del capitalismo y neutralizar la reactivación de las fuerzas míticas que éste ha conllevado; un testamento intelectual cuya validez dependerá de la potencia aparentemente imparable de la civilización en la que todavía vivimos. Lo que está en juego, hoy más que en el siglo XIX, es la idea misma de progreso, que Benjamin entendió, quizá siguiendo a Schopenhauer, como "una fantasmagoría de la historia en la que los hombres se condenan"; como un infierno. El libro de Los pasajes (Das passagen - Werk), la insólita empresa intelectual, nunca redactada, con la que Walter Benjamin pretendía trazar las coordenadas para crear una filosofía material de la historia del siglo XIX es quizá, reseña Sergío García Arroyo, la obra más ambiciosa y audaz que acuñara pensador alguno en torno a la crítica de la modernidad. Durante trece años, comprendidos entre 1927 y 1940 (año de su suicidio en Port Bou, a la sombra de la persecución nacionalsocialista), Benjamin acumuló los materiales de lo que más tarde sería un enorme rompecabezas, objeto de infinitas especulaciones, un mapa inconcluso de los fenómenos sociales del mundo moderno: Apuntes, notas referenciales, citas, comentarios diseminados escritos en papeles de diferente tipo y formato, incluyendo algunas páginas de periódi-co, constituyen el bagaje documental de un proyecto cuyos registros oscilaban entre las ensoñaciones arquitectónicas de Haussmann y la publicidad, entre la figura del flâneur y todo tipo de rarezas que formaban parte de un entramado prácticamente invisible para quienes hasta entonces habían analizado ese universo social, Marx incluido (“No se trata de exponer la génesis económica de la cultura, sino la expresión de la economía en la cultura”). En ese territorio encuentra Benjamin los soportes elementales que deberían provocar “el despertar de un sueño”, el sueño hechizado del capitalismo, encarnado en la parafernalia seductora y voraz de la vida parisina, en asuntos tan disímiles en apariencia como proyectos urbanísticos, muebles, poemas, novelas, folletos, fachadas y, de forma decisiva, en la presencia de la calle como consumación de una nueva y gigantesca escenografía. La edición de Los pasajes, por vez primera en lengua castellana, no es, nos dice García Arroyo, un mero compendio de “brillantes aforismos e inquietantes fragmentos”, sino una extraordinaria red de pistas y testimonios que, no obstante su trama inacabada, revelan la clara aspiración por renovar los instrumentos y los métodos para penetrar un ámbito profundamente fetichizado. La montaña de documentos que forma el libro pone frente a nosotros la erudición y la fantasía desmesuradas de Benjamin, y nos deja ver en él a un pensador promiscuo que alterna la filosofía con la novela policíaca, la teología con el marxismo, la psicología con el urbanismo. Se trata de alguien que, sin vislumbrar contradicción alguna, combina el mesianismo judaico con la utopía. Él y Hassel tradujeron al alemán los tres primeros volúmenes de En busca del tiempo perdido. De esa novela Benjamin desprende una lección axial, viva a lo largo del libro de Los pasajes: aquélla relativa al hecho de que el pasado puede hacerse presente si el azar pone a nuestro alcance el objeto material donde quedó prisionero, puesto que el encuentro con el objeto libera al pasado que quedó atrapado en él. Bajo esta luz, es posible afirmar que la impronta de la literatura domina buena parte del horizonte teórico de la obra. Entre las fuentes primarias de las que surge el proyecto están Le paysan de Paris de Louis Aragon; lo mismo que Bouvard y Pécuchet, la también inconclusa obra de Flaubert, en la que el autor deseaba incluir un registro de los episodios más descabellados y heterogéneos tomados de la literatura y la historia de Francia para ser leídos por sus dos personajes protagónicos. No está de más decir que Benjamin convirtió esta obra inacabada en su libro de cabecera. A través de Los pasajes se percibe el aura de la prosa baudeleriana, el ceremonial luctuoso del barroco, la rebelión romántica y el vértigo de las vanguardias. Las ciudades son vastos depósitos de historia que pueden ser leídos como un libro si se cuenta con un código apropiado; son como sueños colectivos cuyo contenido latente se puede descifrar; espacios simbólicos a los que Jung y los surrealistas se habían asomado incipientemente. Los pasajes son cruceros no sólo de transeúntes y cosas, sino de pensamientos y voluntades con múltiples orígenes. Es justamente ahí, en este eclecticismo, donde Benjamin encuentra la vacuna contra las ortodoxias. Es probable, como se ha dicho, refiere García Arroyo, que en una publicación póstuma, las Tesis de filosofía de la historia, se encuentren los fundamentos del misterioso libro de Los pasajes, el alma de sus bases metodológicas y el mejor sendero para acceder con cabalidad a su lógica y a su particular perspectiva de la trama social. En esas tesis Benjamin escribió: “No existe ningún documento de cultura que no lo sea al mismo tiempo de la barbarie”, sentencia que, como reparo y vaticinio, hace visibles los frágiles linderos de la condición humana. “Perderse en la ciudad como per-derse en un bosque.” Las ciudades también son lugares inventados por la voluntad y el deseo, por la escritura, por la multitud desconocida. En ellas el Angelus Novus extiende sus alas y sobre un plano señala el umbral del laberinto. " Esta reseña es compendio y extracto de otras que se relacionan: http://www.clarin.com/suplementos/cultura/2005/06/11/u-993184.htm http://www.letraslibres.com/index.php?art=11097 http://serbal.pntic.mec.es/~cmunoz11/baltar46.pdf http://www.archimadrid.es/actbibliografica/2005/06/00paginas/20.htm http://es.wikipedia.org/wiki/Walter_Benjamin

1 comentario:

  1. Muchas gracias, por esta entrada y por su interesante blog. Lo guardo en "mis favoritos". Lástima no estar en Sevilla para poder participar alguna vez en sus tertulias, tan necesarias en esta época tan compleja y complicada.

    Un saludo,

    Margarita Álvarez

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