martes, 3 de marzo de 2009

Dino Buzzatti: El desierto de los tártaros ( la novela de la infinita postergación)

"... El desierto de los Tártaros es considerada la obra maestra del autor, artista plástico y periodista italiano Dino Buzzatii (Belluno, 16 de octubre, 1906 - Milán, 28 de enero, 1972). Con ella alcanzaría fama internacional, siendo elogiado por autores de la talla de Jorge Luis Borges. La novela fue adaptada al cine en 1976 por Valerio Zurlini. La novela cuenta la historia de Giovanni Drogo, un joven militar que se incorpora a las defensas de la Fortaleza Bastiani, un lugar apartado del mundo, una construcción militar desdibujada frente al desierto inhóspito y hostil. La rutina del protagonista se desenvuelve escrutando un horizonte vacío, en medio de los cambios de guardia y las conversaciones intrascendentes con sus compañeros. El afuera deja de pertenecerle, lo que queda en evidencia en el capítulo en que le otorgan un permiso y se reencuentra con su madre y su enamorada, a las cuales tiene poco y nada que decirles. Recorre su ciudad sintiéndose un extranjero, para luego retornar a la Fortaleza. Si bien en un comienzo la estancia en este lugar parece ser algo temporario, Drogo terminará viendo transcurrir toda su vida en la Fortaleza Bastiani, siempre a la espera de un inminente ataque de los tártaros, que sólo llegará cuando para el protagonista sea demasiado tarde. Efectivamente, la muerte lo alcanzará antes de concretarse el combate que ha estado esperando toda su vida. Muchos han señalado la profunda influencia que la literatura de Kafka ha ejercido en Buzzati. Además de retratar el clima de incertidumbre y espera propio de los albores de la Segunda Guerra Mundial, Buzzati crea una situación insostenible de espera constante, de las rutinas inútiles y del transcurrir vano de la existencia. El libro puede leerse como una alegoría de la condición humana, la desesperanza y el absurdo de nuestra existencia en un mundo vacío y sin sentido. Se podría decir que Drogo entrega su vida a un espejismo. Porque, efectivamente, la Fortaleza Bastiani, en su inconcreción espacial y temporal, en su alejamiento deliberado de todo referente histórico y geográfico, constituye un espacio que adquiere un tono irreal, no exactamente fantástico, pero al menos borroso, enigmático, distante. Buzzati construye con recursos narrativos muy medidos, casi minimalistas, un escenario de ficción de aire vagamente decimonónico (los personajes montan a caballo y en carroza, se utilizan catalejos y piezas de artillería, pero no hay artefactos más modernos que ésos), aunque en última instancia cronológicamente impreciso e inasible. Y en cuanto a su ubicación espacial, ocurre algo muy parecido: la Fortaleza Bastiani a veces podría pasar por un enclave alpino, pues son mayoría los apellidos italianos de sus ocupantes (pero también los hay españoles o alemanes), y ciertos detalles del clima o la flora evocan las cumbres de los Dolomitas o del Tirol, pero en otras ocasiones la soledad y desnudez de los paisajes que rodean la fortificación traen a la imaginación las imágenes de un puesto aislado en un desierto africano o de Oriente Medio. La espera de décadas con la que se compromete Drogo, llevado en primera instancia por su entusiasmo de joven militar, y luego por la atracción de la rutina y la vida carente de graves inquietudes y sobresaltos del cuartel, es también un espejismo. La novela repite una y otra vez la escena de los oficiales que hacen guardia en los parapetos de la fortaleza, mirando hacia el Norte, sin descubrir otra cosa que los perfiles difusos de unas montañas lejanísimas y unas llanuras vacías. Los enemigos, los míticos tártaros del título de la novela, siempre están por llegar, y a esa espera de lo que nunca ocurre, entre los muros de una fortaleza que poco a poco se va quedando anticuada y sin la mitad de su guarnición, entregan vanamente sus vidas Drogo y sus compañeros.Nada hay más inútil y malogrado que la vida de Giovanni Drogo. Su juventud ha sido malbaratada en nombre de una causa fútil, irreal. Su vida se ha desarrollado sin auténticas pasiones, sin verdaderos amigos, casi sin familia, sin amor, con el único norte de su compromiso con el oficio militar y del casi incomprensible misticismo (porque los personajes de la novela parecen monjes de una extraña orden ascética, en vez de soldados) asociado al modo de vida de una guarnición perdida, prácticamente abandonada a su suerte. Cuando por fin llegan los enemigos ante los muros de la Fortaleza, tras una espera de decenios apenas anunciada por los vagos indicios de una obra de pavimentación que los propios oficiales que la descubren en la lejanía casi se niegan a creer, Drogo, que hubiera justificado su vida con los actos heroicos del combate, está enfermo, y debe ser evacuado sin poder participar en la batalla.El desierto de los tártaros es, como señala Jorge Luis Borges en el prólogo, la novela de la infinita postergación, pero también del silencio y de la reticencia. Acaso por la sequedad y la contención de la vida castrense, prácticamente ninguno de los personajes, y desde luego el protagonista, enuncian claramente sus propósitos o emociones. Las conversaciones mueren entre sobreentendidos, en silencios incómodos, en reticencias y evasivas que apuntan a una realidad interior (la de los anhelos insatisfechos, la de la frustración y el sinsentido) nunca reconocida, pero siempre presente, que actúa sobre el lector como una carga cada vez más pesada y agobiante. Una novela como la de Buzzati hace inevitable las lecturas parabólicas o alegóricas. La configuración de la novela, y la propia tradición crítica, hacen casi imposible sustraerse a la interpretación inquietante de que en el personaje de Giovanni Drogo, enfrentado a un destino esquivo, desposeído de las ilusiones y la vitalidad de la juventud, y víctima no tanto de las circunstancias como de sus propias insuficiencias y errores, se halla un símbolo doloroso y desolador de la condición humana."
Esta recensión es extracto y compendio de otras reseñas que se relacionan:

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