viernes, 23 de octubre de 2009

Aires de las colinas. Cartas a Clara de Juan Rulfo: Reseña de Francisco Granados


Quién iba a decirme que el autor de Pedro Páramo se inició con cartas de amor. Mucho después de su muerte se publicó un delgado libro titulado “Aire de las colinas. Cartas a Clara” de Juan Rulfo.
Siempre me ha intrigado su juventud solitaria, sus largas caminatas, cámara al hombro, muchacho sin oficio ni beneficio que vagaba por los desolados campos de Jalisco, que recorría los pobres escenarios donde tuvieron lugar antiguas revueltas, sangrientas contiendas que costaron la vida a su padre. Rulfo se dolía, no de la brevedad de la vida, sino de la desdicha con que la vivía la gente. Le asombraba esa resignación en la miseria. Alguien tan vital como él debía sentirse como de otro planeta. Yo creo que no le gustaba sujetarse a nada, ni siquiera a los dictados de lo literario. Cuando tuvo conciencia de ser escritor, lo dejó. No era eso lo que buscaba, sino la verdad y se acercó a ella a tientas, por sus propios medios.
Rulfo empezó a escribir estas cartas con 27 años. Clara tenía 16. Las tres primeras, brevísimas, son en realidad poemas a una muchacha de cuyos sentimientos no está seguro el que escribe, y con cuánto cuidado selecciona las imágenes y las palabras para la niña de su corazón, a la que necesita seducir y a la vez formar, moldear a su imagen. Es un placer sólo ponerse en su lugar. Y el resultado es un portento. Luego, hay halagos y declaraciones de intenciones imprescindibles (quien lo probó, lo sabe), y enseguida se transmite como un pálpito de honestidad, un afán de superación, un amor purificador, que desea echar raíces.
Se lee con gratitud esa lección en voz baja sobre la sinceridad, sobre el amor auténtico (y la chica de las fotos es bien bonita), sobre la manera de enfrentarse la gente honrada a problemas cotidianos. Se averigua en sus cartas que concibió Pedro Páramo lo menos ocho años antes de publicarlo, y con otro título, o que a través de sus cuentos de “El llano en llamas” intentaba aproximarse al tono y las figuras que necesitaba su novela. Rulfo llevaba una vida dura, de pura supervivencia, pero estaba enamorado y se afanaba por ofrecer un trabajoso bienestar a Clara.
Cuánta literatura se puede hacer con la verdad. Leer juntas las cartas entregadas a lo largo de varios años necesita que uno vaya despacio, calculando las distancias y sabiendo interpretar los silencios, las referencias ocultas, imaginar los espacios de tiempo que los quehaceres y la lluvia ocuparon, imaginar las lecturas a hurtadillas de la novia al principio, su espera del correo, los extractos compartidos con las hermanas o la madre, el deleite de los ojos sobre aquellos halagos y declaraciones que el suplicante y luego prometido hace a quien ha erigido como su ángel protector.
Reseña de Francisco Granados.

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