Para terminar
el año la Tertulia ha propuesto la lectura de La cripta de los Capuchinos de
Joseph Roth.
“…Joseph
Roth, nació en 1894 en una pequeña ciudad de Galitzia situada en la
frontera oriental en la última época del Imperio Austro – Húngaro, bajo el
mandato del emperador Francisco José. Era judío, intelectual comprometido y
tuvo que exiliarse con el advenimiento del Nacional Socialismo de Adof Hitler.
Fue una de las principales figuras de la oposición intelectual en el exilio
frente a los Nazis. A pesar de todo vivió como un refugiado, a menudo incapaz
de encontrar a nadie que publicara sus libros y acosado por la pobreza, la
soledad y la desesperación, murió como consecuencia de su acusado alcoholismo
en 1939. A
diferencia de su amigo el escritor Stefan Zweig no conoció la tragedia que se
avecinaba pero si tuvo el amargo presentimiento de que su mundo estaba abocado
a desaparecer con la desintegración no sólo fisica sino también moral del
Imperio y la aparición de nuevas nacionalidades en Europa tras la I
Guerra. Roth es reconocido en la
actualidad, junto con Thomas Mann, Proust y Joyce, como uno de los grandes
escritores de la literatura moderna.
La marcha
Radetzky (1932), la obra maestra de Roth, y que es considerada como una precisa
y brillante crónica de la decadencia del
Imperio Austro-Húngaro, tiene una segunda parte o secuela, La Cripta de los
Capuchinos (1938), que continua la historia hasta llegar al Anschluss, la
anexión de Austria por la Alemania de Hitler. La nostalgia e idealización del
pasado como fuentes de inspiración literaria impregnan La Cripta de los
Capuchinos. Publicada originalmente en 1938, la novela refleja el aura sombría
de la época en que fue escrita y el pesimismo de su autor. Ambas novelas pueden
leerse por separado, aunque confluyen en la misma época: La I Guerra Mundial.
Los protagonistas son dos primos jóvenes, muy diferentes de temperamento y
educación y en diferentes escenarios, pero con Viena como escenario común.
En La marcha
Radetzky son tres los Trotta que intervienen. El primero es coetáneo del
Emperador, a quien salva la vida espontáneamente en la batalla de Solferino.
Este motivo lo convierte en el “Héroe de Soferino” y a partir de ese momento
tiene los favores del Emperador. Esto lo hace vivir como un gran cortesano
agradecido y orgulloso, sentimiento que hereda su hijo. Pero el nieto sobre el
que recae el verdadero protagonismo de la historia lo vive como un gran peso.
Su apellido es un lastre enorme, una losa, que no se puede quitar de encima,
aunque él es incapaz de mostrar sus sentimientos. Muere en el frente, pero no
heroicamente, como su padre habría deseado, sino simplemente por llevar agua a
sus compañeros y por sorpresa, con un tiro perdido.
Las
descripciones, minuciosas, de pequeños gestos o detalles en Roth, nos recuerdan
a Proust. Todo es sugerido, al autor le gusta poco lo obvio y explícito. En
ningún momento se mencionan escenas truculentas, cuando se menciona la guerra,
pero el horror está presente, así como el desencanto, las vidas desechas
y el sinsentido. Y sobrevolando, el estrés postraumático.
Si 'La
marcha Radetzky es un escrito más bien sobrio, en tercera persona, 'La cripta
de los Capuchinos', escrita en primera persona, emplea recursos
desconcertantes. Se trata de una historia con bastante delirio. Francisco
Fernando Trotta, primo de aquel Trotta que cierra el ciclo familiar de La
marcha Radetzky, es el protagonista y narrador. Pero este Francisco
Fernando es un descendiente indirecto y lejano de aquel Trotta ascendente.
Son estos otros Trotta un poso restante de aquella otra historia, la misma
demolición desde otra fachada. Francisco
Fernando Trotta, vive de las rentas de la fortuna heredada de su difunto padre
y frecuenta, en la refinada Viena de los años previos a la Gran Guerra, un
círculo de aristócratas y burgueses adinerados, todos ellos personas ociosas y
displicentes. Un día es visitado por un desconocido pariente, cierto primo de
nombre Joseph Branco, humilde campesino y comerciante esloveno que vende
castañas a lo largo y ancho del Imperio Austro-húngaro. Por su intermedio
conoce a un cochero judío, Manes Reisiger, oriundo de Galizia; con ambos llega
a establecer una curiosa relación, parecida a la amistad. Desatada la
conflagración de 1914, Trotta contrae apresurado matrimonio con la joven que
ama y se incorpora al ejército con el grado de teniente. De inmediato solicita
ser trasladado al regimiento galitziano en que han sido alistados sus dos
nuevos amigos, su primo y el cochero. El capítulo bélico acaba de forma nada
gloriosa, con los tres amigos cogidos prisioneros por los rusos. Internados en Siberia,
Branco y Reisiger adelantan el retorno a la patria huyendo de sus captores
mientras que Trotta sólo volverá en 1918. En Viena lo hallará todo trastocado y
sumido en crisis, incluso su relación con su esposa Isabel.
La novela
consta de una llamativa mixtura de ironía y liviandad, desparpajo y amargura.
El protagonista está imbuido de la sensación de pertenecer a una generación
marcada por el fin de una época, nacida para la guerra y la destrucción.
Algunos de los miembros de esta generación, no necesariamente los mejores, han
sobrevivido a la catástrofe sólo para asistir a la siguiente: el derrumbe de la
doble monarquía y de los sueños de una convivencia multiétnica.
Antihéroe por
excelencia, Francisco Fernando Trotta se deja estar, aplastado por la corriente
histórica. Visita ocasionalmente la Cripta de los Capuchinos, en la iglesia de
Santa María de los Ángeles en cuyos
sarcófagos de piedra reposan los restos de los emperadores; ¿dónde más si no
podría ir un Trotta? Es entonces cuando se consuma y se nos revela en plenitud,
al fin, el sentido último de la novela, pues es el momento en que confluyen los
símbolos del fin de una era emplazados por Roth: el real, la cripta, y el
ficticio, los Trotta concebidos por el novelista (representados por el
narrador-protagonista). Sentido simbólico tanto más impactante cuanto más
conscientes somos del ominoso destino que se cernía sobre Austria y sobre
Europa.
Francisco
Fernando Trotta, contiene el aura truncada de ese gran suicidio generacional. Cuando
vuelve a Viena, su anciana madre, le espera donde la dejó, y su mujer, Isabel,
se entiende con una lesbiana que se tiene por "artista industrial. La
primera guerra mundial viene a hundirlo todo. Era otro mundo, un mundo basado
en el honor. No en el dinero. Estallada la guerra, todos los nobles entregan
todo su dinero al imperio, sin especular, esperando que tras la victoria, si
llega, todo le sea devuelto. La derrota conduce a la miseria a todos ellos. Lo
aceptan sin desesperación, hicieron lo correcto. El joven Trotta debe convivir
con la nueva realidad surgida de la gran guerra. Caído el imperio, una retahila
de nuevos paises surca la vieja Europa, entre todos ellos la vieja
Alemania.
Fascinante e
inquietante es el personaje de un Alemán amigo de su madre,
nostálgica de otros tiempos. Este alemán chilla, no habla, y su lenguaje
encierra gran beligerancia. Es fácil establecer la metáfora. De quién habla. El
joven Trotta no entiende por qué su madre, símbolo del viejo mundo, está tan
contenta de conversar con ese gritón insoportable, hasta que se da cuenta del
por qué. Su madre – la vieja europa- estaba sorda, y sólo estaba ya preparada
para oir gritos histéricos…”
Esta
recensión es extracto y compendio de otras reseñas que se relacionan
http://www.clubdelectura.cl/joseph-roth-la-marcha-radetzky-y-la-cripta-de-los-capuchinos
http://ebiblioteca.org/?/ver/72977
http://melibro.com/la-cripta-de-los-capuchinos-de-joseph-roth/
http://www.elmundo.es/elmundo/2009/07/17/cultura/1247830503.html
http://www.hislibris.com/la-cripta-de-los-capuchinos-joseph-roth/
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