sábado, 19 de febrero de 2011

Yukio Mishima. Confesiones de una máscara.

“… “Todos dicen que la vida es un escenario. Pero la mayoría de las personas no llegan, al parecer, a obsesionarse por esta idea, o al menos no tan pronto como yo. Al finalizar mi infancia estaba firmemente convencido que así era, y que debía interpretar mi papel en ese escenario sin revelar jamás mi auténtica manera de ser. Como esa convicción iba acompañada de una tremenda ingenuidad, de una total falta de experiencia, pese a que existía la constante sombra de duda en mi mente que me hacía sospechar que quizá no estuviera en lo cierto, lo indudable es que todos los hombres enfocaban la vida exactamente como si de una interpretación teatral se tratara. Creía con optimismo que tan pronto como la interpretación hubiera terminado bajaría el telón y el público jamás vería al actor sin maquillaje. Mi presunción es que moriría joven era otro factor que colaboraba a mantener esa creencia. Sin embargo, con el paso del tiempo, ese optimismo, o, mejor dicho, ese sueño en vigilia, concluiría en una cruel desilusión”.
Yukio Mishima “ Confesiones de una máscara”. Capítulo 3

Yukio Mishima (1925-1970), en su novela Confesiones de una máscara (1948), pone en boca del protagonista un vulgar y genérico desvarío sobre la inmortalidad: “Y supe que, lejos de desear la muerte, lo único que pudo ser causa de que ansiara ingresar en el ejército era la firme convicción, nacida de una primitiva fe en el arte de la magia, común a todos los hombres, de que yo era el único ser que jamás moriría…”. En esta lubrificante ilusión de inmortalidad se mezclan dos vetustos simulacros: el miedo a la muerte de todo ser humano y la manía de pervivencia del artista, que quiere pasar a la Historia por su obra, consiguiendo así no morir en el recuerdo de los hombres.
Yukio Mishima terminó su vida con un sable en las entrañas y con la cabeza sobre el embaldosado de la oficina de un cuartel militar. Allí había llegado para reclamar la dignidad de tiempos idos, el honor de épocas ya perdidas y demostrar su lealtad al emperador. Algunos le consideraron un demente, alguien impulsivo y paranoico, con cierto malévolo narcisismo. Resultó herido su ego, su vanidad fue convertida en polvo por aquello que consideró decadencia. Su sacrificio no logró nada porque Japón continúo siguiendo los modelos occidentales. Entre los japoneses, el final de Mishima carece del romanticismo que le aplican muchos observadores occidentales. Pese a que su talento es reconocido de forma unánime, el escritor es visto como un excéntrico, o aún peor, como un desequilibrado que se tomó en serio sus propias fantasías. Para su desgracia, el gesto del escritor no fue comprendido por una sociedad democrática y acomodada, cansada de la violencia y deseosa de alcanzar la prosperidad sin tener que echar la vista atrás. De hecho, por más que Mishima observara con nostalgia el código samurai, las costumbres del Japón feudal eran algo que, en 1970, ya sólo tenía acomodo en el cine, en las teleseries y en los museos.
Confesiones de una máscara viene a ser una autobiografía apasionada y catártica, en la que se descubren las esencias ocultas del joven autor: el sadismo, la homosexualidad, sin ocultar su irreprimible atracción por la belleza, la muerte y la sangre. El título en sí mismo es una paradoja y una misteriosa tautología. Se autoinscribe de inmediato en el género de la literatura confesional, Confesiones, para seguidamente hacernos chocar con un término antitético un término de redefinición, performance y resistencia, Máscara.
¡La belleza es una cosa terrible y espantosa! Es terrible porque es indeterminable y no hay modo de determinarla porque Dios no ha planteado más que enigmas...' Este texto de 'Los hermanos Karamázov', de Dostoievski, es el elegido por Mishima como prólogo del libro. «Hasta la idea de mi propia muerte me hacía estremecer con un placer desconocido. Tenía la sensación de poseer todo.» Koo-chan, el joven narrador de Confesiones de una máscara, es un alma atormentada por una sensibilidad turbadora que va creciendo con el estigma de saberse diferente a los demás. De aspecto débil y enfermizo, solitario y taciturno, de extracción menos favorecida que sus compañeros, irá descubriendo sus inclinaciones homosexuales cuando se siente atraído por Omi, un chico de fuerte constitución. Pero, esclavo de lo convencional, no puede aceptar que trasciendan sus diferencias y deseos, por lo que establece una relación con Sonoko, la hermana de su amigo Kasuno, intentando convencerse de que está enamorado de ella. Mientras asume su escaso poder para amar, irán aflorando sus fantasías y su fascinación por la belleza entremezclada con la sangre, la violencia, la muerte..., escenificado en el cuadro de Guido Reni que representa el martirio de San Sebastián.
Confesiones de una máscara, traducida por primera vez del japonés, es un clásico de la narrativa moderna. Narrada en primera persona, ha sido considerada como una de las novelas más autobiográficas de Mishima. Polémica en su momento por su temática, fue su primer gran éxito literario que lo catapultó a la fama. El emblemático y controvertido escritor japonés Yukio Mishima se suicidó hace 40 años, exactamente un 25 de noviembre, practicándose el ritual del seppuku, el harakiri. Yukio Mishima, ese fatídico día, se clavaba un sable en las entrañas para abrirse el estómago en el cuartel general de las Fuerzas de Autodefensa de Tokio, tras lanzar una reivindicación de las tradiciones del país frente a la occidentalización de Japón. Después se evisceró, y, en segundos, uno de sus seguidores le decapitó con su katana, como mandan los cánones, todo un gesto contra lo que consideraba la decadencia del Japón…”
Es extracto y compendio de otras reseñas mejores:

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