Para octubre se ha propuesto en la tertulia Justine, el primer tomo del Cuarteto de Alejandría de Durrel.
“… Lawrence George Durrell
(1912-1990) nunca tuvo la nacionalidad británica. Era una de esos autores que
se resistieron a que su biografía se encerrase en una sola frontera. Durrell es
un novelista único en el siglo XX, con una personalidad literaria muy peculiar
y con pocas similitudes con respecto a sus contemporáneos. De padre ingles y
madre irlandesa nace en Jullundur (India), aunque regresa aún muy niño a
Inglaterra (Bournemouth) donde se instala su familia y allí pasará su
adolescencia. Ya en su juventud, comienza a escribir poemas y novelas y se va a
Londres y a París donde tiene la oportunidad de mezclarse con los intelectuales
de la época, algunos de los cuales, como Henry Miller, marcarían una indudable
impronta en su devenir literario.
The Alexandria Quartet es el título global que Durrell otorgó a una
edición publicada en un solo volumen en 1962 y que revisaba y reunía bajo un mismo
título cuatro obras publicadas ya anteriormente: Justine (1957), Balthasar
(1958), Mountolive (1958) y Clea (1960). Todos ellos están engarzados por la
misma historia. Durrell ofreció a sus lectores cinco libros: cada una de
las novelas, que pueden no depender una de otra, y las cuatro que, en conjunto,
son una obra aparte. La tetralogía de Durrell es una fiesta de fuegos artificiales en cuanto
a recursos lingüísticos, el manejo de los personajes y las atmósferas; y al
mismo tiempo una obra de excelente y propositiva factura formal. Todos ellos están engarzados por
la misma historia. Los tres primeros cubren un período parecido y describen
sucesos similares (principalmente la vida en la Alejandría de los años previos
a la segunda guerra mundial), mientras que el cuarto avanza un poco en el
tiempo (describe esa misma vida durante la guerra). Todos, no obstante, se
integran en una temática común que gira en torno al amor, el arte, la vida y la
muerte.
En
varias ocasiones el autor ha descrito The Alexandria Quartet como un juego de
espejos en los que la realidad se ve desde perspectivas muy diversas. El tiempo
no parece moverse ni los acontecimientos parecen avanzar. En la obra aparecen
prismas, espejos, reflejos y puntos de vista diferentes. El efecto es
caleidoscópico, la realidad se fragmenta y se funde a retazos. El trueque del
punto de vista reviste a la novela de un especial efecto caleidoscópico, en
continuo desarrollo, favoreciendo el que el lector pueda juzgar una realidad en
continuo proceso de desarrollo según los ojos que la contemplan, según el narrador
que la interpreta o el personaje que la cuenta.
En diversos análisis de esta cuarteta de
novelas se ha señalado la viveza que logra Durrell en la descripción de la
ciudad de Alejandría –lugar donde se desarrolla la trama- hasta convertirla en
una protagonista más de la obra: un sitio escurridizo y misterioso que no se
deja atrapar. Usando un lenguaje de gran riqueza y lirismo, Durrell presenta
Alejandría como hermosa y escuálida a la vez. La luz que se filtra “a través de
la esencia de los limones” y “el caldo de terciopelo triste del canal” son
yuxtapuestos a “barrios hacinados” y a casas de prostitución infantil. Alejandría proporciona el fondo
sensual: la sensación del lugar permite una naturalidad en la expresión sexual
que bordea la promiscuidad y, a un tiempo, evoca una sana liberación de las
represiones puritanas
El lugar, como opuesto a la cronología, es también el
principio organizativo de la estructura de la novela. En Justine, no hay
referencias a fechas específicas, La narración se mueve hacia atrás y hacia
delante en el tiempo, a menudo sin transiciones explícitas. En Justine podemos advertir ya algunos de sus
planteamientos narrativos en germen: su interés por la estética modernista, su
éxito en la exploración de nuevas doctrinas sobre focalización y perspectivas
diegéticas, su preocupación por el tiempo y el espacio, su obsesión por la
forma en que el novelista ha de enviar el mensaje. Todo ello demuestra que se
siente profundamente atraído por la complejidad del arte narrativo tanto en su
fondo como en su forma.
Justine, cuyo título alude a la novela del
marqués de Sade del mismo nombre, intenta redefinir el amor o definirlo en
términos modernos. A fin de cuentas parece flotar siempre sobre los personajes de
la novela una ambición febril por explicar intelectual o emotivamente el amor. Tal
vez por eso el aspecto más provocativo de Justine puede ser la crítica que hace
Durrell, al igual que su maestro Henry Miller, del concepto puritano o
victoriano del amor y su descripción de una clase de amor que es más liberado
sexualmente, no posesivo e intelectualmente complejo. El narrador de esta obra tiene ribetes
autobiográficos. L. G. Darley, además de tener las mismas iniciales del autor,
se nos revela con una personalidad semejante a la del joven Durrell. Posee un
espíritu abierto, inquisitivo, aventurero e interesado por el arte y las
experiencias esotéricas. En Justine asistimos a los distintos devaneos amorosos
de Darley, Melissa, Nessim y Justine, personajes todos ellos complejos,
caprichosos, violentos, generosos a veces, egoístas otras, pero siempre
fascinantes…”
Esta reseña es resumen y compendio de otras que se relacionan:
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