domingo, 5 de octubre de 2014

Lawrence Durrell: El cuarteto de Alejandría.


Para octubre se ha propuesto en la tertulia Justine, el primer tomo del Cuarteto de Alejandría de Durrel. 

“… Lawrence George Durrell (1912-1990) nunca tuvo la nacionalidad británica. Era una de esos autores que se resistieron a que su biografía se encerrase en una sola frontera. Durrell es un novelista único en el siglo XX, con una personalidad literaria muy peculiar y con pocas similitudes con respecto a sus contemporáneos. De padre ingles y madre irlandesa nace en Jullundur (India), aunque regresa aún muy niño a Inglaterra (Bournemouth) donde se instala su familia y allí pasará su adolescencia. Ya en su juventud, comienza a escribir poemas y novelas y se va a Londres y a París donde tiene la oportunidad de mezclarse con los intelectuales de la época, algunos de los cuales, como Henry Miller, marcarían una indudable impronta en su devenir literario.
The Alexandria Quartet es el título global que Durrell otorgó a una edición publicada en un solo volumen en 1962 y que revisaba y reunía bajo un mismo título cuatro obras publicadas ya anteriormente: Justine (1957), Balthasar (1958), Mountolive (1958) y Clea (1960). Todos ellos están engarzados por la misma historia. Durrell ofreció a sus lectores cinco libros: cada una de las novelas, que pueden no depender una de otra, y las cuatro que, en conjunto, son una obra aparte. La tetralogía de Durrell  es una fiesta de fuegos artificiales en cuanto a recursos lingüísticos, el manejo de los personajes y las atmósferas; y al mismo tiempo una obra de excelente y propositiva factura formal. Todos ellos están engarzados por la misma historia. Los tres primeros cubren un período parecido y describen sucesos similares (principalmente la vida en la Alejandría de los años previos a la segunda guerra mundial), mientras que el cuarto avanza un poco en el tiempo (describe esa misma vida durante la guerra). Todos, no obstante, se integran en una temática común que gira en torno al amor, el arte, la vida y la muerte.
En varias ocasiones el autor ha descrito The Alexandria Quartet como un juego de espejos en los que la realidad se ve desde perspectivas muy diversas. El tiempo no parece moverse ni los acontecimientos parecen avanzar. En la obra aparecen prismas, espejos, reflejos y puntos de vista diferentes. El efecto es caleidoscópico, la realidad se fragmenta y se funde a retazos. El trueque del punto de vista reviste a la novela de un especial efecto caleidoscópico, en continuo desarrollo, favoreciendo el que el lector pueda juzgar una realidad en continuo proceso de desarrollo según los ojos que la contemplan, según el narrador que la interpreta o el personaje que la cuenta.
En diversos análisis de esta cuarteta de novelas se ha señalado la viveza que logra Durrell en la descripción de la ciudad de Alejandría –lugar donde se desarrolla la trama- hasta convertirla en una protagonista más de la obra: un sitio escurridizo y misterioso que no se deja atrapar. Usando un lenguaje de gran riqueza y lirismo, Durrell presenta Alejandría como hermosa y escuálida a la vez. La luz que se filtra “a través de la esencia de los limones” y “el caldo de terciopelo triste del canal” son yuxtapuestos a “barrios hacinados” y a casas de prostitución infantil. Alejandría proporciona el fondo sensual: la sensación del lugar permite una naturalidad en la expresión sexual que bordea la promiscuidad y, a un tiempo, evoca una sana liberación de las represiones puritanas
El lugar, como opuesto a la cronología, es también el principio organizativo de la estructura de la novela. En Justine, no hay referencias a fechas específicas, La narración se mueve hacia atrás y hacia delante en el tiempo, a menudo sin transiciones explícitas. En Justine podemos advertir ya algunos de sus planteamientos narrativos en germen: su interés por la estética modernista, su éxito en la exploración de nuevas doctrinas sobre focalización y perspectivas diegéticas, su preocupación por el tiempo y el espacio, su obsesión por la forma en que el novelista ha de enviar el mensaje. Todo ello demuestra que se siente profundamente atraído por la complejidad del arte narrativo tanto en su fondo como en su forma.
Justine, cuyo título alude a la novela del marqués de Sade del mismo nombre, intenta redefinir el amor o definirlo en términos modernos. A fin de cuentas parece flotar siempre sobre los personajes de la novela una ambición febril por explicar intelectual o emotivamente el amor. Tal vez por eso el aspecto más provocativo de Justine puede ser la crítica que hace Durrell, al igual que su maestro Henry Miller, del concepto puritano o victoriano del amor y su descripción de una clase de amor que es más liberado sexualmente, no posesivo e intelectualmente complejo. El narrador de esta obra tiene ribetes autobiográficos. L. G. Darley, además de tener las mismas iniciales del autor, se nos revela con una personalidad semejante a la del joven Durrell. Posee un espíritu abierto, inquisitivo, aventurero e interesado por el arte y las experiencias esotéricas. En Justine asistimos a los distintos devaneos amorosos de Darley, Melissa, Nessim y Justine, personajes todos ellos complejos, caprichosos, violentos, generosos a veces, egoístas otras, pero siempre fascinantes…”
Esta reseña es resumen y compendio de otras que se relacionan:


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