Para la sesión de enero hemos seleccionado Los emigrados de W.G.
Sebald. La novela traza la biografía de cuatro desarraigados: Henry Selwyn, su amigo y casero en Inglaterra, Paul Bereyter, su maestro
de escuela primaria, Ambros Adelwarth, su tío abuelo y Max Ferber, amigo y
pintor, y lo hace con una prosa poética
lúcida, con largos párrafos de oraciones subordinadas mediante testimonios de
los propios protagonistas o de familiares y amigos, escritos en forma de
diarios o memorias cuajados de referencias y alusiones, conformando un texto
heterogéneo, ecléptico,que mecla el rigor del ensayo y la balsámica ficción de
crónica de un viaje interior, biográfico o autobiográfico, que se va hilvanando
con fotografías en blanco y negro, con tarjetas de visita, recortes de
periódicos, mapas y fragmentos de cartas y en la que late como un impulso
contante la recuperación de la dignidad a través de la
memoria.
“… Los personajes protagonistas tienen algunas cosas en común, son
judíos, alemanes y han emigrado de su país natal a Inglaterra o Estados Unidos
en vísperas de la segunda gran guerra. Casi todos estos personajes
comparten ese destino trágico: el protagonista del primer relato, el doctor Henry
Selwyn, se pega un tiro en la cabeza con una escopeta que no ha usado en 25
años, y que ensaya como quien no quiere la cosa un par de semanas antes. Henry
Selwyn, melancólico y tierno que nunca estuvo más a gusto en ningún sitio ni
con ninguna persona que con su amigo Johannes Naegeli, que muere al
precipitarse en la grieta de un glacial, cuyo cadáver reaparecerá al final del
relato, como símbolo de una realidad de la que los personajes, Sebald o
nosotros, pretendemos emigrar, huir o acaso también lo contrario: recuperar un
lugar ya perdido adonde regresarEl profesor Paul Bereyter,se recuesta en la vía
del tren… Todos ellos están escindidos, rotos. En Ambros Adelwarth
–emigrado a EEUU- asistimos a la mente genial que termina sus días ingresado en
un psiquiátrico por propia voluntad (quizás evocando la figura del escritor
suizo Robert Walser. Ambros Adelwarth; emigrado a Estados Unidos, toda la vida
trabajó como mayordomo de familias riquísimas y por eso mismo mostró siempre
una compostura desusada. Tanto que el médico que lo atendió en un sanatorio
donde pasó los últimos años dijo de él que “cada una de las palabras que dejaba
caer, cada uno de sus gestos, todo su porte erguido hasta el final equivalían
en realidad a una petición continuamente reiterada para ausentarse” (p. 134);
para otro tío de Sebald, “En lo que respecta a Adelwarth, lo único que puedo
decir es que me daba pena porque durante toda su vida nunca pudo permitir que
nada lo sacara de quicio” (p. 107), o “Retrospectivamente se diría que no existió
como persona privada, que todo él ya no era más que mera corrección” (p. 119).
Ambros se entregó, al final de su vida, a recios tratamientos con
electrochoques que lo dejaron convertido en un vegetal con cefalea.
Pueden pasar por
anecdóticas sutilezas como que Sebald se hospede en la misma casa en la que en
1908 residiera Wittgenstein –recordemos que Wittgenstein es una de las grandes
referencias de Thomas Bernhard. Sebald nació en Baviera, Alemania y vivió más
de 30 años en Inglaterra, principalmente en la región de East Anglia donde era
catedrático de literatura europea en la universidad del mismo nombre. Fue
también fundador del British Centre for Literary Translation (Centro Británico
para la Traducción Literaria).Poco autores han tenido tanto impacto en tan poco
tiempo. En los últimos 13 años de su vida fueron publicados siete libros
(incluyendo dos de poesía), y dos después de su muerte. La mayoría están en
español: Los Emigrados, Vértigo, Los
Anillos de Saturno, Austerlitz, Del natural, Campo Santo, Sobre la historia
natural de la destrucción y Sin
contar.
La erudición, asombrosa cuando Sebald se refiere a otros escritores, al paisaje o a hechos de la historia, ya tiene un antecedente en Borges. El lenguaje de las narraciones, melancólico y de largos párrafos envolventes, recuerda la música de Proust y también la de Thomas Bernhard, que influyeron sobre Sebald tanto como Calvino, Kafka y Primo Levi. El uso de fotos, recortes y mapas es un recurso empleado en tres libros de Julio Cortázar: La vuelta al día en ochenta mundos, Último round y Los autonautas de la cosmopista, aunque con una diferencia sustancial: los textos de Cortázar aluden a hechos reales, verificables; las obras de Sebald incluyen esos fragmentos de realidad para ilustrar ficciones.
A propósito de Proust (con
quien Sebald ha sido comparado a menudo por su sintaxis ondulante) Walter
Benjamin afirmó que "todas las grandes obras literarias fundan un género o
lo deshacen". El género de Sebald no es definitivamente el testimonio,
pero tampoco podemos encerrarlo en la fascinación proustiana por la mémoire involontaire, el modo en que
ciertas asociaciones sensoriales convocan azarosamente el pasado. En este caso,
los recuerdos afloran por medio de un evidente trabajo ("minería y
dragado", dice algún crítico) en las tinieblas, un esfuerzo que atraviesa
los dominios morales o políticos para regresar siempre al oficio de Penélope,
el tejido ficcional del recuerdo inventado.
Es curioso que los lectores más agudos de
Sebald (Susan Sontag, John Banville, Pietro Citati) sean también escritores,
gente del gremio, que reconocen en su obra una vía de escape a la llamada
"crisis de la novela". Más que una tendencia hacia la autobiografía,
el ensayo o el libro de viajes, o hacia la mezcla de todos estos géneros, los
libros de Sebald constituirían algo así como un género aparte (¿exile-fiction?) que aportaría una
forma de supervivencia al laberinto de la narrativa actual. Libros como El Danubio, de Claudio Magris, las
novelas de Roberto Calasso, las memorias noveladas de Naipaul y las
"piezas narrativas" de Pascal Quignard o Giorgio Manganelli, por
poner sólo algunos ejemplos más o menos recientes, se colocan bastante al
margen de los estancos genéricos. ¿Hasta qué punto estas obras son renovadoras
o cuán definitiva será su influencia? La respuesta es una moneda todavía en el
aire. Por lo pronto, llama la atención que Banville se refiera a un autor tan
poco vanguardista como Sebald como "la culminación triunfante de un
proceso de cambio y experimentación" o un "nuevo comienzo", o
que otros críticos lamenten su reciente muerte en un accidente automovilístico
como el sombrío agujero que nos impide conocer hacia dónde se dirigiría ahora
un narrador que, en pocas palabras, no ha hecho otra cosa que dar vueltas sobre
el mismo punto.
Sebald es un autor que ejemplifica como nadie el
alcance de la onda expansiva del trauma del Holocausto en el siglo XX, tanto en
la manera en que le afecta personalmente como en la percepción de las oscuras
huellas transferidas al mundo cultural o a las vidas públicas y privadas de los
que lo sufrieron directa o indirectamente. Si Godard decía que el gran fracaso
del cine fue no dar al mundo una imagen del Holocausto, no podemos negar que
todas las manifestaciones artísticas del siglo XX nos hicieron replantearnos, a
partir de estos hechos atroces, una nueva forma de mirar la Historia y de
abordar con cautela el fervor de los acontecimientos.
A Sebald no le interesa mostrarnos directamente el
impacto del Holocausto.Lo que interesa al autor alemán, y le interesa porque,
moralmente, es lo que él debe contar, lo que es capaz de contar, son las
huellas de aquella desgracia, la manera en que las vidas anónimas manifiestan
unos determinados signos, el modo en que la gran Historia abandona la teoría y
se refleja en los márgenes de la intrahistoria, poblada de códigos, señales y
ecos de unos acontecimientos que tienen un alcance mucho mayor que el que a
simple vista puede parecer.
La relación
entre exilio, memoria y culpa es inmediata, y todo se articula a través de la
Historia. Sebald parece decir que sólo un análisis distanciado permite la
supervivencia, pero que en ocasiones es necesario dirigir una crítica más aguda
hacia todo lo que, poco a poco, va cayendo en la autocomplacencia. Se hace
imprescindible la lucha contra el olvido. Precisamente contra este olvido se
dirige buena parte la labor formal de la obra del autor alemán. La evocación
del pasado no es en Sebald un efectista artilugio de nostalgia; todo lo
contrario, las evocaciones surgen de los detalles inaprensibles de la vida
cotidiana, de la observación pormenorizada de la realidad y su relación con el
pasado íntimo del autor o con una cultura occidental global. Por esta razón es
justo situar a Sebald como heredero postmoderno de Proust (referencia tan
inmediata para él como puedan ser Borges o Bernhard), haciendo convivir la
evocación íntima del maestro con la referencia y el pastiche.…”
sterrados".
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