jueves, 23 de septiembre de 2010

Miguel de Cervantes: El celoso extremeño (una novela ejemplar)

"... Entre 1590 y 1612 Cervantes fue escribiendo una serie de novelas cortas que, después del reconocimiento obtenido con la primera parte del Quijote en 1605, acabaría reuniendo en 1613 en la colección de las Novelas ejemplares (en un principio se titulaban Novelas ejemplares de honestísimo entretenimiento ). Teniendo en cuenta las dos versiones conservadas de Rinconete y Cortadillo y de El celoso extremeño, se cree que Cervantes introdujo en ellas algunas variaciones encaminadas a la ejemplaridad social, moral y estética de estas novelas o narraciones cortas. En la literatura española no había entonces tradición de novela corta: las que circulaban eran adaptaciones o traducciones de los novellieri italianos. Cervantes españolizó el género y lo ennobleció, creando la novela corta en la literatura castellana, y en el elenco de estas doce novelas ejemplares merece ser destacada El celoso extremeño.
      Considerada por la crítica como una de las Novelas ejemplares más logradas, El celoso extremeño es una historia del viejo Carrizales que después de volver de América se casa con Leonora, una doncella de apenas quince años. Para numerosos cervantistas, la novela es claramente de inspiración italiana (las obras de Boccaccio, Bandello y Straparola sobre todo), tanto desde el punto de vista genérico como temático. Es interesante notar que existen dos versiones de la novela que son completamente distintas: la del manuscrito de Porras de la Cámara presentado al arzobispo de Sevilla en 1606 (transcrita en la segunda mitad del siglo XVIII por Isidoro Bosarte) y la incluída en la colección de Novelas ejemplares de Cervantes de 1613. La versión manuscrita ha sido considerada primitivo borrador de Cervantes para la refundición definitiva de 1613. La versión del Manuscrito de Porras de la Cámara es más directa y menos ambigua por cuanto termina con el adulterio mientras que la la versión impresa de Miguel de Cervantes es mucho más pulida, y deja lugar a sugerentes interpretaciones en tanto contiene importantes modificaciones no sólo de los nombres de los personajes sino también por cuanto modifica el desenlace de la novela, sustituyendo el adulterio de Leonora por la muerte del arrepentido Carrizales.
 El el entramado mítico que subyace en El celoso extremeño apuntala su interpretación como un laberinto de referencias mitológicas: el laberinto de Creta, el caballo de Troya, la música amansadora de Orfeo, el centinela de cien ojos Argos, las manzanas doradas de las Hespérides y el adulterio de Marte y Venus, sorprendido por la astucia de Vulcano.
Carrizales reconoce  haber sido arquitecto de su desventura y, como el Anselmo de El curioso impertinente,  toma sobre sí la responsabilidad del presunto adulterio de su mujer y, paga su error contra la naturaleza con la muerte. Ante los padres de Leonora, la esposa y la dueña, declara que toma venganza de sí mismo “como del más culpado en este delito” por no considerar que mal podían compaginarse los “quince años desta muchacha con los casi ochenta” suyos. Es la admisión de que ha ido en contra de la naturaleza y en contra de “la voluntad divina” por no poner en ella “sus deseos y esperanzas. El “misterio escondido” que encierra y “levanta” la novela, como nos advierte Cervantes en el prólogo a sus Novelas ejemplares, nos lleva a meditar sobre la impredecible naturaleza humana: cada ser humano tiene la capacidad de escoger entre los dilemas que le presenta la vida y de redefinirse a cada paso mediante la acción redentora o condenatoria así como la de reconocer el error moral.
  El personaje de Leonora según nos dice Alfredo J. Sosa-Velasco consigue ejemplificar algo tan universal como el proceso de conocimiento de uno mismo y la transformación del sujeto, resultado de las relaciones que se establece entre éste y el mundo que le rodea. Al principio, salta a la vista cómo Leonora es objetificada y cosificada por quien será su futuro esposo desde el momento en que la conoce. El narrador cuenta así cómo es el primer vistazo que le da el viejo a Leonora cuando ésta tenía unos trece o catorce años, quedando él perdidamente enamorado del rostro y la hermosura de la doncella. Después de pedir la mano de la joven a sus padres, que aunque pobres eran nobles, el viejo consigue victoriosamente a la niña por esposa, tras dotarla de veinte mil ducados, el precio que paga por su compra a los padres de la joven: “Leonora quedó por esposa de Carrizales, habiéndola dotado primero en veinte mil ducados: tal estaba de abrasado el pecho del celoso viejo”. Sin embargo, hasta ahora no se sabe nada más de Leonora. No se tiene noticias de la comunicación de tan importante anuncio a la muchacha ni de su primera respuesta al matrimonio con el viejo. Se conoce únicamente que está dispuesta a casarse, y que despierta en Carrizales sus primeros ataques de celos cuando decide que sus vestidos serán medidos a través del cuerpo de otra mujer para que el sastre no la toque, y que construirá una fortaleza sin ventanas y con rejas en la que habiten después de las nupcias. La relación de Leonora con sus padres y su futuro esposo desde el punto de vista de ella no se presenta. Tampoco se dicen las motivaciones que la llevan a contraer matrimonio, aunque éstas serían previsiblemente económicas, si se toma en consideración lo comunes que eran estos matrimonios arreglados entre los padres de una joven y un viejo decrépito durante la época de Cervantes. A partir de aquí se comienzan a perfilar algunos de los aspectos que definirán las relaciones entre Leonora y su esposo, y que explican precisamente esta cosificación a la que está sujeta la joven por su celoso marido. Desde el principio, Leonora representa para Carrizales una adquisición. Al observarla en el balcón, dice el narrador que el viejo pensó: “Casarse he con ella; encerraréla y haréla a mis mañas, y con esto no tendrá otra condición que aquella que yo le enseñaré. Y no soy tan viejo que pueda perder la esperanza de tener hijos que me hereden”.Después de construir la casa, poblarla con criadas y esclavas y un negro eunuco, Carrizales va a buscarla para llevársela. Los padres de Leonora “se la entregaron no con pocas lágrimas, porque les pareció que la llevaban a la sepultura” , porque eran conscientes en parte del futuro que le podía esperar a su hija con el viejo. A su llegada a la casa, Leonora conoce a las criadas, esclavas y a su aya Marialonso, todas ellas puestas al servicio de la joven con el propósito de mantenerla entretenida, “sin tener lugar donde ponerse a pensar en su encerramiento”.
    Para Alfredo J. Sosa-Velasco Leonora es también un objeto que junto a otros conforman las posesiones del viejo celoso, quien busca mantenerla encerrada en todo momento. Leonora no tiene ningún referente y no conoce el papel de la mujer casada dentro del mundo que le rodea, a no ser el ejemplo que le pueda brindar su madre. Con la aparición del mozo soltero Loaysa, Leonora comienza a fijarse con más atención en el mundo que le rodea, más allá de la compañía de su esposo y de las criadas a la que estaba acostumbrada. Después de ser la joven convencida por las doncellas y, especialmente por la dueña, Leonora acude a ver al  Loaysa cantar. Planean todos juntos buscar la llave maestra que abra todas las puertas de la casa, ofreciéndose activamente Leonora a hacerlo bajo la condición de que Loaysa jurara “cantar y tañer cuando se lo mandaren”, haciendo todo lo que ellas le pidieran. Así, Leonora le unta al viejo los polvos para mantenerlo dormido y coge la llave de debajo del colchón en el que su esposo dormía, consiguiendo meter finalmente a Loaysa dentro de la casa. Hasta aquí parece claro que el comportamiento de Leonora empieza a cambiar. La chica sumisa y obediente de la que se hablaba en un primer momento se convierte en sujeto activo al permitirle la entrada del joven a la casa. Ahora bien, esta transformación, que va experimentando Leonora al dejar de ser objeto para convertirse en sujeto, se traduce en una toma de conciencia de su papel como mujer dueña de sus acciones, y del descubrimiento de la sexualidad femenina. Cuando Carrizales descubre la supuesta verdad a los padres de Leonora, sobre la infidelidad de su esposa, pone de manifiesto lo inevitable que es frenar el proceso de (re)conocimiento de uno mismo. Así, por ejemplo, ninguna de las acciones del viejo (murallas alzadas, cerraduras dobladas, varones desterrados) le sirve para impedir que Leonora alcance su verdad. Además, si bien Loaysa puede ofrecerle a Leonora ese camino para descubrir su sexualidad mediante la seducción directa a la que le somete, es la joven quien decide finalmente repudiarla para recluirse al convento como monja de clausura. Leonora, según Alfredo J. Sosa-Velasco, se libera de la cosificación a la que estaba sujeta por Carrizales y Loaysa como simple objeto, y no insiste en su defensa de cuán limpia y honrada era simplemente porque para entonces ya había entendido que no necesitaba demostrárselo a nadie, ya que no había ofendido a Carrizales más que con el pensamiento. Su verdad le había restituido su identidad y su propia vida. Su capacidad para tomar decisiones le había proporcionado la conversión y la ascesis de sí misma...."
Es extracto y compendio de otras reseñas:

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