lunes, 30 de junio de 2008

Somerset Maugham: El filo de la navaja

http://es.wikipedia.org/wiki/William_Somerset_Maugham http://www.lacoctelera.com/liber/post/2006/02/17/el-filo-la-navaja-w-somerset-maugham http://www.elpais.com/articulo/cultura/filo/navaja/W/Somerset/Maugham/elpepicul/20031003elpepicul_15/Tes http://aidalozano.wordpress.com/2007/06/22/el-filo-de-la-navaja/ http://www.eluniversal.com.mx/graficos/confabulario/01-mayo.htm http://www.elmundo.es/papel/2007/04/02/ultima/2107362.html http://www.elpais.com/articulo/ultima/MAUGHAM/_ROBIN__/ESCRITOR/Revelaciones/vida/Somerset/Maugham/escritor/mitico/siglo/elpepiult/19780610elpepiult_1/Tes/ http://www.letrasdechile.cl/mambo/index2.php?option=com_content&do_pdf=1&id=168 Reseña de Francisco Granados:EL MELLADO FILO DE LA NAVAJA Si algo define al cine clásico norteamericano (que le dio una fácil superioridad sobre el resto del mundo) es la transparencia. Nunca te acuerdas de la cámara, ni del ángulo desde donde se enfoca la escena. Sólo ves la historia. Ojalá El filo de la navaja se hubiera contado desde esa invisible tercera persona: así habríamos entrado en el mundo de los dos amantes, habríamos sentido, compadecido, saboreado, sus destinos distintos. Pero Maugham se ha interpuesto literalmente. Se ha vestido de personaje y ha entrado en escena para hacer que los dos protagonistas, en lugar de vivir ante nosotros, se limiten a contarle todo lo que les va sucediendo, cada tantos años. Me parece la forma más aguada de literatura, en que se me roba toda la posible emoción del momento Para el escritor es muy cómodo, no afronta la dureza del instante mismo en que suceden las cosas, pero a mí me llegan las noticias ya muertas, desprendidas de su alma. Maugham parece disfrutar figurando en su libro. Normalmente un escritor construye cada personaje con ciertas coordenadas (p.e. Fulano odia el bacalao, nunca ha logrado enamorarse de una rubia, es un rácano con las propinas), pero al usarse a sí mismo ¿a qué reglas ha de ceñirse para que lo identifiquen como el auténtico? En realidad ¿qué sabe Maugham de Maugham? O mejor: ¿qué quiere que pensemos de él? Vanidad, tienes nombre de novela. El filo de la navaja se inicia como relato sentimental, con la historia de los amores entre Isabel y Larry, pero este giro inicial pronto desemboca en el intento de retrato de un hombre inusual, un inconformista, un perseguidor que busca su camino o, en términos más exactos, el Camino. Novela inestable, se mantiene difícilmente en la cuerda floja, digamos sobre el filo de la navaja, entre los avatares sociales de los protagonistas y las periódicas apariciones de Larry, empedernido hijo pródigo. Sobre los acontecimientos planea siempre su inquietud existencial y ese cuerpo extraño en la novela es su mayor logro, el que asegura su modernidad. Lástima que toda su historia transcurra de oídas. La flema británica de Maugham apacigua la tensión que en manos de una Isabel (imaginemos que la historia se narrase desde el punto de vista de ella) sería un apasionado melodrama y, en manos de Larry, un tratado ascético. Maugham ha tomado la calle de en medio. La prosa es de lo más sencilla y manejable. Sin embargo delata aún más el desequilibrio íntimo de la novela. No logra presentarnos a un hombre fuera de lo común. El Larry que queda en las páginas resulta ser a fin de cuentas el hombre tranquilo, un andariego asceta americano que oscila eternamente entre ser un erudito lector y un jornalero sonriente. Tampoco me satisface todo el asunto sentimental de las renuncias y los rescoldos de antiguos amores que vienen a trastornar los salones parisinos. Hay veces que me he sentido como una peluquera con tanto cotilleo alrededor de los lances, conyugales o no, del libro. Un protagonista que busca el absoluto sirve para escribir Siddharta, casi estoy por decir que Rayuela (aunque este más bien se pelea con el absoluto). Pero un buen burgués como Maugham, que se autorretrata como el indolente confidente de los protagonistas, se queda en la fachada, no entra en la habitación con sus personajes, sólo se asoma por las ventanas. Tal vez desconfiaba del modo en que su público acogería al buenazo de Larry y se interpuso como maestro de ceremonias para hacer él mismo las presentaciones. Pero me temo que su irónica reticencia no hace justicia al invitado. Maugham aúna la confidencia con la fantasía, lo burgués con el realismo. Posiblemente nunca habría escrito Alicia en el país de las maravillas, sino que habría preferido detenerse a recomponer la historia de la merienda que tuvo lugar una tarde en que paseaban en barca por el río el reverendo Dogson y las hermanas Liddell.

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