- La MagaComisario, tiene usted que creerme. Soy el único culpable de este crimen. No recuerdo nisiquiera su nombre. Para mí era solo la Maga. La maté con estas manos desnudas porque queella me lo pidió. Pero antes de que me detenga y encierre deje que le cuente la historia. Noestoy loco, aunque lo parezca. Puede que haya estado enajenado y tuviera secuestrada larazón durante demasiado tiempo. Me comporté siendo un imbécil que iba desnortado comoun pollo descabezado, ya que la adoraba; pero cuando estuve a punto de despeñarme hepodido valerme y recuperar el juicio, por eso lo hice. Confieso que hubo alevosía ynocturnidad. Fue un arrebato meditado, un impulso que no pude contener como si al hacerlo
- estuviere defendiendo la vida. Ahora le diré todo lo que sé para que pueda encontrarla, peroantes escúcheme por lo que más quiera.Como ve soy un hombre diminuto, lo que se dice vulgarmente un enano. No estoy nadaacomplejado, o eso al menos pensaba. Aprendí de mis padres a convivir con la acondroplastia,a superar las di+cultades, a empinarme para abrir las puertas y sortear los obstáculos que lavida me presentaba. No me amedranto si alguien se me queda mirando. Tengo sentido delhumor y pego la hebra si hace falta con el lucero del alba. No me corto un pelo porque lala timidez no era un lujo que me pudiera permitir Las mujeres me encantaban, por supuesto.Alguna se fijó en mí porque vio algo más que al pequeño monstruo que aparento. Tengo untronco proporcionado, aunque mi cabeza es demasiado grande con una frente prominenteque parece una gárgola. En cambio, mis brazos y piernas son demasiado cortos para el tamañode mi cuerpo. El amor era para mí traicionero. Las flechas de Cupido me pillabandesprevenido, pero lograba zafarme del canto de las sirenas. Era un enano que entonces seembriagaba y las prostitutas con su fingimiento me sacaban de esa absurda zozobra.Pero con la Maga fue algo distinto, inesperado. La conocí por casualidad en una librería. Mepreguntaba por una buena edición de Rayuela y hablamos sobre Cortázar. Ella no tenía miedoni miraba con recelo o con asco. Siempre se paraba y no evitaba la conversación. Era ingeniosay creo que mis comentarios la hacían sonreír. Pero esa mirada limpia, sincera, fue bajando elescudo que me protegía. Y sin tener ninguna intención fui alcanzado por el dardo que nubla elentendimiento. Quedé paralizado con una mezcla de tristeza y alegría. Ambas sensacionesopuestas venían juntas, pero separadas como si fueran agua y aceite. Había amargura porqueno tenía ninguna posibilidad, era improbable que aquella mujer esbelta se pudiera fijar en mí.Pero al mismo tiempo estaba exultante puesto que me contentaba con verla y hablar con ellaun rato. En ese destello aquilataba un trozo de felicidad que, aunque fuera fugaz, meconfortaba.Estaba dispuesto a ahogar ese amor en soledad. La Maga era para mí el cielo en la &erra, mibien, mi vida. De vez en cuando tenía la increíble suerte de encontrarla y entonces me sen$atan dichoso del mismo modo que pudiera serlo Horacio Oliveira buscando a la Maga por losbulevares y puentes de París. Entretanto fatigaba los pasos como un fugi&vo que no supieracon certeza a dónde ir y con cualquier excusa deambulaba errá&co, subiendo y bajando lascalles. Iba mirando al frente con el pálpito de poder cruzarme con ella y, al mismo tiempo, desoslayo barría con la vista hacia derecha e izquierda las tiendas y los escaparates por si hubierala más mínima posibilidad de localizarla, hasta que de una forma presentida surgía el milagro.
- Eran unos segundos, apenas un instante, un breve saludo, algunas palabras triviales y unaescueta despedida. Pero esa sonrisa franca y esos chispeantes ojos me bastaban. Y luego, conla euforia, sucedía que no podía dominar el ansia de salir corriendo para gritar como unposeso: Hoy por fin la he visto y he hablado con ella un momento. Hoy me ha llamado por minombre y parece que no está enojada. Hoy el cielo es azul, muy azul. Hoy puede que todavíatenga alguna esperanza. Hoy no quiero que venga la noche.Pero después de la euforia venía la caída al pozo. Pasaban los días y las semanas y no la volvíaa ver, como si la tierra se la hubiese tragado. En mi delirio nada parecía tener sentido si nopodía encontrarme con ella. La mirada de la Maga es la que me daba el ánimo para vivir yseguir arrastrando este penoso cuerpo, aunque fuera agazapado en la sombra. De nuevo en elinstante más insospechado, cuando estaba a punto de perder el sosiego, la atisbé a lo lejos.Pensé que podía equivocarme, que sería otra, ya que en otras ocasiones mi inquieto afán lahabía confundido, pero era ella. No iba sola, un hombre alto la acompañaba. Se reían. No tuveel atrevimiento de acercarme más. Me escondí acobardado detrás de un árbol. Los celos meapretaban la garganta con la rigidez de una soga.Y aquí fue, señor comisario, cuando vino mi reacción. No puedes seguir soñando, me repetía,sabes que tienes que despertar y afrontar la áspera realidad que te devuelve el espejo. Noponía límites a la desmesura. Tenía que dejar de quererla por la misma razón que debía dejarde fumar y de beber tanto como ya lo hacía. Porque querer así con esa obsesión sin sen&dome estaba matando. Era una muerte lenta, silenciosa, que te va aniquilando hasta anular lavoluntad. Te ha absorbido tanto ese dolor que ya no puedes pensar, no puedes dormir. Estáasdesconcertado en una espiral de la que no sabes cómo salir.Pero un día te despiertas y estás resuelto a acabar con todo, incluso a levantarte la tapa de lossesos. No quieres continuar con ese sufrimiento. Y haces una locura. Esperas a la Maga hastaque ella sale de su casa. La sigues y cuando atraviesa el parque la abordas. No desconfía de ti,parece incluso hasta que se alegra de verte. Tu mano esconde algo en la espalda. Tienes laindecisión de abandonar el empeño que ya habías decidido. Se reiría o saldría corriendoasustada. Dudas de cuál sería su actitud. Te armas de valor y le dices que la quieres, que teperdone por ello, pero que no puedes evitarlo. La mano que tenías escondida la extiendes.Está sorprendida cuando le entregas una rosa encarnada. Ella te mira con asombro y adivinasun brillo de tristeza en sus ojos. Te devuelve la rosa. Te dice que por tu bien la &enes queolvidar, que el &empo curaría la herida y que estaba segura de que saldrías adelante. Yo no tepuedo querer en la forma que a ti te gustaría, dice con pena. Te vuelves sin atreverte a
- levantar la cabeza del suelo, dispuesto a cumplir la promesa que hiciste de olvidarla. Cualquiercosa que te hubiera dicho la habrías hecho sin vacilar. Solo te ha pedido que la olvides, que laignores, como si fuera algo que se pudiera hacer voluntariamente.Y este ha sido mi crimen, señor comisario. Por esa pasión que le profesé después de muchasnoches en vela, de vaciar lágrimas y de gritar en silencio, de estrujar la frente para podersacarla de mi cerebro he conseguido matar ese amor. Fui arrinconando las veces que la habíavisto, lo que me había contado y todo aquello que la podía evocar. Y poco a poco fuiseparando cada uno de estos recuerdos para desmenuzarlos y sepultarlos, como si estuvieradesmembrando un cuerpo. Pensé que jamás lo lograría, pero un día el rostro de la Maga se fuedifuminando. Ya no veía su cara y empecé a olvidar el timbre de su voz, el eco de su risa o elsesgo de su mirada hasta que desapareció por completo. La maté con mis propias manos comose estrangula a un gorrión o se cierra una ventana para que no entre la luz del sol. Lo hiceporque ella sencillamente me lo pidió. Fue lo más bello que nunca retuve y lo dejé volar. Sulibertad fue para mí una condena. No me acuerdo de nada, señor comisario. No sé dónde vive,ni cómo se llama. Solo veo el ovalo vacío de su cara despojado de facciones. No recuerdo elcolor de sus ojos, ni la curva de sus labios, ni aquella sonrisa que me fascinó. He perdido elángulo de su mirada. Por eso me entrego señor comisario, porque he matado a lo que más quería.